¡Por la Horda!
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¡Por la Horda!
*** Seguimos con la historia de Tárahenion, que tenía aparcada por motivos laborales. Espero que os guste y os ayude a entender a este abnegado elfo
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Había llegado el momento, ahora sí estaba preparado. Inspiró aire profundamente y comenzó a subir la escalinata que daba acceso al Portal Oscuro. Había llegado el momento de pasar a Terrallende y ayudar a la causa. Era su deber como Recio pero también un anhelo, pues en el fondo de su corazón esperaba encontrar allí algo.
En el lado de Azeroth se respiraba calma, a pesar de las cicatrices de una batalla que nunca sería olvidada. Del lado de Terrallende la guerra, un grupo de demonios como Tara nunca había visto estaba intentando atacar el portal, aunque la defensa bien montada los mantenía a raya a una distancia prudencial. Se acercó al comandante del puesto. “Fuerza y Honor” – dijo Tara mientras saludaba marcialmente al comandante. “Bonitas palabras elfo, pero resérvalas para el campo de batalla, falta te hará. ¿Qué quieres?”. “Me mandan de la hermandad de los Recios, con Maese Urtoroth al frente”. Tara sacó de una bolsa un sobre con sus instrucciones que entregó. “¿Urto, el viejo Urto?” – el comandante soltó una carcajada y sus ojos denotaban el afecto del que ha luchado codo con codo. “Hace tiempo que no lo veo, valiente bribón”. Entonces torció el gesto – “Pero... entonces, ¿qué ha sido de Sir Dorian?”. “Se marchó, dijo que tenía asuntos pendientes en Dalarán, o eso me pareció oír”, contestó Tara sin mucha seguridad. “Bueno, bueno... sabe cuidarse de sí mismo, así que mal no le irá. Y tú vete a Thrallmar ya o vendrá el mismísimo Urto a patearte el trasero por holgazán”.
El viaje no fue fácil, porque aunque Thrallmar no estaba lejos unos metros más abajo se estaba librando una batalla considerable. Algún que otro rayo perdido casi nos alcanza, pero se ve que aquel dracoleón ya tenía escuela y la cosa no pasó del susto.
Al llegar a Thrallmar Tara pudo comprobar lo que verdaderamente era la guerra. Se dio cuenta de que todo por lo que había pasado hasta entonces había sido una escaramuza en comparación. A su lado un grupo de soldados orcos recibía una arenga de su capitán, todos perfectamente alineados, de aspecto imponente que hicieron de menos al cazador, o al menos así lo pensó: “Voy a tener que emplearme a fondo aquí”. Al otro lado un grupo de elfas se ocupaban de dar agua a los heridos. Heridos con expresiones terribles en su cara mezcla de dolor y rabia, nunca miedo. Avanzó Tara hacia la estructura principal de la fortaleza, intuyendo que allí estaría el puesto de mando donde se le había ordenado presentarse. Su paso era lento pues no dejaba de observar a un lado y otro, intrigado por saber lo que había pasado. Una mano se posó sobre su hombro.
Tara se dio la vuelta de un brinco al tiempo que se distanciaba unos metros, la costumbre después de vérselas muchas veces con la Alianza. “Si fuera un pícaro ya estarías muerto” y después se rió. Ante Tara un orco de aspecto impresionante se mantenía erguido y firme, quizás sujeto por aquella impresionante armadura en la que apenas había rendija por la que usar una daga. “Me han llegado noticias de que me estabas buscando”. Tara se quedó pensativo al tiempo que relajaba la presión de su dedo sobre el gatillo, observando al orco y mirándole fijamente a los ojos intentando adivinar su identidad, pues era lo único que se veía tras el formidable casco. Y entonces cayó en la cuenta, Maese Kolgork, de quien por primera vez había oído hablar en Vega de Tuercespina y que de una manera u otra había guiado sus pasos hasta lo que era, aunque viéndolo frente a frente dejaba claro que todavía quedaba mucho por aprender. “¿Maese Kolgork?” – acertó a musitar Tara – “El mismo. Un viejo amigo me comentó que me andabas buscando y sabía que tarde o temprano pasarías por aquí. ¿Qué quieres de mi? Rápido, la Alianza puede estar haciendo de las suyas y no quiero que me hagas perder el tiempo”. Tara se centró dejando de lado su asombro y le pidió que le enseñase el noble arte de la caza pues había oído que nadie tenía más destreza en el campo de batalla. Kolgork se mostraba indeciso pues nunca antes había recibido ofrecimiento semejante y no estaba acostumbrado a la compañía, salvo la de su inseparable mascota. “Está bien, pero te advierto que no será un camino fácil ni rápido. No podrás confiar en nadie, no podrás bajar la guardia, dormirás con un ojo abierto y una flecha en la mano. Todo lo que te rodea será una amenaza y nunca, nunca, nunca más conocerás lo que es el descanso. Y ahora sigue tu camino... veremos de lo que eres capaz y si merece la pena perder el tiempo contigo”. Tara sintió como un escalofrío recorría su columna, había llegado el momento de demostrar que estaba preparado.
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Había llegado el momento, ahora sí estaba preparado. Inspiró aire profundamente y comenzó a subir la escalinata que daba acceso al Portal Oscuro. Había llegado el momento de pasar a Terrallende y ayudar a la causa. Era su deber como Recio pero también un anhelo, pues en el fondo de su corazón esperaba encontrar allí algo.
