Sanitario!!

El Bar Kedorzhan era un curioso espectáculo en aquellos días, los ingenieros de re-colonización de la república habían planeado un hermoso y funcional espacio completamente gestionado por androides. Desgraciadamente la “pacificación” de Taris estaba siendo más compleja de lo que nadie hubiese supuesto, los colonos eran casi una excepción y el bullicio estaba principalmente compuesto por soldados cansados, contrabandistas en busca de oportunidades y otros locos o desterrados.

Las otrora elegantes hololuces chisporroteaban intermitentemente, las que funcionaban, y los androides servían las bebidas mientras escuchaban impertérritos las blasfemias de los parroquianos. En un rincón alejado un escuchimizado soldado con unas ridículas gafas y un sargento con el rostro cubierto de cicatrices conversaban entre penumbras.

Maldita sea- pensó el sargento – en mala hora se me ocurrió invitar al tirillas este a unas bebidas.

El joven humano apenas llevaba apenas tres vasos de vino picante Deltrón y ya farfullaba las palabras.

Yo no soy ningún héroe ¿lo sabe sargento? Nunca he sido nada más que uno más. En Ord Mantell mi familia era una más, nuestra granja era una más. ¿Sabe usted el esfuerzo que supuso para ellos enviarme a estudiar a Coruscant? Naaa que va usted a saber. – hizo un ademán con las manos que lo desestabilizó, el resignado sargento tuvo que sujetarlo para que no se estrellase contra el suelo.

¿Y comó piensa que fue mi paso por la facultad de medicina? ¡Igual! Acabé el vigésimo de mi promoción, Uno más, uno más…- Sus ojos se entrecerraron y el sargento esbozó una mueca de alivió pensando que por fin podría ponerlo a domir la mona, sin embargo, el tozudo soldado recuperó el tono y siguió su diatriba con más fuerza.- ¡Nadie se acuerda del vigésimo!

Y no me quejo, no señor, ¿qué estaba en Mirk cuando paso todo? ¿qué no debía de estar allí? Sí, es cierto pero mire en Ord Mantell tenemos un dicho: “Quien tiene el agua es bueno, quien sabe obtenerla es mejor” ¿sabe no? No podía sencillamente quedarme quieto.

Aquello fue muy duro, usted lo sabe mejor que nadie ¿eh sargento? – El sargento se pasó una mano por la cicatriz de su mejilla, aunque Recios fue lo mejor que le había pasado desde que se firmó el tratado de Coruscant, recordad aquellas horas no era de su gusto.

¿Y que ostias importaba cómo fue aquello? Aquella maldita carnicería fue el detonante de una unidad que hacía su trabajo como nadie, ¡joder si hasta los malditos agentes imperiales se cagan de miedo cuando oyen de nosotros!
Además así era Recios, una unidad de cualquiera que estuviese dispuesto a arrimar el hombro y hacer lo que hay que hacer. Aquella escuchimizada rata de biblioteca era otro ejemplo, gracias a él una docena de sus mejores hombres volverían a estar en pie al día siguiente. Los tanques de Bacta son cojonudos pero en medio de fuego enémigo tener a alguien capaz de poner a andar a un soldado que acaba de perder una pierna, ¡Diablos, eso si que no tiene precio!

A riesgo de entrometerme antes de tiempo:

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Urt Oroth escribió:A riesgo de entrometerme antes de tiempo:

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Gracias sargento

Segunda parte:

Insisto en que mi unidad debería acompañarles Maestro Caris - era la tercera vez que el sargento insistia, los demás empezábamos a temer que la cosa no acabaría bien, la experiencia nos decía que no era demasiado prudente contradecir al sargento.

Soldado, agradezo tu valor - las palabras cadenciosas tenían ese tono conciliador que tanto gusta usar a los Jedis - pero es un problema que nos concierne a nosotros, creo que mi padawan y yo sabremos defendernos en los senderos de Taris.

