Camino a la Oscuridad
Recios :: JUEGOS :: World of Warcraft :: [WoW] Rol
Página 1 de 1.
Camino a la Oscuridad
Hacía pocos días que me dirigía hacia la capital. En esta ocasión, volvía de una importante misión de purificación. Nos hallábamos en guerra contra la plaga. Tiempo atrás habían surgido rumores sobre el regreso del desaparecido hijo del Rey Therenas de Lordaeron, Arthas Menethil; y con él una grave amenaza de una nueva plaga sobre nuestro mundo.
Los rumores dieron paso a revelaciones por parte de los chamanes de las tribus, alteraciones naturales percibidas por los druidas y fluctuaciones en la magia percibidas por los estudiosos de las misma.
En consecuencia, se nos había llamado a las armas. Debíamos aunar esfuerzos para detener lo que preveíamos terminaría con nosotros de no ser así.
Había comenzado a desplegarse nuevamente la peste desde las ahora denominadas Tierras de la Peste del Este con gran virulencia, provocando ataques eventuales a las ciudades más importantes por parte de necrófagos, abominaciones y enfermedades procedentes de los mismos que ponían aún más en peligro nuestras vidas.
Eran vertidas por ciudadelas que sobrevolaban las afueras de las ciudades dejando un ambiente de desesperación, agonía y caos a su paso.
Al no hallar aún una posible cura al respecto de dicha amenaza, los más ávidos guerreros y caballeros, intentaban detener su avance de la mejor forma que podían, siendo ayudados por servidores de la luz, las sombras, los espíritus y los medios naturales que estaban en nuestras manos.
Faltaban poco tiempo para estar en las inmediaciones del “Bosque de la Canción Eterna”, a las afueras de Lunargenta, nuestra ciudad principal, donde finalizaría mi corto viaje tras varios días de batalla sin apenas descanso.
En cuanto el dracohalcón sobre el que volaba hacia la ciudad se posó en tierra firme, comencé a rebuscar en mis bolsas. Saqué un cepillo dorado de cerdas rígidas, confeccionadas con bigotes de pantera y un pequeño espejo. Comprobé mi estado. Lucía un cansancio casi enfermizo. Mis brillantes ojos verdes lucían algo apagados y la fatiga bajo los mismos se apreciaba con claridad. Cepille con cuidado mi cabello y volví a mirar el espejo. Tenía un aspecto bastante lamentable. Me atusé mi dorada melena una vez más con las manos y la recogí con un pasador de ribetes dorados y brillantes escarlata.
Guardé con mimo los útiles de belleza en mis bolsas y me acerqué a los establos para recoger a mi zancudo y partir hacia la ciudad, que tenía sus puertas a pocos metros.
A pesar de estar comenzando una guerra con visión de futuro más en nuestra contra que otra cosa, nuestra ciudad era de las menos castigadas y por ende la más tranquila.
Una vez estuve a salvo tras sus puertas, mi corazón parecía comenzar a latir de nuevo, pues anhelaba reencontrar sus latidos con los de mi compañero de batallas, Sergestus.
El ambiente de la ciudad parecía más tenso de lo habitual en estos casos. Notaba como los relucientes ojos de los ciudadanos se clavaban a mis espaldas con gesto de tristeza, pena e incluso envidia a mi paso por las calles de la ciudad. Pero no les daba mayor importancia, al fin y al cabo, no tenía de que preocuparme. O eso pensaba.
Paseaba al trote con mi zancudo por el “Camino de los Ancestros”, pensando que no eran más que imaginaciones mías lo que sucedía en la ciudad. Cerca ya de “El Intercambio Real”, donde tenía mi residencia, me percaté de que las escobas que antes bailaban con gracia y magia dejando lustrosa nuestra hermosa ciudad, se hallaban destartaladas, carentes de vida alguna y esparcidas por los suelos de la zona, como si hubiese pasado un elekk furioso sobre ellas.
Esto comenzó a preocuparme, pues la situación se agravaba más según me aproximaba a mi hogar.
Me detuve delante del portón de lo que un día fuera mi casa.
Se hallaba descuidado, carente de brillo alguno y su anterior tonalidad dorada, en estos momentos semejaba más a la corteza de un viejo árbol que a un lujoso portón dorado de una ciudad elfa.
El portón estaba entreabierto y por él se colaban alimañas y restos de suciedad, como si de una indicación en un mapa se tratasen.
Bajé de mi zancudo horrorizada, y con mucha cautela me deslicé por el estrecho hueco que existía entre las dos partes del portón.
Una vez estuve dentro, no pude si no escandalizarme más todavía. La espléndida sala principal de la que años atrás hacíamos gala en las reuniones sociales tan frecuentes en aquellos tiempos, tenía un aspecto casi peor que el que yo lucía en estos momentos. El mobiliario había desaparecido casi por completo, las lámparas de araña que colgaban del techo se hallaban destrozadas en el suelo y su tonalidad dorada había sido sustituida por un color verdoso procedente de las enredaderas que se colaban por los grandes ventanales ahora cubiertos de polvo.
Cuando todavía no había asimilado la situación actual de lo que yo consideraba mi hogar hasta hacía sólo un par de meses, un quejido procedente del tímido movimiento del portón principal me sacó de mis horribles pensamientos ante lo que mis ojos contemplaban con amargura en ese momento.
Se trataba de uno de mis mentores. Por su aspecto, diría que lo que fuese que le sucedió a mi casa, le cogió igual de desprevenido a él también.
Se acercó con paso lento y dubitativo y se quedo frente a mí. Hizo una reverencia y comenzó a hablar.
- Hermana…Lithkariel…Valesh… - hizo una breve pausa y prosiguió – cuanto lo siento. Todas sus fuerzas luchaban a favor de la luz…pero finalmente venció la oscuridad. Tu fiel compañero, Sergestus, desapareció hace un par de semanas tras la visita de unos extraños que pueblan nuestras ciudades. Nadie sabe hacia donde partió ni el motivo. Pero no logramos localizarle por ningún medio. A ojos de la luz y de sus servidores ha desaparecido… - volvió a hacer una pausa para contemplar mi rostro- para siempre.
En esos momentos, me quedé paralizada en el sitio, mientras las corrientes de aire que circulaban entre los grandes ventanales y el portón principal hacían que las hojas resecas se arremolinasen a mis pies envolviéndome con su carencia de vida, como todo aquel lugar. Lentamente, me deslicé hacia el suelo, caí hundiendo la cabeza en mis rodillas y rompí a llorar. A pesar de la inexpresividad que caracterizaba el rostro de mi mentor, pude percibir su sorpresa ante mi reacción, pues mi trabajo era precisamente ese. Ayudar a quien necesitase de mis dotes curativas o quien se encontrase en la situación que me hallaba yo en estos momentos, infundiendo ánimos y sin dejarme vencer en ningún momento por la debilidad de una pérdida.
Se oyeron de nuevo unos pasos. Alcé levemente la vista y pude divisar la figura de un caballero a las puertas. Mis ojos, húmedos y enrojecidos no me dejaban diferenciar su apariencia del todo…se me iluminó el rostro por unos segundos y pude decir con un hilo de voz
- Ser…ges…tus…?
- Querida…- dijo el caballero – cuanto lo siento…
Apoyé la barbilla sobre las rodillas nuevamente y mientras mis ojos se perdían entre las grietas de las paredes, las lágrimas se deslizaban por mis mejillas sin control.
- Vamos…Lithkariel…sabes que no lo permitiría…vamos…levantaos – ordenó con voz melodiosa y llena de ternura
Seguía con la mirada perdida, petrificada entre el frío abrigo de las hojas secas del suelo que ahora me arropaban con desdén. Ante mi ausencia de respuesta, el caballero cruzó la puerta, se arrodilló a mi lado, me cogió en brazos y me sacó de aquella fría estancia.
