La Familia Lobopálido
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La Familia Lobopálido
Su mirada sostenía los ojos de la bestia blanca con un esfuerzo sobrehumano. Los cortes, dentelladas y arañazos desgarraban su piel y sus músculos allí donde los jirones que quedaban de la ropa se abrían. La sangre empapaba la nieve que bebía de ella sin saciarse, tiñéndose de negro brillante.
La enorme bestia giraba en círculos en torno al orco, demasiado joven para reconocer que había perdido. En el promontorio cercano, uno de los chamanes escupía en la hierba de Vallefresno.
- No es uno de los nuestros- sentenció.
Con estas palabras, se giró, dando la espalda a la penosa escena, dio dos pasos en pos del valle y, al percatarse de que su iniciativa no era secundada por los demás espectadores, giró la cabeza y murmuró con determinación:
- No es uno de los nuestros. No hay más que ver aquí.
Apoyó una mano nudosa y pálida sobre el niño que les acompañaba y tironeó de él hacia sí. El joven Urtoroth, reacio a irse, se desprendió del agarre del chamán y señaló hacia el orco malherido, mientras éste caía sobre la nieve, desfallecido, quizá muerto.
- ¡Mirad!- gritó el niño- ¡Graktak ha caído!
- ¡No es el primero!- gruñó Reshgarth, el viejo chamán- Ni será el último…
Urtoroth avanzó un par de pasos hacia el valle, mientras el enorme lobo blanco olfateaba el cuerpo inmóvil de Graktak.
- ¡Quieto, niño!- escuchó Urtoroth a su espalda. El enorme orco guerrero al que seguían los Lobopálido y abuelo de Urtoroth no necesitó más que una orden para helar la sangre en las venas del chaval- El Lobo Pálido juzgará a Graktak.
Los demás miembro de los Lobopálido, reunidos en torno al estandarte familiar asintieron con gestos severos. El chamán gruñó entre dientes, molesto.
- Y tu, chamán- continuó el guerrero- Que sigas con la cabeza sobre los hombros es la muestra de mi respeto por ti y por tu vínculo con los espíritus, pero falta a mi autoridad de nuevo y me replantearé si tu cabeza está en el lugar adecuado.
Urtoroth, incapaz de moverse, miraba impotente como el Gran Lobo se acercaba al cuerpo de su amigo, indefenso e inerme. El Lobo Pálido, cómo llamaba su abuelo Droboroth a aquél enorme animal, era el símbolo de la familia. Todos los miembros de pleno derecho tenían un Lobo Pálido con el que convivían, que les servía de montura, pero que no era su esclavo. Sino el recuerdo en vida de que se habían enfrentado a un juez más implacable que la justicia del orco: la naturaleza de la supervivencia animal.
En esta ocasión, el Lobo Pálido había derrotado al aspirante, pero no parecía tener intención de cobrarse su vida. Urtoroth apretaba los dientes nervioso, pero algo en su interior le decía que todo acabaría con bien para su amigo y hermano, Graktak. Su abuelo se agachó junto a él. Enorme como era, empequeñecía a Urtoroth mientras le susurraba al oído:
- ¿Qué opinas Urt? ¿Qué hará el gran Lobo Pálido? ¿Crees que tu hermano es digno de sobrevivir?
Urtoroth volvió sus ojos entrecerrados a su padre, quien miraba con gesto pétreo a su hermano. Urtoroth se fijó que los puños de su padre, Urtangurth, estaban cerrados con una presión que hacía brotar sangre de las palmas ocultas de sus manos.
- Padre sabe que Graktak sobrevivirá. Yo también- afirmó el chiquillo-, pero eso no le hará valedor del Gran Lobo Pálido, Droboroth.
Droboroth enarcó una ceja, sorprendido. Se irguió, alto como un troll estirado, cogiendo a su hijo por la muñeca y puso el puño sangrante frente al rostro de Urtangurth.
- Graktak ha fallado, Urtangurth- escupió con gesto airado, ante el padre de Urtoroth- Urtoroth será tu mejor heredero y nuestro mejor valor… - miró a Urtoroth de reojo- …si supera la prueba del Lobo Pálido.
--
El Gran Lobo Pálido giraba en torno al joven de piel azulada.
- Te has hecho viejo, Lobo Pálido, y ahora yo soy quien manda- gruñó el orco en voz baja.
- No te fíes- escuchó Urtoroth en su cabeza-. Las canas no se ven si tu pelo es blanco.