Pero era un problema que nos concernía a todos, Recios era una pequeño conglomerado de compañias, no llegaba a un batallón. Necesitábamos a todos y a cada uno de nuestros hombres y entre ellos no se contaban demasiados maestros Jedis. Además el consejo miraba con recelo ese extraño experimento que fomentó el almirantazgo y si algo salía mal sentiríamos su Fuerza en todos los sentidos.

¡Mierda! ¡O vamos todos o no va nadie! - si, efectivamente, lo veíamos venir, el sargento entraba en modo “gamorreano”, a partir de aquí la cosa solo se podía poner peor.
El maestro respiró profundamente, era viejo, incluso para los standares Falleen y había vivido tiempos mejores, tiempos en los cuales no se discutían las ordenes de un maestro Jedi pero aquella visión de la Fuerza en Coruscant le decía que debía confiar en esa unidad.

Así sea soldado, partamos ahora - sentenció y los demás respiramos aliviados.


La unidad avanzaba en silencio por las angostas callejuelas de lo que antaño fue la ciudad baja, el silencio era exasperante aunque se rompía con el inquietante sonido de nuestras botas sobre el pavimento. Estábamos en el sector 8E, una zona escasamente explorada, en busca de una perturbación en la Fuerza, los de análisis y comunicaciones no habían detectado nada fuera de lo habitual así que, hasta donde yo sabía, podría ser sencillamente otra chaladura de uno de esos “iluminados con toga”.

Y pasó lo malo. Los Jedis se detuvieron y empezarón a mirar en todas direcciones, como un perro olisqueando su presa; los demás miramos al sargento, no necesitaba dar la orden, todos estábamos buscando ya zonas de cobertura. Nord fue el primero en avistarlos - ¡Rakghoul! - grito mientras cargaba su bláster.

Tras avistar todos como la turba de Rakghoul corría hacía nuestro grupo desde la calle Oeste, la orquesta empezó a sonar tal y como estábamos acostumbrados, las ruinas de Taris ofrecen innumerables posiciones defensivas y recuerdo como el sargento se parapetó tras los restos de un vehículo, en pocos segundos una lluvia de luz caía con fiereza sobre las criaturas. Mientras los Jedi, siguiendo la partitura, habían desenvainado sus sables de luz y se colocaban en la vanguardia.
Yo mentalmente repasaba la situación: 6 soldados, 2 Jedis, 4 sueros Rakghoul, 4 horas de camino a la base, si las cosas se ponen feas deberíamos llegar a tiempo, Rilley está en mala posición, ¿qué recuerdo de la anatomía y la fisiología Falleen si al maestro le pasa algo?, el cauterizador láser, sí está todo, ok ahora agarra bien tu fusil blaster y a cumplir.

Si alguien me hubiese dicho 6 meses atrás, cuando estaba a punto de completar mi tésis sobre la patologías dermatológicas de los Ho´Din que podría ser capaz hacer lo que hago le hubiese tomado por loco. - Bueno, al menos creo que Padre por fin podrá sentirse orgulloso - pensé.

Los Rakghoul iban cayendo mientras se acercaban aunque otros ocupaban su lugar y avanzaban sin que se notase una disminución se sus efectivos, mantenerlos lejos hubiese sido lo más deseable y todos temiamos que llegasen hasta nuestra posición, no es fácil pelear cuando con un pequeño rasguño puedes acabar siendo parte del enémigo, así era la plaga Rakghoul, otro regalo de los Sith.

Cuando llegaron hasta el Maestro Caris y su padawan pude ver como una docena de ellos salían disparados varios metros hacia atrás, después el movimiento de sus sables de luz rápido y letal, como una picadora, y extremidades y entrañas Rakghoul saliendo disparadas en todas direcciones. Sin embargo seguían llegando, como si fuese un mar embravecido que topase con una roca, avanzaban rodeando a los Jedi e ignorando nuestra lluvia de fuego.

Dos de ellos saltaron sobre Rilley, apenas fueron un par de segundos, 2 disparos, uno del propio Rilley y el otro del sargento acabaron rápidamente con aquellas criaturas. Pero Rilley se quedó inmóvil, me miró y sólo entonces vi que el zarpazo había perforado parte de su armadura. No podía ver su ojos tras el casco pero podía imaginar el terror que reflejaban en ese momento.