Había perdido ya la noción del tiempo y del espacio cuando me subió a su impecable corcel de armadura escarlata para dirigirnos hacia la “Aguja Furia del Sol”. Una vez allí, volvió a cogerme en brazos para aproximarnos hasta el orbe de traslado que nos llevaría a la ciudad presidida por Lady Sylvanas, Entrañas.
Los rumores dieron paso a revelaciones por parte de los chamanes de las tribus, alteraciones naturales percibidas por los druidas y fluctuaciones en la magia percibidas por los estudiosos de las misma.
En consecuencia, se nos había llamado a las armas. Debíamos aunar esfuerzos para detener lo que preveíamos terminaría con nosotros de no ser así.
Había comenzado a desplegarse nuevamente la peste desde las ahora denominadas Tierras de la Peste del Este con gran virulencia, provocando ataques eventuales a las ciudades más importantes por parte de necrófagos, abominaciones y enfermedades procedentes de los mismos que ponían aún más en peligro nuestras vidas.
Eran vertidas por ciudadelas que sobrevolaban las afueras de las ciudades dejando un ambiente de desesperación, agonía y caos a su paso.
Al no hallar aún una posible cura al respecto de dicha amenaza, los más ávidos guerreros y caballeros, intentaban detener su avance de la mejor forma que podían, siendo ayudados por servidores de la luz, las sombras, los espíritus y los medios naturales que estaban en nuestras manos.
Faltaban poco tiempo para estar en las inmediaciones del “Bosque de la Canción Eterna”, a las afueras de Lunargenta, nuestra ciudad principal, donde finalizaría mi corto viaje tras varios días de batalla sin apenas descanso.
En cuanto el dracohalcón sobre el que volaba hacia la ciudad se posó en tierra firme, comencé a rebuscar en mis bolsas. Saqué un cepillo dorado de cerdas rígidas, confeccionadas con bigotes de pantera y un pequeño espejo. Comprobé mi estado. Lucía un cansancio casi enfermizo. Mis brillantes ojos verdes lucían algo apagados y la fatiga bajo los mismos se apreciaba con claridad. Cepille con cuidado mi cabello y volví a mirar el espejo. Tenía un aspecto bastante lamentable. Me atusé mi dorada melena una vez más con las manos y la recogí con un pasador de ribetes dorados y brillantes escarlata.
Guardé con mimo los útiles de belleza en mis bolsas y me acerqué a los establos para recoger a mi zancudo y partir hacia la ciudad, que tenía sus puertas a pocos metros.
A pesar de estar comenzando una guerra con visión de futuro más en nuestra contra que otra cosa, nuestra ciudad era de las menos castigadas y por ende la más tranquila.
Una vez estuve a salvo tras sus puertas, mi corazón parecía comenzar a latir de nuevo, pues anhelaba reencontrar sus latidos con los de mi compañero de batallas, Sergestus.
El ambiente de la ciudad parecía más tenso de lo habitual en estos casos. Notaba como los relucientes ojos de los ciudadanos se clavaban a mis espaldas con gesto de tristeza, pena e incluso envidia a mi paso por las calles de la ciudad. Pero no les daba mayor importancia, al fin y al cabo, no tenía de que preocuparme. O eso pensaba.
Paseaba al trote con mi zancudo por el “Camino de los Ancestros”, pensando que no eran más que imaginaciones mías lo que sucedía en la ciudad. Cerca ya de “El Intercambio Real”, donde tenía mi residencia, me percaté de que las escobas que antes bailaban con gracia y magia dejando lustrosa nuestra hermosa ciudad, se hallaban destartaladas, carentes de vida alguna y esparcidas por los suelos de la zona, como si hubiese pasado un elekk furioso sobre ellas.
Esto comenzó a preocuparme, pues la situación se agravaba más según me aproximaba a mi hogar.
Me detuve delante del portón de lo que un día fuera mi casa.
Se hallaba descuidado, carente de brillo alguno y su anterior tonalidad dorada, en estos momentos semejaba más a la corteza de un viejo árbol que a un lujoso portón dorado de una ciudad elfa.
El portón estaba entreabierto y por él se colaban alimañas y restos de suciedad, como si de una indicación en un mapa se tratasen.
Bajé de mi zancudo horrorizada, y con mucha cautela me deslicé por el estrecho hueco que existía entre las dos partes del portón.
Una vez estuve dentro, no pude si no escandalizarme más todavía. La espléndida sala principal de la que años atrás hacíamos gala en las reuniones sociales tan frecuentes en aquellos tiempos, tenía un aspecto casi peor que el que yo lucía en estos momentos. El mobiliario había desaparecido casi por completo, las lámparas de araña que colgaban del techo se hallaban destrozadas en el suelo y su tonalidad dorada había sido sustituida por un color verdoso procedente de las enredaderas que se colaban por los grandes ventanales ahora cubiertos de polvo.
Cuando todavía no había asimilado la situación actual de lo que yo consideraba mi hogar hasta hacía sólo un par de meses, un quejido procedente del tímido movimiento del portón principal me sacó de mis horribles pensamientos ante lo que mis ojos contemplaban con amargura en ese momento.
Se trataba de uno de mis mentores. Por su aspecto, diría que lo que fuese que le sucedió a mi casa, le cogió igual de desprevenido a él también.
Se acercó con paso lento y dubitativo y se quedo frente a mí. Hizo una reverencia y comenzó a hablar.
- Hermana…Lithkariel…Valesh… - hizo una breve pausa y prosiguió – cuanto lo siento. Todas sus fuerzas luchaban a favor de la luz…pero finalmente venció la oscuridad. Tu fiel compañero, Sergestus, desapareció hace un par de semanas tras la visita de unos extraños que pueblan nuestras ciudades. Nadie sabe hacia donde partió ni el motivo. Pero no logramos localizarle por ningún medio. A ojos de la luz y de sus servidores ha desaparecido… - volvió a hacer una pausa para contemplar mi rostro- para siempre.
En esos momentos, me quedé paralizada en el sitio, mientras las corrientes de aire que circulaban entre los grandes ventanales y el portón principal hacían que las hojas resecas se arremolinasen a mis pies envolviéndome con su carencia de vida, como todo aquel lugar. Lentamente, me deslicé hacia el suelo, caí hundiendo la cabeza en mis rodillas y rompí a llorar. A pesar de la inexpresividad que caracterizaba el rostro de mi mentor, pude percibir su sorpresa ante mi reacción, pues mi trabajo era precisamente ese. Ayudar a quien necesitase de mis dotes curativas o quien se encontrase en la situación que me hallaba yo en estos momentos, infundiendo ánimos y sin dejarme vencer en ningún momento por la debilidad de una pérdida.
Se oyeron de nuevo unos pasos. Alcé levemente la vista y pude divisar la figura de un caballero a las puertas. Mis ojos, húmedos y enrojecidos no me dejaban diferenciar su apariencia del todo…se me iluminó el rostro por unos segundos y pude decir con un hilo de voz
- Ser…ges…tus…?
- Querida…- dijo el caballero – cuanto lo siento…
Apoyé la barbilla sobre las rodillas nuevamente y mientras mis ojos se perdían entre las grietas de las paredes, las lágrimas se deslizaban por mis mejillas sin control.
- Vamos…Lithkariel…sabes que no lo permitiría…vamos…levantaos – ordenó con voz melodiosa y llena de ternura
Seguía con la mirada perdida, petrificada entre el frío abrigo de las hojas secas del suelo que ahora me arropaban con desdén. Ante mi ausencia de respuesta, el caballero cruzó la puerta, se arrodilló a mi lado, me cogió en brazos y me sacó de aquella fría estancia.
Había perdido ya la noción del tiempo y del espacio cuando me subió a su impecable corcel de armadura escarlata para dirigirnos hacia la “Aguja Furia del Sol”. Una vez allí, volvió a cogerme en brazos para aproximarnos hasta el orbe de traslado que nos llevaría a la ciudad presidida por Lady Sylvanas, Entrañas.
