[Mad Mortec] - El pez pequeño se devuelve al mar.
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[Mad Mortec] - El pez pequeño se devuelve al mar.
Llevo la respiración agitada mientras subo, corriendo, los catorce pisos que me separan de la azotea.
Azotado por el miedo, cada latido suena como un estampido en los oídos...y entre estampido y estampido escucho el ruido de los pasos de mi perseguidor.
El maldito engendro está jugando conmigo...y lo sabe. Pero detenerse significa que me trinque y por las calles circula el rumor de que si te trinca, eres carne de loquería.
Pues por mis huevos que a mi no me caza.
Me detengo en un rellano y miro por el hueco de la escalera. Ahi está el hijoputa. Se ha detenido también, dos pisos por debajo y me está mirando directamente. Su jeta es una amalgama de cicatrices y sus ojos negros y sólidos son como dos putas rocas.
Sacudo la cabeza, tomo aire y sigo corriendo. Solamente quedan dos pisos...
...uno...
...la puerta de la azotea.
Cargo contra ella. Cede con un chasquido de madera rota y caigo al suelo, rodando un par de metros.
La puta lluvia me azota el cuerpo; empapándome casi al momento. Tengo que ver donde está...el tiempo que tengo. Sigue tras de mi, está justo ahora llegando al último piso.
Me levanto y siguo corriendo hacia el borde del edificio. Es un salto relativamente fácil...ya lo había hecho antes.
Dos metros para el borde...
...un metro...
¡¡salta!!
El vacío...
La inercia, llevándome hacia adelante; hacia la seguridad. La azotea del otro edificio se acerca; como en una puta peli; como a cámara lenta. Llegaba. Estaba ahi.
Caer, doblar las rodillas. Rodar y levantarse...
Un destello.
¿¡Cómo cojones!?
El engendro ha aparecido ahi mismo...de la nada.
Estoy reventado; pero él parece fresco. Y sonríe. El muy cabrón me sonríe.
Su abrigo se deshace. Se estira hacia los lados. Son dos alas negras. Dos jodidas y enormes alas. No hay tiempo para preguntarse estupideces. Solamente para levantarse y seguir corriendo.
Pero no puedo.
Algo me tiene sujeto al suelo y el engendro se acerca a mi. Extiende su mano...y es como si me arrancaran el alma. El dolor es atroz, no es físico; no es mental; pero está ahi y no puedo gritar.
Me pregunta algo...el dolor me está volviendo loco. Es como si algo se estuviera metiendo por todos los poros de mi cuerpo, deshaciendo la carne a su paso; alimentándose de ella. La lluvia se transforma en ascuas...queman mi ropa y mi carne.
Vuelve a preguntarme y el dolor remite un poco. Le digo lo que quiere saber...absolutamente todo.
Parece satisfecho. Dice que he tenido suerte. Sonríe, me aconseja algo extraño y pierdo el conocimiento...
"El camino del hombre recto está por todas partes rodeado de oscuridad. Vuelve al camino y estarás a salvo de mi."
Por mis huevos que lo haré.
Azotado por el miedo, cada latido suena como un estampido en los oídos...y entre estampido y estampido escucho el ruido de los pasos de mi perseguidor.
El maldito engendro está jugando conmigo...y lo sabe. Pero detenerse significa que me trinque y por las calles circula el rumor de que si te trinca, eres carne de loquería.
Pues por mis huevos que a mi no me caza.
Me detengo en un rellano y miro por el hueco de la escalera. Ahi está el hijoputa. Se ha detenido también, dos pisos por debajo y me está mirando directamente. Su jeta es una amalgama de cicatrices y sus ojos negros y sólidos son como dos putas rocas.
Sacudo la cabeza, tomo aire y sigo corriendo. Solamente quedan dos pisos...
...uno...
...la puerta de la azotea.
Cargo contra ella. Cede con un chasquido de madera rota y caigo al suelo, rodando un par de metros.