Ya había saltado cuando el sargento gritaba con su voz cavernosa esa palabra que de tanto odiarla había acabado por gustarme: ¡Sanitario! - Volvió a gritar mientras yo intentaba llegar a Rilley entre los fuegos de blaster, las garras y los sables Jedi.
Okemi también había llegado y su cañón pesado vomitaba ráfagas de forma endiablada, Rilley seguía mirándome inmóvil, un pequeño hilo rojizo brotaba de la herida.

¡Levanta la cabeza Rilley! - No se movió, supongo que debía estar pensando en Sissok, no llegamos a tiempo a la base y el sargento le voló la cabeza. Nadie quería estar allí en aquel momento pero así son las cosas.

Agarré la culata del fusil y golpee la barbilla del grandullón coreliano de abajo a arriba, mientras con la otra mano pinchaba el burbujeante antídoto en la junta del cuello de su traje. Son esas pequeñas cosas que no te enseñan en la facultad supongo, verme a mí mismo usando una primitiva aguja inyectiva me resultaba casi gracioso aunque supongo que hubiese sido más gracioso, por no decir ridículo, usar un hipospray sobre una armadura de combate.
Rilley se agitó al sentir el pinchazo y e intentó lanzarme un puñetazo que por suerte pude esquivar. Apenas pude sellar la herida del tórax con un parche Kolto mientras el coreliano recogía su fusil y seguía disparando. Revisé los monitores, toda la unidad parecía estar bien.

Los Jedis estaban haciendo un trabajo fantástico en primera línea, había que reconocerlo, y al fin notábamos como los Rakghoul disminuían. El último par de criaturas que quedaba en pie se abalanzó sobre el maestro Caris que los esperaba en guardia y entonces todo sucedió aún más deprisa.

Varios de nosotros pudimos ver el punto rojizo de la mira laser sobre la espalda del anciano Jedi pero apenas tuvimos tiempo de avisarle: - ¡Francotirador! - recuerdo gritar mientras un pulso laser surcaba el aire desde nuestras espaldas y atravesaba la caja torácica del Falleen.
Por si fuera poco parecía que teníamos más compañía...

- Relajate joven Tahl, no debes temer al consejo - el nerviosismo del joven mirialano era visible incluso en sus inquietos movimientos, sus pensamientos eran, en la mente del anciano Zho, como un tornado de colores desdibujados y cambiantes, se concentro en la fuerza y acarició aquel torbellino buscando sosegarlo, el muchacho inspiró profundamente y pareció relajarse.
- Gracias Maestro.
- No hay de que, hijo mio. Ahora pasa, el consejo espera tu relato con impaciencia.

El templo Jedi de Tython era oscuro y salvaje, a pesar de su restauración mantenía un atmósfera extraña, como si aquellas viejas paredes todavía no estuviesen hechas a la presencia de gente entre sus muros. Además la cámara del consejo, sin ventanas, tenía cierto aspecto opresivo y amenazante. Estabamos practicamente en guerra y los artificios estéticos se quedaron en Coruscant junto a las ruinas del antiguo templo.

El consejo Jedi esperaba reunido entorno a la mesa pulida, sus miembros dirigieron la mirada a Tahl quien contuvo el aliento, conocía a todos y cada uno de los miembros ¡Cómo no conocerlos! Cualquier miembro de la Orden podría enumerar hazañas increibles de cualquiera de ellos, por no hablar de Satele Shan, la más joven Gran Maestre de la Orden, que lo miraba aprentando una palma sobre la otra y con el ceño fruncido.

El maestro Zho se sentó y tomó la palabra: - Yun-Gon Tahl has sido citado por el consejo para narrar los hechos acaecidos en Taris que han concluido con el maestro Caris debatiendose entre la vida y la muerte - Tahl sintió una dolorosa punzada al pensar en su maestro - Deja que la Fuerza te guíe y cuentanos sin miedo el transcurso de los hechos.