Ztromy- Forjador de Holocrones
- Juego : WoW
Clan : Clockwork Orange -EU Magtheridon
PJ principal : Aîvlis
Antigüedad : 03/09/2008
Mensajes : 3719
Edad : 39
Re: Camino a la Oscuridad
Nos encontrábamos ya en lo que un día fue el hogar de nuestro enemigo, Arthas Menethil, en las ruinas del Reino de Lordaeron. El caballero, me posó delicadamente en el suelo, donde quedé sentada apoyándome por instinto contra una pared.
- Mi bella dama, Lithkariel Valesh, despertad – comenzó a decir en un tono melodioso – habéis de saber que no debéis de perder la esperanza
Dichas estas palabras, reaccioné y comencé a prestarle algo más de atención.
- En realidad no creemos que halla desaparecido de la faz de la tierra - continuó – Entre los caballeros de la orden de la luz se han producido recientemente unos cambios bastante significativos tras la llegada de la nueva plaga y los mendigos que la misma arrastra. No son mendigos corrientes, milady. Tampoco están afectados por la plaga como cabría esperar. Son antiguos caballeros de la orden, demacrados y en sus últimos días
- Disculpad, caballero. No veo con claridad lo que queréis que comprenda, pues conozco en profundidad la fortaleza de los caballeros de la orden de la luz así como su devoción. En otro orden de cosas, si me permitís, sabéis demasiado acerca de mi pero ni vuestro nombre habéis mencionado en algún momento.
- Milady, dejadme que finalice. Toda información que pueda proporcionaros os será de utilidad respecto a vuestras pesquisas en pos de vuestro compañero.
- Mis más sinceras disculpas nuevamente por la interrupción, proseguid, caballero de la luz.
- Como os decía, bella dama… - hizo una pausa, a mi entender, para recordar por donde seguir sus relatos – estos mendigos, reconocidos como antiguos caballeros de la orden de la luz, antaño habían sido fieles servidores de la horda de Thrall. En una de las misiones de exploración por las Tierras de la Peste, fueron hechos prisioneros por un numeroso grupo de esbirros de Arthas. Recobraron la consciencia a los pocos días, aunque a juzgar por el resultado, muchos hubiesen deseado no haberlo hecho nunca. Arthas en persona se presentó en los calabozos donde se hallaban prisioneros. Desde ese momento no volvieron a ser los mismos. Sus brillantes y penetrantes ojos verdes se volvieron azules, fríos y carentes de vida y sentimiento alguno. Sus facciones se endurecieron notablemente y sus cabellos pasaron de la suavidad y belleza que les caracterizaba, a unos cabellos enmarañados y canos, sin brillo ni vitalidad. Cuando todavía no habían comprendido su cambio de aspecto tan repentino con sólo contemplar los ojos del Rey Exánime, éste pronunció unas breves e ininteligibles palabras. En ese instante, perdieron la razón, pasaron a servirle, cargar con odio contra la horda y la alianza y cometer los crímenes más atroces que se recuerdan en Azeroth y el Nuevo Mundo. Han sido reconocidos como Caballeros de la Muerte, pero la gente prefiere no nombrarles siquiera, pues temen su aparición casi más que la de la propia plaga.
No daba crédito a lo que escuchaban mis picudas y finas orejas élficas. No podía ser cierto. Sergestus jamás abandonaría la senda de la luz fuese Arthas quien fuese y todo el poder que pudiese de manejar. Antes, preferiría la muerte.
Se quedó mirando mi expresión esperando una reacción violenta quizás, pues su rostro pareció sorprendido ante mi pasividad y la continuidad a mi estado anterior.
- A juzgar por vuestra respuesta, milady, o más bien la ausencia de la misma no estoy seguro de si comprendéis el grado de amenaza que todo lo que os he contado supone. Además de la remota posibilidad de que vuestro caballero se halle entre sus filas.
Mis ojos volvieron a oscurecerse para terminar emanando lágrimas nuevamente, pero esta vez, en menor medida.
- Ha sido un día demasiado duro, mi bella Lithkariel. Deberíais descansar. Por desgracia, no puedo proporcionaros demasiadas comodidades en donde nos hallamos. Como bien sabréis, bajo este suelo que pisamos, se encuentra la misma ciudad de Entrañas donde reside Lady Sylvanas. Permitidme que os ayude a poneros en pie, a escasos metros se hallan las cloacas, uno de los sitios más seguros donde podremos pernoctar.
Asentí sin mucha emoción y caminé guiada por su brazo, que me sujetaba con firmeza por un hombro hacia las cloacas de la ciudad. No tardamos mucho en llegar, por lo que tras un gesto, me acomodé nuevamente en el suelo. De no ser por mi estado, lo más probable hubiese sido que me negase a pasar allí más de dos segundos. Aquel lugar emanaba un olor nauseabundo de procedencia desconocida, mezclado con las humedades que se filtraban por la multitud de grietas y la frialdad propia del empedrado y el halo que envolvía a la propia ciudad.
- Aquí estaréis a salvo en mi ausencia, joven sacerdotisa Sin Dorei. Descenderé hasta la ciudad en pos de provisiones y algunos paños que nos hagan más confortable el tiempo que aquí pasemos. Que la luz sea con vos, mi dama. Nos reencontraremos en cuanto termine en la ciudad.
Según termino la última frase, por unos momentos, pude sentir de nuevo mi corazón. Aquellas palabras eran tan familiares…dignas de Sergestus…pero mi esperanza se encontraba mucho más abajo ya que la ciudad hacia donde este extraño caballero se dirigía.
Desconozco si volvió, pues a los pocos minutos, perdida en mis cavilaciones, mis lágrimas y mi tristeza, caí rendida por el cansancio y el sueño de un día con demasiadas emociones.
- Mi bella dama, Lithkariel Valesh, despertad – comenzó a decir en un tono melodioso – habéis de saber que no debéis de perder la esperanza
Dichas estas palabras, reaccioné y comencé a prestarle algo más de atención.
- En realidad no creemos que halla desaparecido de la faz de la tierra - continuó – Entre los caballeros de la orden de la luz se han producido recientemente unos cambios bastante significativos tras la llegada de la nueva plaga y los mendigos que la misma arrastra. No son mendigos corrientes, milady. Tampoco están afectados por la plaga como cabría esperar. Son antiguos caballeros de la orden, demacrados y en sus últimos días
- Disculpad, caballero. No veo con claridad lo que queréis que comprenda, pues conozco en profundidad la fortaleza de los caballeros de la orden de la luz así como su devoción. En otro orden de cosas, si me permitís, sabéis demasiado acerca de mi pero ni vuestro nombre habéis mencionado en algún momento.
- Milady, dejadme que finalice. Toda información que pueda proporcionaros os será de utilidad respecto a vuestras pesquisas en pos de vuestro compañero.
- Mis más sinceras disculpas nuevamente por la interrupción, proseguid, caballero de la luz.
- Como os decía, bella dama… - hizo una pausa, a mi entender, para recordar por donde seguir sus relatos – estos mendigos, reconocidos como antiguos caballeros de la orden de la luz, antaño habían sido fieles servidores de la horda de Thrall. En una de las misiones de exploración por las Tierras de la Peste, fueron hechos prisioneros por un numeroso grupo de esbirros de Arthas. Recobraron la consciencia a los pocos días, aunque a juzgar por el resultado, muchos hubiesen deseado no haberlo hecho nunca. Arthas en persona se presentó en los calabozos donde se hallaban prisioneros. Desde ese momento no volvieron a ser los mismos. Sus brillantes y penetrantes ojos verdes se volvieron azules, fríos y carentes de vida y sentimiento alguno. Sus facciones se endurecieron notablemente y sus cabellos pasaron de la suavidad y belleza que les caracterizaba, a unos cabellos enmarañados y canos, sin brillo ni vitalidad. Cuando todavía no habían comprendido su cambio de aspecto tan repentino con sólo contemplar los ojos del Rey Exánime, éste pronunció unas breves e ininteligibles palabras. En ese instante, perdieron la razón, pasaron a servirle, cargar con odio contra la horda y la alianza y cometer los crímenes más atroces que se recuerdan en Azeroth y el Nuevo Mundo. Han sido reconocidos como Caballeros de la Muerte, pero la gente prefiere no nombrarles siquiera, pues temen su aparición casi más que la de la propia plaga.