La puta lluvia me azota el cuerpo; empapándome casi al momento. Tengo que ver donde está...el tiempo que tengo. Sigue tras de mi, está justo ahora llegando al último piso.
Me levanto y siguo corriendo hacia el borde del edificio. Es un salto relativamente fácil...ya lo había hecho antes.
Dos metros para el borde...
...un metro...
¡¡salta!!
El vacío...
La inercia, llevándome hacia adelante; hacia la seguridad. La azotea del otro edificio se acerca; como en una puta peli; como a cámara lenta. Llegaba. Estaba ahi.
Caer, doblar las rodillas. Rodar y levantarse...
Un destello.
¿¡Cómo cojones!?
El engendro ha aparecido ahi mismo...de la nada.
Estoy reventado; pero él parece fresco. Y sonríe. El muy cabrón me sonríe.
Su abrigo se deshace. Se estira hacia los lados. Son dos alas negras. Dos jodidas y enormes alas. No hay tiempo para preguntarse estupideces. Solamente para levantarse y seguir corriendo.
Pero no puedo.
Algo me tiene sujeto al suelo y el engendro se acerca a mi. Extiende su mano...y es como si me arrancaran el alma. El dolor es atroz, no es físico; no es mental; pero está ahi y no puedo gritar.
Me pregunta algo...el dolor me está volviendo loco. Es como si algo se estuviera metiendo por todos los poros de mi cuerpo, deshaciendo la carne a su paso; alimentándose de ella. La lluvia se transforma en ascuas...queman mi ropa y mi carne.
Vuelve a preguntarme y el dolor remite un poco. Le digo lo que quiere saber...absolutamente todo.
Parece satisfecho. Dice que he tenido suerte. Sonríe, me aconseja algo extraño y pierdo el conocimiento...
"El camino del hombre recto está por todas partes rodeado de oscuridad. Vuelve al camino y estarás a salvo de mi."
Por mis huevos que lo haré.
Buck- Wall of Recios
- Juego : Guild Wars
Clan : Recios...what else? ^^
PJ principal : Adam Kimerik
Antigüedad : 23/06/2008
Mensajes : 5104
Edad : 40
La paciencia del cazador
En la iglesia, entre las filas de bancos llenas de gente, reinaba el silencio mientras el sacerdote oraba y explicaba a los feligreses el sermón.
Todos estaban en mayor o menor medida, atentos a las palabras del joven ordenado hace poco. Todos salvo uno.
Un ser que deambulaba en completo silencio entre las sombras del piso dedicado al coro y que desde hacía años no se utilizaba. Un ser que observaba, entre iracundo y paciente el devenir de la ceremonia. Como un cazador que acecha a su presa, matenía vigilada la segunda fila de bancos; en los cuales un hombre entrado en años aunque adinerado compartían la eucaristí mientras a su alrededor disimulaban sus guardaespaldas.
La sangre hervía en las venas de Mad.
Él. El causante de muchas muertes. El alma oscura, el cerebro retorcido tras los movimientos de droga y prostitución que condenaban cada día la vida de cientos de personas estaba ahí, sentado, pretendiendo ser un niño inocente. Atendiendo a una misa con la que creía poder ganarse el perdón por sus acciones.
A su lado se sentaba una hermosa mujer muchos años más joven que él; maquillada con esmero y precisión. Pero ni todo el maquillaje del mundo podía ocultar las huellas que la violación y el maltrato dejan en el alma de una persona.
Asesino, criminal, traficante...y maltratador.
Como su padre.
El recuerdo de Mad se perdió en su niñez y en sus oídos resonaron las discusiones, los golpes y los gritos de su madre mientras en sus cicatrices ardía el velado recuerdo del dolor.
La baranda de madera que recorría el coro crujió bajo la presión de sus manos pero; aunque audible por la concurrencia, fue tomada por un sonido natural de la vieja iglesia y no atrajo la atención de ninguna de las personas que, de haberse girado en su dirección, habrían visto, en medio de la oscuridad, el reflejo enardecido por la ira de tres ojos antinaturales.