- Gracias maestro Zho. El maestro Caris y yo nos encontrabamos asistiendo a Recios en el planeta Taris, cuando el maestro sintió una perturbación de la Fuerza, no quiso contarme de que se trataba pero le vi muy preocupado, insistió en ir solos pero los soldados de Recios son tozudos así que al final aceptó una escolta pese a que no quería poner en peligro a nuestros hombres.
- ¿Nuestros hombres? - interrumpió la Gran Maestre Shan, mientras enarcaba una ceja.
- Espero que no confundas tus lealtades joven padawan - el que hablaba ahora era el temible maestro Sul-Kamar - Te recuerdo que el consejo no ha autorizado ninguna colaboración con esa unidad ni Sao-Te Caris tenía nuestro beneplácito para estar en Taris.
- Lo sé maestro.
- Y sin embargo puedo ver que desapruebas nuestra decisión ¿Por qué joven Tahl?
- ¿Acaso el enemigo de nuestro enemigo no es nuestro amigo? Recios muerde a los Sith hasta tal punto que su nombre ya es temido por todo el imperio ¿Y no son los Sith nuestros enemigos?
- Nuestro enemigo, joven mirialano, es el Lado Oscuro - corrigió severamente Sul-Kamar. - tu juventud no disculpa que no entiendas que el reverso tenebroso de la Fuerza no es siempre un Sith blandiendo un sable.

Se hizo un tenso silencio, las miradas del maestro y el padawan se sostenían. Yun-Gon pensó en lugares mejores, en tiempos mejores, en los largos paseos de su infancia por los jardines del templo, y en el maestro Pol hablandoles de los misterios de la Fuerza. Inspiró profundamente dejandose invadir por la Fuerza, sintonizandose con Ella.

- Maestros, lo que sucedió en el barrio de Mirk fue terrible. Pero si algo bueno ocurrió allí fue Recios.
Maestros, tras aquellos escombros y aquel sufrimiento, más allá del coraje y del sacrificio de la gente, un sentimiento se pudo sentir en aquellas horas, esperanza. Recios es eso, esperanza. Mi maestro lo vió, yo lo ví y otros caballeros que allí estaban pudieron sentirlo.

El maestro Zho sonrió disimuladamente, pensaba en lo extraño que resultan los senderos de la Fuerza, conocía bien al maestro falleen y sus reticencias a todo aquello que no viniese de su civilización, desde luego si él apoyaba aquel extraño experimento es que algo habría visto.

Está bien padawan, luego hablaremos de eso. - sentenció Sul-Kamar.- ahora termina tu relato.

Llevábamos aproximadamente cuatro horas de camino por el sector 8E cuando una manada de Rakghoul nos atacó, sus ataques no son infrecuentes entre las ruinas de la ciudad baja y tampoco suelen representar una amenaza importante aunque lo cierto es que eran un número inusualmente grande.
En cualquier caso los soldados hicieron muy bien su trabajo, tan sólo uno de ellos recibió una herida leve y recibió casi en el acto el antídoto de aquel delgado doctor que nos miraba con desconfianza.

Sin embargo todo se complicó. Cuando el maestro estaba a punto de acabar con los dos últimos. Escuche como uno de los soldados gritó: - ¡Francotirador! - Lo siguiente que vi fue al maestro tendido en el suelo.

Estaba demasiado lejos para protegerlo de otro disparo, temí que el francotirador lo rematara aunque, por suerte, uno de los soldados lanzó una granada de humo que oscureció la zona y nos permitió resguardar al maestro. En ese trayecto el francotirador volvió a dispararnos, no sé cómo pudo vernos pero consiguió derribar al soldado que me ayudaba.
Al menos ese disparo me fue suficiente para identificar su posición.

Empezó a caer más fuego enemigo, podía sentir sus presencias acercándose, apenas serían 7 u 8, agentes imperiales sin duda, aunque les acompañaba un Sith, podía sentir su energía, como una mancha roja henchida de rabia y orgullo.