El animal saltó sobre él con una velocidad pasmosa y lanzó una terrible dentellada al hombro descubierto. La herida comenzó a sangrar. Un rasguño calculado. Una advertencia.
- No bajes la guardia, jovenzuelo.
- Aún estoy en pie, ¿no?
Durante un instante le pareció que el lobo había fruncido el ceño. Una impresión causada por el dolor y la fatiga, supuso. No tenía heridas de importancia, pero un sentimiento interno le decía que estaba a merced del icono familiar. Un chamán se asomaba curioso por entre los espectadores de primera fila. Reshgarth lo devolvió a su sitio con un codazo en el vientre mientras en la boca del abuelo de Urtoroth asomaba un esbozo de atisbo de media sonrisa con un gruñido severo y prolongado que llenó de orgullo a Urtangurth, quien asentó su cruce de brazos con más fuerza aún. Droboroth preguntó con cierta sorpresa al círculo chamánico reunido:
- Chamanes, ¿habla el Lobo Pálido con el aspirante?
- Así parece, mi señor- contestó de inmediato un frustrado Resgarth- Hace generaciones que esto no ocurre. Desde...
- …desde que le sucediera a mi propio abuelo…- concluyó Droboroth.
Urtangurth se giró hacia su padre con gesto confundido. Nadie le había contado que el abuelo de su padre, cuyo nombre había quedado perdido en la vorágine del tiempo, había sido tocado por la divinidad del Lobo Pálido como uno de los elegidos para ser depositario de la Voz. Sin embargo, el rostro del abuelo de Urtoroth parecía, en ese momento, labrado en piedra.
- ¿Por qué yo no sabía nada de eso, padre?
- Porque no era asunto tuyo, Urtangurth. Atiende a la prueba de tu hijo y sabrás la verdad en su momento- clavó la punta de su hacha de hoja blanca en la piedra sobre la que contemplaban a su nieto, resquebrajándola.
Urtangurth se revolvió de mala gana, sabiéndose ajeno a u propia historia, pero su atención se dirigió hacia el terreno a sus pies, donde Urtoroth se estiraba todo lo posible, levantando su hacha por encima de su cabeza. Un hacha de piedra enorme, que podía levantar con una sola mano, amenazante.
- Chico, no me amenaces…- escuchó la Voz en su cabeza de nuevo.
- No es una amenaza. Jamás amenazaría al tótem de mi familia- respondió presto-. Es una muestra de respeto. Mi arma sobre ambos: tú y yo.
- Eres listo, joven. Como tu bisabuelo. Pero no llevas la marca de la oscuridad que puse a prueba hace décadas… ve con tu familia ahora, Urtoroth. Serás conocido como “El Viejo” entre quienes te respeten.
- Será un honor recibir el nombre que me has otorgado.
- Una vez fui grande, Urtoroth El Viejo, pero un antepasado tuyo causó mi caída y la del clan entero. Tu abuelo y tu padre se han encargado de retomar el buen camino. Y tú seguirás el camino de nieve entre las montañas.
Para sorpresa de todos, el Lobo Pálido, agachó la cabeza, dobló las patas y tendió los cuartos delanteros ante Urtoroth, ofreciendo la cabeza en señal de sumisión. El joven orco, bajó el hacha lentamente y se arrodilló ante el Lobo Pálido, que se arrastró hasta que el orco pudo acariciar la parte posterior de la cabeza del tótem familiar. Sin mediar más palabras pero con una clara duda en el corazón, Urtoroth se retiró y, tras unos pasos, resultado de la extenuación, se desplomó, agotado, pero no rendido.
- Ha quedado patente que mi nieto es uno entre mil. Hijo, has hecho un buen trabajo con él- murmuró con orgullo velado el viejo orco. Arrancó la gigantesca hacha de la piedra en la que la había clavado y la cargó al hombro derecho-. Ahora recogedle de ahí. ¡Es hora de celebrarlo!
La enorme bestia giraba en círculos en torno al orco, demasiado joven para reconocer que había perdido. En el promontorio cercano, uno de los chamanes escupía en la hierba de Vallefresno.
- No es uno de los nuestros- sentenció.
Con estas palabras, se giró, dando la espalda a la penosa escena, dio dos pasos en pos del valle y, al percatarse de que su iniciativa no era secundada por los demás espectadores, giró la cabeza y murmuró con determinación:
- No es uno de los nuestros. No hay más que ver aquí.