En el lado de Azeroth se respiraba calma, a pesar de las cicatrices de una batalla que nunca sería olvidada. Del lado de Terrallende la guerra, un grupo de demonios como Tara nunca había visto estaba intentando atacar el portal, aunque la defensa bien montada los mantenía a raya a una distancia prudencial. Se acercó al comandante del puesto. “Fuerza y Honor” – dijo Tara mientras saludaba marcialmente al comandante. “Bonitas palabras elfo, pero resérvalas para el campo de batalla, falta te hará. ¿Qué quieres?”. “Me mandan de la hermandad de los Recios, con Maese Urtoroth al frente”. Tara sacó de una bolsa un sobre con sus instrucciones que entregó. “¿Urto, el viejo Urto?” – el comandante soltó una carcajada y sus ojos denotaban el afecto del que ha luchado codo con codo. “Hace tiempo que no lo veo, valiente bribón”. Entonces torció el gesto – “Pero... entonces, ¿qué ha sido de Sir Dorian?”. “Se marchó, dijo que tenía asuntos pendientes en Dalarán, o eso me pareció oír”, contestó Tara sin mucha seguridad. “Bueno, bueno... sabe cuidarse de sí mismo, así que mal no le irá. Y tú vete a Thrallmar ya o vendrá el mismísimo Urto a patearte el trasero por holgazán”.
El viaje no fue fácil, porque aunque Thrallmar no estaba lejos unos metros más abajo se estaba librando una batalla considerable. Algún que otro rayo perdido casi nos alcanza, pero se ve que aquel dracoleón ya tenía escuela y la cosa no pasó del susto.
Al llegar a Thrallmar Tara pudo comprobar lo que verdaderamente era la guerra. Se dio cuenta de que todo por lo que había pasado hasta entonces había sido una escaramuza en comparación. A su lado un grupo de soldados orcos recibía una arenga de su capitán, todos perfectamente alineados, de aspecto imponente que hicieron de menos al cazador, o al menos así lo pensó: “Voy a tener que emplearme a fondo aquí”. Al otro lado un grupo de elfas se ocupaban de dar agua a los heridos. Heridos con expresiones terribles en su cara mezcla de dolor y rabia, nunca miedo. Avanzó Tara hacia la estructura principal de la fortaleza, intuyendo que allí estaría el puesto de mando donde se le había ordenado presentarse. Su paso era lento pues no dejaba de observar a un lado y otro, intrigado por saber lo que había pasado. Una mano se posó sobre su hombro.
Tara se dio la vuelta de un brinco al tiempo que se distanciaba unos metros, la costumbre después de vérselas muchas veces con la Alianza. “Si fuera un pícaro ya estarías muerto” y después se rió. Ante Tara un orco de aspecto impresionante se mantenía erguido y firme, quizás sujeto por aquella impresionante armadura en la que apenas había rendija por la que usar una daga. “Me han llegado noticias de que me estabas buscando”. Tara se quedó pensativo al tiempo que relajaba la presión de su dedo sobre el gatillo, observando al orco y mirándole fijamente a los ojos intentando adivinar su identidad, pues era lo único que se veía tras el formidable casco. Y entonces cayó en la cuenta, Maese Kolgork, de quien por primera vez había oído hablar en Vega de Tuercespina y que de una manera u otra había guiado sus pasos hasta lo que era, aunque viéndolo frente a frente dejaba claro que todavía quedaba mucho por aprender. “¿Maese Kolgork?” – acertó a musitar Tara – “El mismo. Un viejo amigo me comentó que me andabas buscando y sabía que tarde o temprano pasarías por aquí. ¿Qué quieres de mi? Rápido, la Alianza puede estar haciendo de las suyas y no quiero que me hagas perder el tiempo”. Tara se centró dejando de lado su asombro y le pidió que le enseñase el noble arte de la caza pues había oído que nadie tenía más destreza en el campo de batalla. Kolgork se mostraba indeciso pues nunca antes había recibido ofrecimiento semejante y no estaba acostumbrado a la compañía, salvo la de su inseparable mascota. “Está bien, pero te advierto que no será un camino fácil ni rápido. No podrás confiar en nadie, no podrás bajar la guardia, dormirás con un ojo abierto y una flecha en la mano. Todo lo que te rodea será una amenaza y nunca, nunca, nunca más conocerás lo que es el descanso. Y ahora sigue tu camino... veremos de lo que eres capaz y si merece la pena perder el tiempo contigo”. Tara sintió como un escalofrío recorría su columna, había llegado el momento de demostrar que estaba preparado.
Invitado- Invitado
Re: ¡Por la Horda!
Es una historia que viene en el momento adecuado. Cuando se cruza el Portal oscuro. Me ha gustado sobre todo porque es más real al aparecer nombres conocidos.
Esta última semana venía pensando cual podría ser la siguiente aparición de Yul'oc en estas páginas y supongo que no podré resistir la tentación de plasmar mis emociones cuando vea por primera vez ese mítico portal.
Esta última semana venía pensando cual podría ser la siguiente aparición de Yul'oc en estas páginas y supongo que no podré resistir la tentación de plasmar mis emociones cuando vea por primera vez ese mítico portal.
Invitado- Invitado
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