El sargento se mantenía erguido sobre su cobertura, los estallidos de los bláster enemigos silbaban cerca de su casco mientras daba órdenes a sus hombres, oteaba los edificios y disparaba su pistola. Su aura era, increíblemente, un estanque de tranquilidad y calma. Por un instante recordé lo que el maestro Caris suele decir: “A veces dudo si los soldados de Recios son los más valerosos de la república o si sencillamente han dejado de tener querencia a la vida”. En ese momento yo también dudé de su cordura.

Cuando por fin conseguí que el sargento me mirase le indiqué con señas la posición estimada del francotirador, asintió con la cabeza tras ver el lugar y se llevó la mano al comunicador: - Nord, te envío las coordenadas, incinera a ese cabrón. Los demás cobertura-

Escuché uno de los “Roger” cerca de mí. Solo entonces reparé en el pequeño sanitario, había llegado hasta nuestra posición con cierta dificultad y agitaba los brazos de manera casi cómica mientras atendía al soldado caído:- Arriba Okemi, no recuerdo que el sargento haya dado permiso para descansar -

Todo ocurría muy rápido, el violento ciborg Nord, se apostó por encima de su parapeto y disparó su lanzagrandas hacia la posición del francotirador. Al menos dos granadas de plasma detonaron en la tercera planta del edificio en ruinas. Entre los cascotes que volaban por los aires pudimos ver al francotirador, arrastrado como un muñeco de trapo.

Oí gritar de rabia a Nord, al ver como el sith se acercaba rápidamente y descargar toda la potencia de su cañón mientras el sith desviaba sin apuros los disparos. Salté de mi posición intentando llamar su atención pero no llegué a tiempo. Uno de sus sables, inutilizó el cañón mientras con el otro atravesaba el pecho del soldado y, en un alarde de crueldad, elevó su arma literalmente cortando en dos a Nord.

Entonces nos encaramos, debo reconocer que daba el combate por perdido. El merodeador hacía girar sus espadas con descaro frente a mí. - Sargento, recoja a sus hombres y lárguese de aquí - recuerdo gritar con más temblor en mi voz del que quisiera haber demostrado.

- Y una mierda, señor - Fue la lacónica respuesta que el militar me espetó sin siquiera mirarme.

Varios de los maestros del consejo se removieron en su silla al escuchar esa respuesta, pocos estaban acostumbrados a escuchar esas palabras de parte de un soldado, quizás llevaban demasiado tiempo lejos de la primera línea.

El duelo de sables fue muy desigual, apenas podía defenderme y detener en el último momento su segundo sable. Tras su última estocada trastabillé y caí al suelo. El sith sonrío.
Por suerte para mí otro de los soldados le distrajo, sus disparos no consiguieron hacer blanco y el sith catapultó al soldado contra los escombros.

A su espalda se oyó gritar al sargento: - ¡Eh imbécil! Esto es de parte del mayor Tirian. - La granada adhesiva hizo impacto mientras el Sith se cubría de los disparos del sargento. Aprovechando su distracción lo empuje con la Fuerza, la granada explotó apenas volvió a contactar con el suelo.

Sé que fue un combate poco honorable, maestros, y me avergüenzo de ello. Pero los soldados nos salvaron, a mí y al maestro porque, a pesar de su entrenamiento, la capacidad sanadora de la Fuerza no fue suficiente para salvarlo.

Epilogo:

El humo se va disipando lentamente, el silencio se hace de nuevo en Taris. La escaramuza ha sido rápida y, una vez más, viviremos para contarlo.

Compruebo el cuerpo sin vida de Nord, tan pronto como saltó la alarma del biosentinel y vi lo que el sith le hizo supe que no habría repuestos esta vez para aquella vieja cafetera y efectivamente, dudo mucho que quedase nada orgánico que salvar.

El resto de las luces están en verde y nadie me llama, eso es bueno. Okemi necesitará unas horas de tanque Bacta pero al día siguiente estará listo para que otra criatura o soldado enemigo le vuelva a disparar.
Que sinsentido, ahora mi vida se resume en “arreglar” a unos soldados una y otra vez hasta que, por fin, los matan.