No daba crédito a lo que escuchaban mis picudas y finas orejas élficas. No podía ser cierto. Sergestus jamás abandonaría la senda de la luz fuese Arthas quien fuese y todo el poder que pudiese de manejar. Antes, preferiría la muerte.
Se quedó mirando mi expresión esperando una reacción violenta quizás, pues su rostro pareció sorprendido ante mi pasividad y la continuidad a mi estado anterior.
- A juzgar por vuestra respuesta, milady, o más bien la ausencia de la misma no estoy seguro de si comprendéis el grado de amenaza que todo lo que os he contado supone. Además de la remota posibilidad de que vuestro caballero se halle entre sus filas.
Mis ojos volvieron a oscurecerse para terminar emanando lágrimas nuevamente, pero esta vez, en menor medida.
- Ha sido un día demasiado duro, mi bella Lithkariel. Deberíais descansar. Por desgracia, no puedo proporcionaros demasiadas comodidades en donde nos hallamos. Como bien sabréis, bajo este suelo que pisamos, se encuentra la misma ciudad de Entrañas donde reside Lady Sylvanas. Permitidme que os ayude a poneros en pie, a escasos metros se hallan las cloacas, uno de los sitios más seguros donde podremos pernoctar.
Asentí sin mucha emoción y caminé guiada por su brazo, que me sujetaba con firmeza por un hombro hacia las cloacas de la ciudad. No tardamos mucho en llegar, por lo que tras un gesto, me acomodé nuevamente en el suelo. De no ser por mi estado, lo más probable hubiese sido que me negase a pasar allí más de dos segundos. Aquel lugar emanaba un olor nauseabundo de procedencia desconocida, mezclado con las humedades que se filtraban por la multitud de grietas y la frialdad propia del empedrado y el halo que envolvía a la propia ciudad.
- Aquí estaréis a salvo en mi ausencia, joven sacerdotisa Sin Dorei. Descenderé hasta la ciudad en pos de provisiones y algunos paños que nos hagan más confortable el tiempo que aquí pasemos. Que la luz sea con vos, mi dama. Nos reencontraremos en cuanto termine en la ciudad.
Según termino la última frase, por unos momentos, pude sentir de nuevo mi corazón. Aquellas palabras eran tan familiares…dignas de Sergestus…pero mi esperanza se encontraba mucho más abajo ya que la ciudad hacia donde este extraño caballero se dirigía.
Desconozco si volvió, pues a los pocos minutos, perdida en mis cavilaciones, mis lágrimas y mi tristeza, caí rendida por el cansancio y el sueño de un día con demasiadas emociones.
Ztromy- Forjador de Holocrones
- Juego : WoW
Clan : Clockwork Orange -EU Magtheridon
PJ principal : Aîvlis
Antigüedad : 03/09/2008
Mensajes : 3719
Edad : 39
Re: Camino a la Oscuridad
Escuché un ruido. Había pasado bastante tiempo desde que me había quedado dormida. Ante mi una sombra. Cuando pude abrir bien los ojos, instintivamente me eché hacia atrás como si fuera un animal asustado. No había sido desafortunada mi reacción. Ante mi no se hallaba el paladín que me había conducido hasta allí, sino uno de los renegados ahora al servicio de la oscuridad. Sus intensos ojos azules relucían en la oscuridad de las cloacas dando un brillo mortecino a todo el lugar y una sensación de frialdad muy superior a la que ya poseía. No podía moverme. Había visto sus ojos. Dentro de mí luchaba por apartar la mirada al mismo tiempo que aumentaba mi deseo por mantener los ojos posados en los de aquel caballero oscuro. Era tal y como mi acompañante le había descrito. Frío, de facciones marcadas, cabellos enmarañados y canos, carente de toda vitalidad. Vestía una armadura oscura adornada con varias calaveras en relieve y la cual acompañaba de una espada con unas características nunca vistas antes. Lucía unas runas que parecían estar dotadas de vida, en oposición al portador de la espada, y las cuales desprendían un halo azulado, como la respiración de un humano ante el frío invernal.
Se aproximó a mí y me tendió la mano. Seguía sin poder moverme. No pronunció una sola palabra. Tomó mi mano, la besó y acto seguido parecí entender en un perfecto Thalassiano: “bienvenida a la oscuridad”. Me desmayé de nuevo.
Volví a despertarme, pero a juzgar por lo que me rodeaba, no seguía en las cloacas. Desperté en un camastro helado. La estancia estaba decorada en tonos azulados y oscuros, los cuales por alguna extraña razón notaba agradables y acogedores. En una mesita contigua al camastro, encontré una nota que decía también en Thalassiano: “cuando miréis más allá de lo que vuestros ojos pueden contemplar, bella Lithkariel, comprenderéis más de lo que deseariais conocer”
Tras releer la nota un par de veces noté como con sólo pronunciar mi nombre, sentía punzadas en el pecho y un dolor intenso por todo mi interior.
Extrañada, recorrí la estancia con la vista y acto seguido me aproximé a un espejo de grandes dimensiones que se encontraba apoyado contra la pared dado la vuelta. Con sorpresa y sin apenas esfuerzo, le di la vuelta y lo apoye de nuevo contra la pared.
Me asusté de tal manera al contemplar la imagen que éste me devolvía, que caí de espaldas al suelo.
No podía ser yo. Aquella no podía ser Lithkariel Valesh, la sacerdotisa Sin Dorei – otra punzada, otro escalofrío ardiente.
Lucía un vestido de un tejido bastante extraño en tonos azulados y negros, que dejaba mis hombros al aire, el cual no recordaba haber poseído nunca. Tenía un aspecto más deplorable de lo que recordaba. Mi piel pálida y suave, se había tornado demasiado lívida y dura para seguir viva…
Esta última frase me hizo alzar la vista y mirarme directamente a los ojos frente al espejo. El reflejo fue escalofriante. Mis ojos no eran verdes, eran de ese espectacular y gélido azul sin vida que viera en el desconocido caballero de las cloacas. Tal recuerdo comenzó a presionarme el pecho de tal forma, que noté como si alguien librase en mi interior una batalla sin fin, que me quemaba y me consumía a cada segundo. Por otro lado, mi larga y dorada melena había desaparecido para quedarse reducida a una media melena negra como la noche y de corte agresivo.
Seguí contemplando mi reflejo, por un lado con espanto, por el otro, con una media sonrisa de malicia que helaría la sangre a cualquiera que la combinase con el azul de mis ojos. Alcé la vista un poco más. A mi espalda aún contemplando la imagen que devolvía el espejo, pude observar como una armadura relucía nueva a mis espaldas, acompañada de una espada de hoja afilada adornada con una sucesión de runas azuladas. A su lado colgaba un pergamino que rezaba:
“Bienvenida a nuestra orden, Lady Lith Varenna. Recoged las bolsas que encontrareis cerca de vuestra armadura y con éste pergamino en las manos, presentaos ante vuestro nuevo señor, Arthas Menethil. Que la oscuridad os guíe, milady”
-----------------------------------------
- Bueno, aquí os queda la presentación de mi preciosa DK que en pocos díasestará maltratando estareis adorando por el juego
Se aproximó a mí y me tendió la mano. Seguía sin poder moverme. No pronunció una sola palabra. Tomó mi mano, la besó y acto seguido parecí entender en un perfecto Thalassiano: “bienvenida a la oscuridad”. Me desmayé de nuevo.
