Fantasmas de la Fuerza

La vida en el Templo de Coruscant nunca era más complicada que lo que cada cuál quisiera complicársela... salvo que tuvieras niños a tu cargo; que entonces la vida, a pesar de lo compicada que quisiera ser, se convertía, para aquéllos encargados de las enseñanzas, en un lugar más que agradable.

Y con ese pensamiento en la cabeza, Pol Kand, el anciano maestro Kel-dor, observaba cómo los niños, sentados desordenadamente en uno de los jardines de meditación, se concentraban no sólo en sus palabras, sino también en su contenido.

-Concentráos, pequeños. Observad cómo el universo se distribuye. Cómo del caos del que toda vida nace y en el que parece vivir, se llega al orden, movido siempre por los hilos invisibles de La Fuerza.-

Pequeñas ráfagas de viento movían la hierba, los árboles y las plantas, entre las que saltaban pequeñas ardillas jovianas, alegres pájaros Quexius y, estando como estaban en la época de las mariposas, varias especies poblaban el jardín, yendo de acá para allá.

-Observad sus movimientos, jóvenes aprendices. Estudiadlos de forma independiente y después tratad de verlos en su conjunto.-

El maestro Kel-Dor caminó entre ellos y una mariposa de Koros fue a posarse sobre uno de sus dedos extendidos.

-Observad cómo las mariposas aprovechan las ráfagas de viento y las ardillas la elasticidad de las ramas más jóvenes para saltar entre los árboles.-

En silencio, se agachó ante la docena de niños mientras la mariposa movía sus alas, tranquila y relajada.

-Comprended el mundo que os rodea, pequeños. La Fuerza nos une. A vosotros y a mi. A esta mariposa y a esas ardillas. A cada brizna de hierba y gran árbol. A cada pequeño insecto o gran depredador. Las rocas, el agua e incluso, el viento...-

Un soplido salió de la máscara del kel-dor y la mariposa, de un aleteo, salió volando, uniéndose a otras en su danza.

-La Fuerza nos rodea, penetra en nosotros y nos hace crecer.-

Uno de los pequeños, una niña togruta, levantó su manita.

-Maestro Pol, señor. Podemos sentirla como usted nos dice pero he oído a algunos caballeros y padawans hablar de "verla"... ¡y cada uno decía una cosa! ¿Cómo es eso posible?-

El anciano jedi se sentó ante el grupo y asintió con la cabeza.

-Claro que se puede ver la Fuerza, joven Nashkara. Cerrad todos los ojos, venga.-

Los niños hicieron todos caso al momento y una sonrisa se escapó bajo la máscara del kel-dor. El sonido del viento era tranquilizador.

-Todos habéis comido alguna vez una fruta Blum, ¿verdad? Y a todos os gusta. Ahora, concentráos en su forma. Pensad en ella y la veréis en vuestra mente.-

Dejó que los niños permanecieran en silencio un poco más. Podía sentirlos en la Fuerza, concentrados, esforzándose cada una de sus pequeñas mentes en cumplir con lo que se les pedía.

-Bien. Ahora abrid los ojos. Dime, Nashkara, ¿cómo has visto tú la fruta?-

La niña describió la imagen mental con bastante detalle y después, el maestro preguntó en voz alta quién había visto una fruta exáctamente igual y ante la negativa general, la niña comprendió la lección, así como el resto de los jóvenes.

-Entonces... cada uno podremos verla de forma diferente, aunque realmente estemos viendo lo mismo.-

Asintiendo, el maestro hizo un gesto para que todos se levantaran. -Así es, pequeña. Chicos...la clase ha terminado por hoy. Seguid con vuestras tareas, ¿de acuerdo? Hoy habéis aprendido mucho.-

-Gracias, Maestro Pol.- dijo la pequeña, sonriendo... y el anciano kel-dor sintió que su corazón se llenaba de la felicidad y la paz absolutas. Mientras los niños le dejaban a solas en el jardín, se dio cuenta, una vez más, que enseñar era su vida. Que esos niños eran su vida... y que de sus enseñanzas dependía una parte del camino que debían recorrer.

El ataque había sido rápido, feroz y devastador y el lado oscuro y sus acólitos habían invadido las estancias del templo jedi.

Allí donde antes había paz se desataba la guerra, cruel y despiadada.

En silencio y con la calma en su rostro, Pol Kand guiaba junto a un padawan nautolano a los niños a través de los pasillos, buscando ponerles a salvo mientras otros jedis, más jóvenes que él, se enfrentaban a la muerte. Para alguien en sintonía con la fuerza, cada muerte era como una punzada en el corazón y para el anciano Kel-Dor una sola ya habían sido demasiadas.

Las llamas en que se habían convertido algunos de los jardines del templo lamían los cristales de transpariacero que adornaban el pasillo por el que caminaban a paso ligero. Algún disparo de láser, alguna bomba o granada debía haber alcanzado aquél lugar y lo que antes era un refugio de vida ahora ardía y se consumía entre llamas.