Hebras de oscuridad reptaron de su cuerpo y se entretejieron con la madera. Un fuego oscuro surgió de su cuerpo y sus alas se extendieron con un ligero susurro mientras un gruñido pugnaba por escapar de su garganta.
Y al final, segundos antes de que el gruñido se hiciera eco en la sala transformado en un grito de ira, el cuerpo de Mad se esfumó en la propia negrura de las sombras. Rumbo a los callejones. A buscar más pruebas contra ese hombre. Contra el mal. A acabar con el último de sus planes.
No le bastaría con matarlo. Debía condenarlo. Encerrarlo entre rejas. Hacerle pagar en la tierra por todas y cada una de las maldades que había cometido. Deshacer el mal y asegurarse de que nadie se aprovechara de su falta para continuar haciéndolo.
Después el Señor ya podría perdonarlo o condenarlo. Pero antes...debía ser suyo.
Y esa noche la ciudad fue un poco más segura para la gente de bien, de gran ajetreo para la policía; que iba poniendo entre rejas a aquéllos que Mad capturaba y para los cuales esa misma noche se convertía en un auténtico infierno.
Todos estaban en mayor o menor medida, atentos a las palabras del joven ordenado hace poco. Todos salvo uno.
Un ser que deambulaba en completo silencio entre las sombras del piso dedicado al coro y que desde hacía años no se utilizaba. Un ser que observaba, entre iracundo y paciente el devenir de la ceremonia. Como un cazador que acecha a su presa, matenía vigilada la segunda fila de bancos; en los cuales un hombre entrado en años aunque adinerado compartían la eucaristí mientras a su alrededor disimulaban sus guardaespaldas.
La sangre hervía en las venas de Mad.
Él. El causante de muchas muertes. El alma oscura, el cerebro retorcido tras los movimientos de droga y prostitución que condenaban cada día la vida de cientos de personas estaba ahí, sentado, pretendiendo ser un niño inocente. Atendiendo a una misa con la que creía poder ganarse el perdón por sus acciones.
A su lado se sentaba una hermosa mujer muchos años más joven que él; maquillada con esmero y precisión. Pero ni todo el maquillaje del mundo podía ocultar las huellas que la violación y el maltrato dejan en el alma de una persona.
Asesino, criminal, traficante...y maltratador.
Como su padre.
El recuerdo de Mad se perdió en su niñez y en sus oídos resonaron las discusiones, los golpes y los gritos de su madre mientras en sus cicatrices ardía el velado recuerdo del dolor.
La baranda de madera que recorría el coro crujió bajo la presión de sus manos pero; aunque audible por la concurrencia, fue tomada por un sonido natural de la vieja iglesia y no atrajo la atención de ninguna de las personas que, de haberse girado en su dirección, habrían visto, en medio de la oscuridad, el reflejo enardecido por la ira de tres ojos antinaturales.
Hebras de oscuridad reptaron de su cuerpo y se entretejieron con la madera. Un fuego oscuro surgió de su cuerpo y sus alas se extendieron con un ligero susurro mientras un gruñido pugnaba por escapar de su garganta.
Y al final, segundos antes de que el gruñido se hiciera eco en la sala transformado en un grito de ira, el cuerpo de Mad se esfumó en la propia negrura de las sombras. Rumbo a los callejones. A buscar más pruebas contra ese hombre. Contra el mal. A acabar con el último de sus planes.
No le bastaría con matarlo. Debía condenarlo. Encerrarlo entre rejas. Hacerle pagar en la tierra por todas y cada una de las maldades que había cometido. Deshacer el mal y asegurarse de que nadie se aprovechara de su falta para continuar haciéndolo.
Después el Señor ya podría perdonarlo o condenarlo. Pero antes...debía ser suyo.
Y esa noche la ciudad fue un poco más segura para la gente de bien, de gran ajetreo para la policía; que iba poniendo entre rejas a aquéllos que Mad capturaba y para los cuales esa misma noche se convertía en un auténtico infierno.
Buck- Wall of Recios
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PJ principal : Adam Kimerik
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