Apoyó una mano nudosa y pálida sobre el niño que les acompañaba y tironeó de él hacia sí. El joven Urtoroth, reacio a irse, se desprendió del agarre del chamán y señaló hacia el orco malherido, mientras éste caía sobre la nieve, desfallecido, quizá muerto.
- ¡Mirad!- gritó el niño- ¡Graktak ha caído!
- ¡No es el primero!- gruñó Reshgarth, el viejo chamán- Ni será el último…
Urtoroth avanzó un par de pasos hacia el valle, mientras el enorme lobo blanco olfateaba el cuerpo inmóvil de Graktak.
- ¡Quieto, niño!- escuchó Urtoroth a su espalda. El enorme orco guerrero al que seguían los Lobopálido y abuelo de Urtoroth no necesitó más que una orden para helar la sangre en las venas del chaval- El Lobo Pálido juzgará a Graktak.
Los demás miembro de los Lobopálido, reunidos en torno al estandarte familiar asintieron con gestos severos. El chamán gruñó entre dientes, molesto.
- Y tu, chamán- continuó el guerrero- Que sigas con la cabeza sobre los hombros es la muestra de mi respeto por ti y por tu vínculo con los espíritus, pero falta a mi autoridad de nuevo y me replantearé si tu cabeza está en el lugar adecuado.
Urtoroth, incapaz de moverse, miraba impotente como el Gran Lobo se acercaba al cuerpo de su amigo, indefenso e inerme. El Lobo Pálido, cómo llamaba su abuelo Droboroth a aquél enorme animal, era el símbolo de la familia. Todos los miembros de pleno derecho tenían un Lobo Pálido con el que convivían, que les servía de montura, pero que no era su esclavo. Sino el recuerdo en vida de que se habían enfrentado a un juez más implacable que la justicia del orco: la naturaleza de la supervivencia animal.
En esta ocasión, el Lobo Pálido había derrotado al aspirante, pero no parecía tener intención de cobrarse su vida. Urtoroth apretaba los dientes nervioso, pero algo en su interior le decía que todo acabaría con bien para su amigo y hermano, Graktak. Su abuelo se agachó junto a él. Enorme como era, empequeñecía a Urtoroth mientras le susurraba al oído:
- ¿Qué opinas Urt? ¿Qué hará el gran Lobo Pálido? ¿Crees que tu hermano es digno de sobrevivir?
Urtoroth volvió sus ojos entrecerrados a su padre, quien miraba con gesto pétreo a su hermano. Urtoroth se fijó que los puños de su padre, Urtangurth, estaban cerrados con una presión que hacía brotar sangre de las palmas ocultas de sus manos.
- Padre sabe que Graktak sobrevivirá. Yo también- afirmó el chiquillo-, pero eso no le hará valedor del Gran Lobo Pálido, Droboroth.
Droboroth enarcó una ceja, sorprendido. Se irguió, alto como un troll estirado, cogiendo a su hijo por la muñeca y puso el puño sangrante frente al rostro de Urtangurth.
- Graktak ha fallado, Urtangurth- escupió con gesto airado, ante el padre de Urtoroth- Urtoroth será tu mejor heredero y nuestro mejor valor… - miró a Urtoroth de reojo- …si supera la prueba del Lobo Pálido.
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El Gran Lobo Pálido giraba en torno al joven de piel azulada.
- Te has hecho viejo, Lobo Pálido, y ahora yo soy quien manda- gruñó el orco en voz baja.
- No te fíes- escuchó Urtoroth en su cabeza-. Las canas no se ven si tu pelo es blanco.
El animal saltó sobre él con una velocidad pasmosa y lanzó una terrible dentellada al hombro descubierto. La herida comenzó a sangrar. Un rasguño calculado. Una advertencia.
- No bajes la guardia, jovenzuelo.
- Aún estoy en pie, ¿no?
Durante un instante le pareció que el lobo había fruncido el ceño. Una impresión causada por el dolor y la fatiga, supuso. No tenía heridas de importancia, pero un sentimiento interno le decía que estaba a merced del icono familiar. Un chamán se asomaba curioso por entre los espectadores de primera fila. Reshgarth lo devolvió a su sitio con un codazo en el vientre mientras en la boca del abuelo de Urtoroth asomaba un esbozo de atisbo de media sonrisa con un gruñido severo y prolongado que llenó de orgullo a Urtangurth, quien asentó su cruce de brazos con más fuerza aún. Droboroth preguntó con cierta sorpresa al círculo chamánico reunido:
- Chamanes, ¿habla el Lobo Pálido con el aspirante?