Una de las niñas, la togruta Nashkara, se detuvo ante el cristal y Pol pudo ver las lágrimas de sus ojos reflejando el tono rojizo de las llamas.

-Vamos, joven Nashkara. No debemos detenernos.-

La niña se volvió hacia él y no pudo reprimir el llanto por más tiempo.

-Maestro... los animales, las plantas... están muertos. No podían defenderse; no de esto...-

En silencio, el anciano maestro tomó en brazos a la niña, ya deshecha en lágrimas y por una vez en toda su vida, no supo qué decir.

Con un esfuerzo que le resultó titánico, ordenó continuar.

-Debemos seguir adelante. Vamos chicos.-

El llanto ya se había asentado entre los niños. Los que no sollozaban, dejaban simplemente rodar las lágrimas por sus mejillas mientras la fuerza vibraba alrededor de todos ellos.

Pronto llegaron a una puerta que se abrió a un hangar de servicio, donde esperaba un gran deslizador de carga, hacia el que tanto el padawan como los niños corrieron.

De repente, dos detonadores cayeron desde las sombras del techo. No eran explosivos, sino aturdidores.

Querían a los niños con vida.

El padawan no supo reaccionar y miró con ojos desorbitados cómo las dos esferas caían ante él y extendió los brazos, tratando de detener a los pequeños. Pero Pol no había llegado a maestro sin dominar unos cuantos trucos. Había detectado la presencia del lado oscuro nada más entrar en el hangar y con un gesto suave, casi desdeñoso, empujó los detonadores, lanzándolos lejos, donde su explosión no afectó a nadie.

Una voz surgió de entre las sombras.

-No esperaba que pusieran a un Jedi de niñera habiendo tantos muriendo ahí fuera, kel-dor. Pero al menos así esto será más interesante.-

Con un susurro, una figura cayó desde el techo, elegantemente, de forma controlada por la misma Fuerza.
El Sith, ataviado con una armadura ligera en la que se veían las señales de muchas luchas, sonrió al grupo como un tiburón firaxa sonreiría a un banco de atunes, haciendo que las cicatrices y escarificaciones rituales de su rostro hicieran parecerle salido de una mala pesadilla.

-Deja que los niños se marchen.- a medias pidió y ordenó el maestro -Esta lucha no les concierne. Aún no.-

El sith activó un sable láser y lo alzó en posición de duelo.

-Me temo que no puedo... pero míralo por el lado bueno, Jedi. Tu muerte será la primera lección que reciban del Lado Oscuro.-

Y con un gesto abatido, el maestro avanzó unos pasos alejándose de los niños, descolgó su propio sable del cinturón y lo activó dejando que la hoja verde iluminara su rostro mientras ordenaba al padawan y los pequeños que corrieran al deslizador.

Ahora la guerra no sólo había llegado hasta el templo, sino que llamaba a las mismas puertas de su corazón. Pero así le costara la vida, salvaría a esos niños, pues ellos eran, más que su propio cuerpo, la razón de su existencia y el futuro de la Orden.

Si debía luchar, lucharía por ellos. Por la Orden y por la Fuerza.

El sable, activado, desperdigaba su luz alrededor de los viejos rasgos del jedi, iluminándolos desde abajo.

La hoja dispuesta a un lateral del cuerpo, con el brazo armado extendido mientras el otro permanecía doblado, cerca del cuerpo.
Era el saludo marcial antes de un duelo de sables. Una tradición ancestral que perduraba como la posición de apertura del estilo Makashi, la Forma II.

Los niños salieron corriendo, refugiándose en la nave. El sith los vio marchar y se rió, calmada y sinceramente.

-Hasta tus modos son antiguos abuelo... pero no temas, prometo ser rápido. Esos chicos no deben esperar.- dijo y antes de haber acabado la frase, un bláster pesado apareció en su mano y descargó tres rápidos disparos contra el Jedi.
De forma suave, como si en vez de disparos espantara moscas, el viejo kel dor movió su sable de luz y las mortales ráfagas de energía fueron desviadas hacia las paredes mientras él volvía a su posición original.

Con una sonrisa que dejó ver una hilera de dientes afilados, el sith se encogió de hombros antes de enfundar su pistola y activar su propio sable de luz, alzándolo junto a su cabeza. -Tenía que intentarlo viejo.-

Con un grito de ira, el sith se lanzó al ataque y las espadas chocaron. La descarga de energía chirrió y el olor a ozono se esparció por el hangar.
El sith destrabó el choque y con una pirueta saltó a un lateral, buscando traspasar la guardia del jedi pero nuevamente la espada de este detuvo la estocada, aunque se vio obligado a retroceder un par de pasos.

La respiración tras su máscara se aceleró ligeramente.

Tres ataques más se sucedieron entre piruetas y saltos, con la ira rodeando el cuerpo del sith, potenciándolo y llenándolo del poder del lado oscuro. Los golpes estaban cargados de fuerza, pero no de precisión y los tres chocaron contra el sable del maestro; pero cada ataque que el jedi paraba o desviaba significaba un nuevo paso atrás.
La forma II no podía defenderle por mucho tiempo con la agresión que el sith demostraba.