Entonces reparo en los Jedis, el joven padawan está concentrado sobre el cuerpo tendido del maestro Caris, tiene lágrimas en los ojos y un destello azul en sus manos. Mientras me acerco le oigo sollozar: - Ánimo maestro, no te rindas. -

Estoy sacando mi monitor de evaluación

- Tranquilo joven Tahl, sé que has hecho todo lo posible - dice quejumbrosamente el falleen.

Llego junto a ellos, no puedo más, siento como si la armadura de plastiacero hubiese doblado su peso, me quito el casco, el sudor no me deja evaluar el monitor.

- Su energía... siento como... se apaga - no llego a captar los balbuceos del joven mirialano mientras observo los datos: el hematocrito está al 12%, parece que el disparo ha atravesado la supratorácica derecha y su frecuencia cardiaca desciende con rapidez, tengo que parar la hemorragia interna.

Estoy preparando el instrumental, conectando el oxígeno e inyectando suero Bacta, eso debería darme algo más de tiempo.

- Te agradezco tu esfuerzo soldado, pero es inútil...- Basta, eso es suficiente para mí, la fatalidad, la fuerza, los Jedi se pueden ir todos a hacer gárgaras en la boca de un Sarlacc.

- Escúchame bien porque solo te lo voy a decir una vez, aquí nadie, repito nadie, se muere sin mi permiso y, si no te parece bien, puedes coger tus midiclorianos, tu Fuerza y tu show de lucecitas y metértelos donde te quepan.

No puedo pararme a observar su reacción aunque no oigo ningún sable laser así que de momento sigo vivo. Enciendo el escalpelo, ojala pudiera anestesiarlo pero no puedo arriesgarme a que su frecuencia siga cayendo.

El maestro Caris, grita entrecortadamente mientras el escalpelo se abre hueco en su tórax, su sangre verde inunda todo el campo quirúrgico, apenas puedo distinguir mis manos.
Rilley me mira estupefacto. - ¡Haz algo útil pazguato!- Le grito. - Enciende el dializador y aspira todo esto.

No puedo avanzar lo rápido que quisiera, sé que en esta zona pasan al menos 3 grandes vasos y cualquier corte sería catastrófico. Por fin, tras unos minutos incontables, encuentro el vaso, lo cauterizo, no puedo ponerle aquí un synthvessel, esperemos que haya circulación accesoria o perderá el brazo.

El maestro ha perdido la consciencia, me alegro por él. Conecto el dializado a una de las arterias y comienzo la autotransfusión, no me hace falta mirar el monitor, las mucosas pronto empiezan a coger color. Tanto su frecuencia cardiaca como la mía empiezan a normalizarse.

Sé que no puedo relajarme demasiado y procuro suturar las incisiones rápidamente, por un momento mi vista se cruza con la del mirialano que me mira boquiabierto. Le enseño las manos empapadas en sangre. - ¡Esto es real! ¡Esto es medicina! - Me falta el aire, no sé si son los nervios o el cansancio.

Según termino de coser me levanto, no puedo evitar dirigirme por última vez al Jedi. - ¡Sois vendedores de humo! - Me doy cuenta de que no estoy siendo justo con él pero estoy irritado y cansado, me dirijo al sargento que apenas me mira

- Si Doc, tranquilo, ya he solicitado evacuación urgente para tu paciente…ah, buen trabajo.

ains... Que bien nos vamos a llevar todos XDDDD

Un relato genial madro, sumate todos los claps que puse el otro dia en el post de Dorian y añadele este:

Ultimamente veo mucho cariño a los Jedis...

Me ha encantado Madro.
A pesar de no tener muy claro que leches hacia. Era como ver un episodio de House. No se que hace, pero parece chulo.



PD.- ya hablara Dorian contigo... ya...

Gracias chicos

Dorian no sé lo tengas en cuenta, un mal día lo tiene cualquiera...

Una chulada de relato que me ha encantado y que se me ha hecho corto. Ya me gustaría escribir así a mí