- Así parece, mi señor- contestó de inmediato un frustrado Resgarth- Hace generaciones que esto no ocurre. Desde...
- …desde que le sucediera a mi propio abuelo…- concluyó Droboroth.
Urtangurth se giró hacia su padre con gesto confundido. Nadie le había contado que el abuelo de su padre, cuyo nombre había quedado perdido en la vorágine del tiempo, había sido tocado por la divinidad del Lobo Pálido como uno de los elegidos para ser depositario de la Voz. Sin embargo, el rostro del abuelo de Urtoroth parecía, en ese momento, labrado en piedra.
- ¿Por qué yo no sabía nada de eso, padre?
- Porque no era asunto tuyo, Urtangurth. Atiende a la prueba de tu hijo y sabrás la verdad en su momento- clavó la punta de su hacha de hoja blanca en la piedra sobre la que contemplaban a su nieto, resquebrajándola.
Urtangurth se revolvió de mala gana, sabiéndose ajeno a u propia historia, pero su atención se dirigió hacia el terreno a sus pies, donde Urtoroth se estiraba todo lo posible, levantando su hacha por encima de su cabeza. Un hacha de piedra enorme, que podía levantar con una sola mano, amenazante.
- Chico, no me amenaces…- escuchó la Voz en su cabeza de nuevo.
- No es una amenaza. Jamás amenazaría al tótem de mi familia- respondió presto-. Es una muestra de respeto. Mi arma sobre ambos: tú y yo.
- Eres listo, joven. Como tu bisabuelo. Pero no llevas la marca de la oscuridad que puse a prueba hace décadas… ve con tu familia ahora, Urtoroth. Serás conocido como “El Viejo” entre quienes te respeten.
- Será un honor recibir el nombre que me has otorgado.
- Una vez fui grande, Urtoroth El Viejo, pero un antepasado tuyo causó mi caída y la del clan entero. Tu abuelo y tu padre se han encargado de retomar el buen camino. Y tú seguirás el camino de nieve entre las montañas.
Para sorpresa de todos, el Lobo Pálido, agachó la cabeza, dobló las patas y tendió los cuartos delanteros ante Urtoroth, ofreciendo la cabeza en señal de sumisión. El joven orco, bajó el hacha lentamente y se arrodilló ante el Lobo Pálido, que se arrastró hasta que el orco pudo acariciar la parte posterior de la cabeza del tótem familiar. Sin mediar más palabras pero con una clara duda en el corazón, Urtoroth se retiró y, tras unos pasos, resultado de la extenuación, se desplomó, agotado, pero no rendido.
- Ha quedado patente que mi nieto es uno entre mil. Hijo, has hecho un buen trabajo con él- murmuró con orgullo velado el viejo orco. Arrancó la gigantesca hacha de la piedra en la que la había clavado y la cargó al hombro derecho-. Ahora recogedle de ahí. ¡Es hora de celebrarlo!
Re: La Familia Lobopálido
- Abuelo, El Lobo Pálido habló de un antepasado nuestro que le hizo caer-. Preguntó Urtoroth a Droboroth durante la cena- ¿A quién se refería?- El orco se volvió con el gesto enfurruñado.
- ¿Dices que el tótem habló contigo?- preguntó fingiendo desconocimiento.
Urtoroth asintió con seguridad y despreocupación.
- Sí. Me dio un nombre y una misión, pero no sé de quién me hablaba y creo que merezco que me lo cuentes.
- Por supuesto, aunque es una deshonra para nuestra familia, que un pariente tan cercano como mi abuelo deshonrara al Lobo Pálido.
Hizo un gesto a su hijo invitándole a acercarse a ellos dos.
- Urtangurth, hay algo que no sabéis de mi abuelo y que el clan calla- comenzó, una vez Urtangurth se hubo aposentado a su lado- ¡Y algo que todos deberíais saber!- concluyó gritando a todos los hermanos presentes allí.
La congregación levantó los ojos de la cena, prestando atención al líder del clan. Gestos de orgullo al mirarles, tres generaciones de Lobopálido allí reunidos por primera vez desde hacía cien o ciento cincuenta años, se estrellaban en el rostro del abuelo guerrero. Ahora sin armadura y aún así de impresionante tamaño, Urtangurth se levantó de la silla, apuró la cerveza de un trago y escupió al hogar, donde el fuego se alimentaba de la madera recogida.
- Mi abuelo, hace muchos años, derribó al Lobo Pálido- comenzó.