Volví a despertarme, pero a juzgar por lo que me rodeaba, no seguía en las cloacas. Desperté en un camastro helado. La estancia estaba decorada en tonos azulados y oscuros, los cuales por alguna extraña razón notaba agradables y acogedores. En una mesita contigua al camastro, encontré una nota que decía también en Thalassiano: “cuando miréis más allá de lo que vuestros ojos pueden contemplar, bella Lithkariel, comprenderéis más de lo que deseariais conocer”
Tras releer la nota un par de veces noté como con sólo pronunciar mi nombre, sentía punzadas en el pecho y un dolor intenso por todo mi interior.
Extrañada, recorrí la estancia con la vista y acto seguido me aproximé a un espejo de grandes dimensiones que se encontraba apoyado contra la pared dado la vuelta. Con sorpresa y sin apenas esfuerzo, le di la vuelta y lo apoye de nuevo contra la pared.
Me asusté de tal manera al contemplar la imagen que éste me devolvía, que caí de espaldas al suelo.
No podía ser yo. Aquella no podía ser Lithkariel Valesh, la sacerdotisa Sin Dorei – otra punzada, otro escalofrío ardiente.
Lucía un vestido de un tejido bastante extraño en tonos azulados y negros, que dejaba mis hombros al aire, el cual no recordaba haber poseído nunca. Tenía un aspecto más deplorable de lo que recordaba. Mi piel pálida y suave, se había tornado demasiado lívida y dura para seguir viva…
Esta última frase me hizo alzar la vista y mirarme directamente a los ojos frente al espejo. El reflejo fue escalofriante. Mis ojos no eran verdes, eran de ese espectacular y gélido azul sin vida que viera en el desconocido caballero de las cloacas. Tal recuerdo comenzó a presionarme el pecho de tal forma, que noté como si alguien librase en mi interior una batalla sin fin, que me quemaba y me consumía a cada segundo. Por otro lado, mi larga y dorada melena había desaparecido para quedarse reducida a una media melena negra como la noche y de corte agresivo.
Seguí contemplando mi reflejo, por un lado con espanto, por el otro, con una media sonrisa de malicia que helaría la sangre a cualquiera que la combinase con el azul de mis ojos. Alcé la vista un poco más. A mi espalda aún contemplando la imagen que devolvía el espejo, pude observar como una armadura relucía nueva a mis espaldas, acompañada de una espada de hoja afilada adornada con una sucesión de runas azuladas. A su lado colgaba un pergamino que rezaba:
“Bienvenida a nuestra orden, Lady Lith Varenna. Recoged las bolsas que encontrareis cerca de vuestra armadura y con éste pergamino en las manos, presentaos ante vuestro nuevo señor, Arthas Menethil. Que la oscuridad os guíe, milady”
-----------------------------------------
- Bueno, aquí os queda la presentación de mi preciosa DK que en pocos días
Ztromy- Forjador de Holocrones
- Juego : WoW
Clan : Clockwork Orange -EU Magtheridon
PJ principal : Aîvlis
Antigüedad : 03/09/2008
Mensajes : 3719
Edad : 39
El Encuentro
Me enfundé la extraña armadura que lucía apoyada en la pared de aquel lugar. No podría llamársele habitación, pues mas bien parecía un calabozo. Tras coger cuidadosamente el yelmo apoyado en el suelo, la espada y la nota comencé a sentir algo que jamás olvidaría y me recorrería el interior durante mucho tiempo.
Era una sensación de frío ardiente, que comenzaba en la mano que tenía cuenta del yelmo y se iba extendiendo ágilmente por todo mi ser, dejando a su paso sed de odio, venganza, destrucción…todo aquello contra lo que juré proteger a mi pueblo en la dedicación al sacerdocio.
Por respeto a mi nuevo señor, no llevaría puesto el yelmo en la presentación ante él, pero antes de salir decidí comprobar como luciría mi esbelta figura con tal atuendo.
Dejé la nota en el camastro metálico, apoyé la espada con suavidad contra el mismo y me puse el yelmo. Acto seguido, tomé la espada entre mis delgadas manos y me contemplé en el gran espejo.
Era una imagen espeluznante. La armadura de un gris envejecido, llena de calaveras lucía férrea e impenetrable. Por su parte, el yelmo dejaba entrever mis azulados y gélidos ojos tras una oscuridad absoluta. Reparé en mi espada. Jamás poseyera una, pues en las artes del sacerdocio utilizábamos nuestra magia curativa como arma y en ayuda alguna daga o bastón. Las runas que poseía comenzaron a brillar y cobrar vida, al tiempo que a mi mente venían recuerdos de aquel extraño caballero de las cloacas y sus únicas palabras “bienvenida a la oscuridad”.
Mis cavilaciones fueron interrumpidas por un golpe seco en la puerta.
- Milady, Lith…- un silencio sepulcral
A penas tuve tiempo de quitarme el yelmo, por lo que la voz del otro lado, abrió la puerta y me contempló con mi nuevo atuendo desde el umbral.
- Vaya…parece que ha sido un buen trabajo – rió tras su oscuro yelmo – no es necesario que ante mi presencia os despojeis del yelmo, pero si cuando os dirijais a vuestro señor.
Le acompañaba un caballero de sus mismas características pero con una armadura muy similar a la mía. Parecía, pese a su aspecto frío y pétreo, que sentía cierta timidez o vergüenza quizás ante mi.
- He de presentaros a un futuro compañero, milady. En pocos días deberíais presentaros ante el Rey Exánime tanto vosotros como otros iniciados.
Volvió a quedarse en silencio repentinamente, como si advirtiera algo que no consideraba digno o quizás adecuado dentro de sus planes. Dio un leve empujón a su acompañante y ambos traspasaron el umbral de la puerta, cerrándola tras de sí.
Haciendo una indicación con la cabeza, ordenó a su acompañante ponerse a mi lado. Quedándose en frente nuestra y adoptando una actitud un tanto hostil ante nosotros, comenzó a decir:
- Todos empezáis igual, tenéis quizás vagos recuerdos de vuestro pasado y soñáis con una muerte rápida e indolora por ver como poco a poco traicionáis lo que un día fuisteis. Pero eso jamás llegará. Ahora no servís a Thrall, necios. Ahora vuestro único Rey será Arthas, el Rey Exánime. Ese será vuestro orgulloso futuro, lleno de victorias y poder!
De pronto una voz, que asemejaba la de los no-muertos que poblaban Azeroth, hizo su aparición en escena sin rasgos de presencia física. Un escalofrío recorrió todo mi ser, haciéndome sentir vacía, humillada y completamente deshecha, como nunca antes lo había sentido. El acompañante del caballero, se agarraba el pecho con fuerza, pues parecía que allí afectaba su dolor por esa voz. Me giré y le miré a los ojos. En ese momento, con gesto de horror, cayó al suelo de rodillas apretándose más aun el pecho por encima de la gruesa armadura. Al mismo tiempo, recibí una punzada de aviso en caso de seguir mirándole de esa manera.
- Buena actuación Mograine, es suficiente. Observa la escena, tus palabras no son comparables al dolor que sienten estos dos iniciados sin saber bien por qué.
- Mis disculpas, señor.
- Como bien averiguareis, siempre estoy sobre mis fieles caballeros, orientando su propósito con ayuda de sus superiores. Tenedlo presente, pues cualquier ápice de traición por vuestra parte será percibida casi antes de que surque vuestras débiles mentes. La presentación se realizará lejos de aquí en un par de días, aunque éste será vuestro hogar.
De pronto, un calor sofocante inundó la estancia, haciéndonos si cabe más difícil respirar. La voz había desaparecido. Era espeluznante.
Una voz salida de la nada, controlaba nuestros actos y casi nuestros pensamientos, obligándonos a cometer actos de crueldad inimaginable…
un momento…de donde provenía esta revelación? Volví a girarme hacia el ya repuesto caballero, volví a mirarle y mientras me clavaba sus relucientes ojos azulados escuché unas palabras dentro de mi mente en Thalassiano:
- Éste es el precio a pagar…telepatía quizás o control mental?