Su rival volvió a la carga, pero el kel dor ya había tenido tiempo de sobra para colocar sus pies y con un simple movimiento del cuerpo esquivó la estocada al tiempo que balanceaba su sable de abajo a arriba, atacando en diagonal.
Cogido en un renuncio, el sith se dobló sobre si mismo y giró su sable en un movimiento justo que permitió desviar el ataque restándole letalidad pero dejándole nuevamente desprotegido para otro golpe.

Continuando el movimiento ascendente, dejándose llevar por la inercia, el jedi giró sobre sus talones, atacando ahora de arriba a abajo como si terminara de trazar una gran X en el aire, para finalizar con una estocada frontal que no hizo sino abrir otro hueco en la mermada defensa de su rival; un rival que pese a todo, supo reaccionar a tiempo y saltó hacia atrás, separándose varios metros.

Dos nuevas cicatrices iban a adornar su cara desde este momento.

En otros tiempos, el maestro Pol Kand habría saltado tras él. Habría continuado con el combate. Pero en esos otros tiempos las rodillas no le habrían dolido como le dolían ahora, su respiración no parecería la de un asmático y su cuerpo no estaría cubierto por una fina capa de sudor.
Sin embargo, el sith seguía bastante fresco y como si supiera lo que estaba pensando, gruñó. Un sonido animal, depredador, que salía de lo más profundo de una ira que alimentaba el Lado Oscuro.

Los repulsores del deslizador de carga se encendieron como un trueno lejano.

Los niños casi estaban a salvo. Sólo debía aguantar un poco más; así que Pol Kand dejó de pensar. Dejó de concentrarse en sus rodillas, su respiración o la humedad de su sudor y se abandonó a la Fuerza y ésta lo recogió, llevándose su consciencia como una ola arrastra los granos de arena de una playa.
Sumido en la Fuerza supo lo que iba a hacer su rival. Supo lo que él debía hacer y supo que no saldría vivo del siguiente cruce de espadas; pero los niños si. Eso era lo que importaba.

El sith saltó a por él. Se elevó en el aire con facilidad y su espada brilló en la oscuridad del techo mientras caía impulsado por la Fuerza al tiempo que el kel dor alzaba su espada en un gesto defensivo.

El choque fue demoledor. Ambas espadas chocaron y el chirrido habitual de energía se transformó esta vez en un grito agudo. Ninguna de las hojas de energía se doblegó, pero aunque la espada del jedi logró aguantar el impacto, no ocurrió lo mismo con sus rodillas que, golpeadas por el sith con una brutal patada, crujieron y quedaron rotas; incapaces de sostener el peso de su dueño.
Su cuerpo se desplomó en el frío suelo del hangar. Su sable resbaló de sus manos y rebotó, alejándose de él. Escuchó al sith gruñir, esta vez de satisfacción al verle caer y ahogó un grito de dolor cuando éste le propinó un puntapié que le arrancó la máscara, haciéndole rodar hasta quedar boca arriba.

Notó su propia sangre en la boca y sonrió cuando el sith se inclinó sobre él, agarrándole por el pecho.

El rugido de los repulsores indicaba que estaban a plena potencia, preparados para salir.

-Estás muerto, jedi. Te dije que sería rápido y cumpliré mi palabra.- dijo mientras hacía girar la espada en su mano para acabar colocando la punta justo sobre el corazón del jedi, a un par de dedos de distancia.

Echó atrás el brazo para dar la estocada final y el jedi sonrió aún más.

-No hay muerte. Sólo está La Fuerza.- susurró con un hilo de voz y el cuerpo desapareció. La espada sólo atravesó la tela basta de la túnica y las ropas del jedi.

Consumido, el sith se irguió con un rugido y, cegado por la ira, no reparó en la sombra que se cernía sobre él hasta que fue demasiado tarde, cuando todo el peso del deslizador, impulsado por los repulsores a máxima potencia, le golpeó, empotrándole contra la pared del hangar y convirtiendo su pecho en una mancha rojiza compartida por la pared y el morro del vehículo.
Con un último estertor, sus ojos se abrieron y fijó su mirada en el padawan que, en la cabina, sostenía los controles mientras en su cara se adivinaba la dura lucha que mantenía por controlar sus emociones.


Poco después, el deslizador callejeaba bajo el primer nivel de Coruscant, adentrándose en la oscuridad de los niveles inferiores y alejándose del templo en ruinas mientras, en la cabina, un joven padawan acompañado de una niña togruta miraban por una de las ventanas cómo los fuegos de múltiples luchas se extendían por la capital de la república.
E invisible tras ellos, el espíritu del maestro Pol Kand los guiaba a través de la Fuerza hacia un refugio a salvo de los acontecimientos que estaban por llegar.

+ oo

se me ha metido un grano en el ojo...