Muchos aplaudieron, pero los más ancianos y los chamanes guardaron silencio. Reshgarth esbozó media sonrisa. Los más jóvenes se preguntaban porqué.
- No te rías, chamán- gruñó el jefe sin mirarle.- No habrá carne para ti esta noche. No de mi sangre.
Reshgarth asintió convencido y complacido.
- No busco tu sangre, sino tu compromiso, Jefe.
- Así será, Reshgarth. Llevamos muchos años viajando juntos y tu entre todos sabes la verdad, pues lo viste con tus ojos de anciano.
- Cuéntalo, Jefe- aprobó el místico- Tuyo es el derecho y la palabra.
Urtangurth rió con fuerza una sola vez. La primera en toda la vida de Urtoroth.
- Mi abuelo Mog’Thorak, el Sombrío, como se le conoce ahora deshonró a su familia en su prueba.
Un murmullo de sorpresa recorrió el comedor.
- Derribó al Lobo. No con armas, sino con brujería. Impunemente y frente al jurado. Y escupió sobre el tótem caído. Se revolvió contra el jurado y le retó. Poderoso como era, nadie le pudo hacer frente. Tomó para sí el poder del clan, que ostentaba mi bisabuelo, Oth’Dhurak y sometió al clan durante años. La historia cayó en el olvido. No se podía dar muestras de la debilidad de aquél jurado que Reshgarth y yo mismo hemos tratado de restablecer sin éxito durante mucho tiempo. Y ahora la misión es de mi nieto… Urtoroth. Bien sabe que es dura, ¡pero ya parte con mucho trabajo hecho!
- ¿Dices que el tótem habló contigo?- preguntó fingiendo desconocimiento.
Urtoroth asintió con seguridad y despreocupación.
- Sí. Me dio un nombre y una misión, pero no sé de quién me hablaba y creo que merezco que me lo cuentes.
- Por supuesto, aunque es una deshonra para nuestra familia, que un pariente tan cercano como mi abuelo deshonrara al Lobo Pálido.
Hizo un gesto a su hijo invitándole a acercarse a ellos dos.
- Urtangurth, hay algo que no sabéis de mi abuelo y que el clan calla- comenzó, una vez Urtangurth se hubo aposentado a su lado- ¡Y algo que todos deberíais saber!- concluyó gritando a todos los hermanos presentes allí.
La congregación levantó los ojos de la cena, prestando atención al líder del clan. Gestos de orgullo al mirarles, tres generaciones de Lobopálido allí reunidos por primera vez desde hacía cien o ciento cincuenta años, se estrellaban en el rostro del abuelo guerrero. Ahora sin armadura y aún así de impresionante tamaño, Urtangurth se levantó de la silla, apuró la cerveza de un trago y escupió al hogar, donde el fuego se alimentaba de la madera recogida.
- Mi abuelo, hace muchos años, derribó al Lobo Pálido- comenzó.
Muchos aplaudieron, pero los más ancianos y los chamanes guardaron silencio. Reshgarth esbozó media sonrisa. Los más jóvenes se preguntaban porqué.
- No te rías, chamán- gruñó el jefe sin mirarle.- No habrá carne para ti esta noche. No de mi sangre.
Reshgarth asintió convencido y complacido.
- No busco tu sangre, sino tu compromiso, Jefe.
- Así será, Reshgarth. Llevamos muchos años viajando juntos y tu entre todos sabes la verdad, pues lo viste con tus ojos de anciano.
- Cuéntalo, Jefe- aprobó el místico- Tuyo es el derecho y la palabra.
Urtangurth rió con fuerza una sola vez. La primera en toda la vida de Urtoroth.
- Mi abuelo Mog’Thorak, el Sombrío, como se le conoce ahora deshonró a su familia en su prueba.
Un murmullo de sorpresa recorrió el comedor.
- Derribó al Lobo. No con armas, sino con brujería. Impunemente y frente al jurado. Y escupió sobre el tótem caído. Se revolvió contra el jurado y le retó. Poderoso como era, nadie le pudo hacer frente. Tomó para sí el poder del clan, que ostentaba mi bisabuelo, Oth’Dhurak y sometió al clan durante años. La historia cayó en el olvido. No se podía dar muestras de la debilidad de aquél jurado que Reshgarth y yo mismo hemos tratado de restablecer sin éxito durante mucho tiempo. Y ahora la misión es de mi nieto… Urtoroth. Bien sabe que es dura, ¡pero ya parte con mucho trabajo hecho!
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