Mograine, que así se llamaba nuestro futuro maestro, parecía enfadado en estos momentos. Era comprensible, pues era un mentor humano y nosotros dos elfos, no podía comprender el idioma.
Escuchamos su pensamiento de ira “no soy quien de cuestionar ordenes, pero darles ventaja a estos insignificantes discípulos por diferencias idiomáticas puede presentarnos algún inconveniente. En cualquier caso, es voluntad de mi señor…”
- He olvidado haceros las presentaciones, pues deberíais saber vuestros nombres ya que pasareis mucho tiempo combatiendo juntos. Lady Lith Varenna, os presento a Sir Sergerus. Desde ahora seréis fieles compañeros y combatientes Caballeros de la Muerte al servicio del Rey Exánime.
Escuchar estas palabras provocó un torbellino de sensaciones y dolor por todo mi interior: …”Lady Lith Varenna…Sir Sergerus…”
Mi mente se bloqueó por completo y como único recuerdo afloró en ella una extraña elfa de cabellos dorados, esbelta y de tez pálida, tendida sobre el frío suelo de las cloacas mientras era contemplada por un caballero de la muerte.
Esa imagen era un recuerdo, pero no lograba identificar a los dos seres.
En estos momentos y tras la penetrante y atenta mirada de mi superior, Mograine, solo cabía en mi mente mi destino “A las órdenes del Rey Exánime, señor de la oscuridad. Toda muerte, toda acción, todo pensamiento a favor de mi señor”
No existía más mundo antes de todo eso. Sólo punzadas interminables al corazón que me consumían por dentro cada vez que contemplaba fijamente a mi compañero…Sergerus…
Por unos segundos salí de mis ensoñaciones, liberé mi mente por completo y contemplé la escena. Mi nuevo compañero y yo nos hallábamos arrodillados en señal de respeto ante Mograine, ambos con una mano al pecho en señal de dolor.
Era una sensación de frío ardiente, que comenzaba en la mano que tenía cuenta del yelmo y se iba extendiendo ágilmente por todo mi ser, dejando a su paso sed de odio, venganza, destrucción…todo aquello contra lo que juré proteger a mi pueblo en la dedicación al sacerdocio.
Por respeto a mi nuevo señor, no llevaría puesto el yelmo en la presentación ante él, pero antes de salir decidí comprobar como luciría mi esbelta figura con tal atuendo.
Dejé la nota en el camastro metálico, apoyé la espada con suavidad contra el mismo y me puse el yelmo. Acto seguido, tomé la espada entre mis delgadas manos y me contemplé en el gran espejo.
Era una imagen espeluznante. La armadura de un gris envejecido, llena de calaveras lucía férrea e impenetrable. Por su parte, el yelmo dejaba entrever mis azulados y gélidos ojos tras una oscuridad absoluta. Reparé en mi espada. Jamás poseyera una, pues en las artes del sacerdocio utilizábamos nuestra magia curativa como arma y en ayuda alguna daga o bastón. Las runas que poseía comenzaron a brillar y cobrar vida, al tiempo que a mi mente venían recuerdos de aquel extraño caballero de las cloacas y sus únicas palabras “bienvenida a la oscuridad”.
Mis cavilaciones fueron interrumpidas por un golpe seco en la puerta.
- Milady, Lith…- un silencio sepulcral
A penas tuve tiempo de quitarme el yelmo, por lo que la voz del otro lado, abrió la puerta y me contempló con mi nuevo atuendo desde el umbral.
- Vaya…parece que ha sido un buen trabajo – rió tras su oscuro yelmo – no es necesario que ante mi presencia os despojeis del yelmo, pero si cuando os dirijais a vuestro señor.
Le acompañaba un caballero de sus mismas características pero con una armadura muy similar a la mía. Parecía, pese a su aspecto frío y pétreo, que sentía cierta timidez o vergüenza quizás ante mi.
- He de presentaros a un futuro compañero, milady. En pocos días deberíais presentaros ante el Rey Exánime tanto vosotros como otros iniciados.
Volvió a quedarse en silencio repentinamente, como si advirtiera algo que no consideraba digno o quizás adecuado dentro de sus planes. Dio un leve empujón a su acompañante y ambos traspasaron el umbral de la puerta, cerrándola tras de sí.
Haciendo una indicación con la cabeza, ordenó a su acompañante ponerse a mi lado. Quedándose en frente nuestra y adoptando una actitud un tanto hostil ante nosotros, comenzó a decir:
- Todos empezáis igual, tenéis quizás vagos recuerdos de vuestro pasado y soñáis con una muerte rápida e indolora por ver como poco a poco traicionáis lo que un día fuisteis. Pero eso jamás llegará. Ahora no servís a Thrall, necios. Ahora vuestro único Rey será Arthas, el Rey Exánime. Ese será vuestro orgulloso futuro, lleno de victorias y poder!
De pronto una voz, que asemejaba la de los no-muertos que poblaban Azeroth, hizo su aparición en escena sin rasgos de presencia física. Un escalofrío recorrió todo mi ser, haciéndome sentir vacía, humillada y completamente deshecha, como nunca antes lo había sentido. El acompañante del caballero, se agarraba el pecho con fuerza, pues parecía que allí afectaba su dolor por esa voz. Me giré y le miré a los ojos. En ese momento, con gesto de horror, cayó al suelo de rodillas apretándose más aun el pecho por encima de la gruesa armadura. Al mismo tiempo, recibí una punzada de aviso en caso de seguir mirándole de esa manera.
- Buena actuación Mograine, es suficiente. Observa la escena, tus palabras no son comparables al dolor que sienten estos dos iniciados sin saber bien por qué.
- Mis disculpas, señor.
- Como bien averiguareis, siempre estoy sobre mis fieles caballeros, orientando su propósito con ayuda de sus superiores. Tenedlo presente, pues cualquier ápice de traición por vuestra parte será percibida casi antes de que surque vuestras débiles mentes. La presentación se realizará lejos de aquí en un par de días, aunque éste será vuestro hogar.
De pronto, un calor sofocante inundó la estancia, haciéndonos si cabe más difícil respirar. La voz había desaparecido. Era espeluznante.
Una voz salida de la nada, controlaba nuestros actos y casi nuestros pensamientos, obligándonos a cometer actos de crueldad inimaginable…
un momento…de donde provenía esta revelación? Volví a girarme hacia el ya repuesto caballero, volví a mirarle y mientras me clavaba sus relucientes ojos azulados escuché unas palabras dentro de mi mente en Thalassiano:
- Éste es el precio a pagar…telepatía quizás o control mental?
Mograine, que así se llamaba nuestro futuro maestro, parecía enfadado en estos momentos. Era comprensible, pues era un mentor humano y nosotros dos elfos, no podía comprender el idioma.
Escuchamos su pensamiento de ira “no soy quien de cuestionar ordenes, pero darles ventaja a estos insignificantes discípulos por diferencias idiomáticas puede presentarnos algún inconveniente. En cualquier caso, es voluntad de mi señor…”
- He olvidado haceros las presentaciones, pues deberíais saber vuestros nombres ya que pasareis mucho tiempo combatiendo juntos. Lady Lith Varenna, os presento a Sir Sergerus. Desde ahora seréis fieles compañeros y combatientes Caballeros de la Muerte al servicio del Rey Exánime.
Escuchar estas palabras provocó un torbellino de sensaciones y dolor por todo mi interior: …”Lady Lith Varenna…Sir Sergerus…”
Mi mente se bloqueó por completo y como único recuerdo afloró en ella una extraña elfa de cabellos dorados, esbelta y de tez pálida, tendida sobre el frío suelo de las cloacas mientras era contemplada por un caballero de la muerte.
Esa imagen era un recuerdo, pero no lograba identificar a los dos seres.
En estos momentos y tras la penetrante y atenta mirada de mi superior, Mograine, solo cabía en mi mente mi destino “A las órdenes del Rey Exánime, señor de la oscuridad. Toda muerte, toda acción, todo pensamiento a favor de mi señor”
No existía más mundo antes de todo eso. Sólo punzadas interminables al corazón que me consumían por dentro cada vez que contemplaba fijamente a mi compañero…Sergerus…
Por unos segundos salí de mis ensoñaciones, liberé mi mente por completo y contemplé la escena. Mi nuevo compañero y yo nos hallábamos arrodillados en señal de respeto ante Mograine, ambos con una mano al pecho en señal de dolor.
Ztromy- Forjador de Holocrones
- Juego : WoW
Clan : Clockwork Orange -EU Magtheridon
PJ principal : Aîvlis
Antigüedad : 03/09/2008
Mensajes : 3719
Edad : 39
Toma de contacto
Mientras Mograine y Sergerus se encaminaban a la puerta con paso firme y dejando tras de si un halo de frialdad proveniente de la mismísima tumba, yo seguía petrificada en mi sitio con la mirada ausente que caracterizaba mi rostro estos últimos días.
En mi mente, una lucha por la supervivencia del mas fuerte tenia lugar desde la noche de las cloacas, pero cada vez con más intensidad. La partida había comenzado. El rey de negras clavaba su mirada en la reina blanca para provocar un efecto domino que finalmente derrocaría al rey.
El portazo de Mograine me hizo volver a la realidad.
Abrí los ojos y contemplé la puerta de hierro oxidado y madera putrefacta. No estaba sola, Sergerus me miraba desde la misma. Me pareció captar a lo lejos una conversación muy breve mientras mi mente jugaba al ajedrez. Comencé a recordar como Sergerus había pedido permiso a Mograine para acompañarme cortésmente en mi celda hasta la reunión que tendría lugar una hora después.
Volví a mirarle y me incorporé. Así mi espada para posarla nuevamente en el camastro metálico y sentí un escalofrío. Si ésta iba a ser mi nuevo arma de combate, debería acostumbrarme lo más pronto posible a la sensación que emanaba. Dejé a su lado mi yelmo y contemplé como ambos brillaban y desprendían un vaho tétrico de color azulado.
Me acomodé lejos de las piezas y apoyandome contra una pared clavé la mirada en mi acompañante. Agarrándose el pecho, se volvió, se despojó de su yelmo y tendió su espada a los pies del camastro con sumo cuidado. Acto seguido, se volvió hacia mi y se sentó a mi lado.
Mi mirada se perdía más alla de la puerta que cerraba mi celda, como esperando algún comentario.
Algo llamó mi atención y desvié la mirada hacia mi camastro. Las espadas y los yelmos comenzaban a brillar juntos, con gran intensidad, pero esta vez desprendiendo un halo cálido y de efecto calmante de tonalidades escarlata.
Me disponía a girarme hacia mi acompañante para hacer un comentario al respecto, cuando agarró mi brazo izquierdo con fuerza al tiempo que decía con un tono grave, profundo y escalofriante en nuestra lengua natal:
- [Thalassiano] –Por favor, milady, no lo hagáis. El dolor que siento ante vuestra presencia ya es suficiente como para soportar con asiduidad vuestra gélida y amenazante mirada.
No sabía bien como reaccionar ante eso. A mi también me dolía, pero en menor medida. Sólo cuando me miraba él a mi, como en una batalla en la que puedes mitigar más tu dolor si eres el que parte con ventaja o te sabes vencedor.
- [Thalassiano] – Mis disculpas, caballero. He de pediros algo a pesar de nuestra escasa confianza. Aquí comienza nuestra aventura como compañeros de batalla y cortesías como las que profiere Sir Mograine no son de mi agrado en estas condiciones. Las formalidades son para los salones de baile. Llamadme Lith.
- [Thalassiano] – Como gustéis, milady…Lith. Sergerus a su servicio.
- [Thalassiano] – A mi servicio? –pregunté con mofa – Tardáis entonces en limpiar esta estancia! – añadí con picardía, para estallar finalmente en una carcajada de corte melodioso y cantarín como rezaba mi raza, al tiempo que se entremezclaba en el mismo un tono frío y de ultratumba, como el de un no-muerto.
Diría que mi acompañante lleno sus mejillas de un cálido rubor ante mi comentario, pero nuestros difuntos rostros no permitían tal hecho ya. Pude indagar la confusión en su mente ante tal cortesía mostrada como si en algún tiempo eso fuese natural en él, así como mi comentario. Como antiguos amigos…
- [Thalassiano] – Disculpad si os ha ofendido mi comentario, pero creo que mi naturaleza élfica sigue reclamando su sitio dentro de mi extraño ser…de lo que ahora somos…
Era yo quien estaba confusa ahora ante mis palabras. Estaba disculpando mis actos ante un extraño. Seguía la partida de ajedrez. Ante mi reacción de confusión esbozó una sonrisa y continuó.
- [Thalassiano] – Deberíais iros acostumbrando, Lady Lith. No llevo mucho más tiempo que vos en el servicio a nuestro señor oscuro, pero si el suficiente para comprender que existe una dualidad. Los rasgos difusos de lo que un día fuimos y la nueva realidad que nos abre un camino contra lo que siempre luchamos. –hizo una pausa para respirar, saco una extraña bebida de una bolsa y tras un trago continuó – Por si la tortura que tenemos que soportar no fuera suficiente, tenemos el “don” de la telepatía con nuestro superior y nuestro oscuro señor, así como con algunos compañeros afines, como puedes apreciar.
Ante las últimas palabras de Sergerus, quedé un rato en silencio. Cuando intentaba razonar y organizar tan reveladora información volvió el dolor. Su intensidad casi no me permitía respirar. Me agarré el pecho y me doblé cayendo en mis rodillas, apretándome contra ellas. Al ver mi reacción, Sergerus me tomó entre sus brazos pese a mi resistencia y con todo el cuidado de no moverme demasiado, volvió a coger su petaca y me dio de beber aquella cosa que tomaba con tal asiduidad ante el dolor. Tenía un sabor horrible. Preferiría no identificar aquella mezcla de hierbas y esencias, no sería bueno saber que estaba tomando.
Al instante el dolor cesó. Me repuse y le miré desafiante, aún molesta por la confianza que se había tomado al cogerme entre sus brazos. Su expresión no cambió en absoluto, parecía inmune a mi mirada.
- [Thalassiano] – Servir al Rey Exánime trae más consecuencias negativas que positivas, querida. Más que siervos somos prisioneros. Nuestra salud se ve afectada en gran medida en cuanto estamos en reposo, no así en batalla. Somos sus máquinas de asedio.
A decir verdad y debido a su incesante sed de conversación tuve una sensación curiosa. Bien es cierto que desde mi nueva situación todo se veía magnificado: mis sentimientos, percepciones, sensaciones, emociones… Era como si ya conociese a Sergerus. No cabía duda, solo con escucharle, de que se trataba de un elfo sanguinario por la manera que tenía de expresarse. Si mentamos su capacidad y ansia conversativa que rozaba el monologo y en ocasiones extrañas comparaciones de su grandiosidad con la de las elfas sanguinarias o su propia belleza…era insultante…pero más propio en sí de un elfo sanguinario, podría decirse…que se trataba de un elfo sanguinario paladín en su pasado, lo cual debía provocarle un dolor realmente insoportable… ¿un antiguo servidor de la luz, servidor ahora de la oscuridad? Otra punzada.
- [Thalassiano] – Lady Lith, si no dejáis de darle vueltas a la cabeza será peor, pues este brebaje tan repugnante al que por desgracia os acostumbrareis, no obra milagros y abusar del mismo tampoco es bueno
- [Thalassiano] – Dada la novedad, milord Sergerus, es normal mi sufrimiento y mis pensamientos. ¿Acaso vos no lo sufristeis? Diría que así es aún.
- [Thalassiano] – Cierto, lady Lith, pero he de ayudaros y animaros, no lapidaros. Para eso ya habrá tiempo con los aceros, aunque nuestra naturaleza apunte claramente a la victoria.
- [Thalassiano] – Se acerca la hora. Sir Sergestus, deberíamos coger nuestras pertenencias y dirigirnos a la plaza.
- [Thalassiano] – Cierto, Lady Lith, pongámonos en marcha. Necesitareis un poco de éste brebaje y no conviene que nos demoremos ante Mograine. Si está en la posada…estará más susceptible de lo habitual…
Asentí y me puse en pie de un salto. Nos aproximamos a nuestras espadas y yelmos. Mientras nos poníamos los yelmos, nos rozamos levemente las armaduras, provocando un grito ahogado de las mismas en consecuencia. Grito comparable al que yo proferí tras recibir una visión. A juzgar por la expresión de horror de mi compañero, la cual se podía vislumbrar a través del oscuro yelmo, no había sido la única.
- [Thalassiano] – Disculpad…Serg…Sergerus – dije titubeando – creo que el roce de armaduras…quiere arrojar luz a nuestras dudas…
- [Thalassiano] – Si…lady Lith… - dijo apesadumbrado – tengo…eh…la misma…sensación…
Hubo unos momentos de tensión y silencio. Pese al dolor puse orden a mis ideas. De nuevo esa elfa de tez pálida y cabellos dorados que recorrían su espalda y su rostro mientras yacía en el suelo de las cloacas y un caballero de la muerte la contemplaba quedamente. Algo en todo ello era familiar…el caballero…
- [Thalassiano] – Sergerus! – exclamé gritando llena de ira
- [Thalassiano] – Si? – dijo con sorpresa
- [Thalassiano] – Terminasteis con su vida!
- [Thalassiano] – Disculpad mi lady…de quien habláis?
- [Thalassiano] – La elfa de cabellos dorados! También la habéis visto!
Con esto más frío si cabe y más pálido, se acercó a mí y tomando mis manos comenzó a decir:
- [Thalassiano] – El trabajo que nos ha sido encomendado termina con más vidas de las que puedo recordar, es la voluntad de nuestro señor y de nuestro Rey. Recuerdo vagamente lo que describís haber visto. Era un ser hermoso, sus cabellos caían en una larga trenza por su espalda, dejando mechones sueltos por su rostro. Se encontraba agotada y yacía inmóvil y casi inerte en el suelo de las cloacas. Leí su nombre en parte de sus pertenencias, pues no hubo conversación alguna – mintió – Se llamaba Lithkariel Valesh y a juzgar por dicho nombre, diría que fue importante en su cargo de sacerdotisa Sin Dorei.
…”Lithkariel Valesh…sacerdotisa Sin Dorei”… aquellas palabras resonaron en mi mente provocando una nueva punzada, aguda como la que más, haciéndome caer de rodillas al gélido suelo del calabozo. Eso creía yo, pues en realidad Sergerus me sujetaba por los brazos para que no tocase el suelo.
- [Thalassiano] – Por desgracia carecemos de recuerdos, lady Lith. En consecuencia, muchos nombres nos producen el intenso dolor que a veces sentimos. Es posible que tuviesen estrecha relación con nuestra vida pasada. En cualquier caso, dudo que lleguemos a averiguarlo, pues nuestra misión es servir ciegamente a nuestro Rey, nuestro oscuro señor. Antes de él solamente conocemos el vacío, los sueños y las visiones, en lugar de recuerdos.
Me puse en pie como pude, algo más débil tras esta ultima punzada. Cogí aire con fuerza y mi persona dio un giro de 180 grados. Me torné más agresiva y hostil.
- [Thalassiano] – Bueno, ya está bien de charla. Vamos, tenemos trabajo que hacer.
- [Thalassiano] – Mi última recomendación, lady Varenna, utilizad el Thalassiano para asuntos de corte más privado, pues es la poca intimidad que nos queda – y haciendo una reverencia, me cedió el paso hacia la puerta.
Tras recorrer unos metros a la salida del calabozo y sortear una destartalada escalera, salimos a la plaza.
El panorama era desolador. Nos hallábamos según parecía, en algún lugar próximo a las Tierras de la Peste del Este, por no decir que estábamos allí. El bastión de Ébano, que así se llamaba el lugar, no tenía comparación alguna con las Ruinas de Lordaeron en cuanto a dejadez y tristeza. A su lado, las mentadas Ruinas parecían un campo primaveral. Por sus calles paseaban sucesiones de clones míos y de Sergerus. De cualquier sexo, de cualquier raza de Azeroth con sus cabellos oscuros o canos, penetrantes ojos azules, brillantes como zafiros y rostros demacrados, pétreos y fríos, sin vida…
No advertí la ausencia de mi compañero que había ido en pos de tan horrible brebaje que había de tomarme ante las punzadas al corazón. A su vuelta, tocó mi hombro y me volví hacia el con parsimonia, pues había advertido su presencia de algún modo…no natural.
- [Thalassiano] – Lady Varenna, su brebaje – dijo en tono burlón
- [Thalassiano] – Sir Sergerus, en marcha. Lord Mograine nos espera. No empezaré presentándome ante mi superior mostrando debilidad alguna. No se arrepentirá de su decisión. Tu tampoco.
Nos pusimos en dirección a la posada, confundidos con el resto de la población, entramos en aquel oscuro lugar en busca de nuestro superior en pos de un trabajo a realizar.
En mi mente, una lucha por la supervivencia del mas fuerte tenia lugar desde la noche de las cloacas, pero cada vez con más intensidad. La partida había comenzado. El rey de negras clavaba su mirada en la reina blanca para provocar un efecto domino que finalmente derrocaría al rey.
El portazo de Mograine me hizo volver a la realidad.
Abrí los ojos y contemplé la puerta de hierro oxidado y madera putrefacta. No estaba sola, Sergerus me miraba desde la misma. Me pareció captar a lo lejos una conversación muy breve mientras mi mente jugaba al ajedrez. Comencé a recordar como Sergerus había pedido permiso a Mograine para acompañarme cortésmente en mi celda hasta la reunión que tendría lugar una hora después.
Volví a mirarle y me incorporé. Así mi espada para posarla nuevamente en el camastro metálico y sentí un escalofrío. Si ésta iba a ser mi nuevo arma de combate, debería acostumbrarme lo más pronto posible a la sensación que emanaba. Dejé a su lado mi yelmo y contemplé como ambos brillaban y desprendían un vaho tétrico de color azulado.
Me acomodé lejos de las piezas y apoyandome contra una pared clavé la mirada en mi acompañante. Agarrándose el pecho, se volvió, se despojó de su yelmo y tendió su espada a los pies del camastro con sumo cuidado. Acto seguido, se volvió hacia mi y se sentó a mi lado.
Mi mirada se perdía más alla de la puerta que cerraba mi celda, como esperando algún comentario.
Algo llamó mi atención y desvié la mirada hacia mi camastro. Las espadas y los yelmos comenzaban a brillar juntos, con gran intensidad, pero esta vez desprendiendo un halo cálido y de efecto calmante de tonalidades escarlata.
Me disponía a girarme hacia mi acompañante para hacer un comentario al respecto, cuando agarró mi brazo izquierdo con fuerza al tiempo que decía con un tono grave, profundo y escalofriante en nuestra lengua natal:
- [Thalassiano] –Por favor, milady, no lo hagáis. El dolor que siento ante vuestra presencia ya es suficiente como para soportar con asiduidad vuestra gélida y amenazante mirada.
No sabía bien como reaccionar ante eso. A mi también me dolía, pero en menor medida. Sólo cuando me miraba él a mi, como en una batalla en la que puedes mitigar más tu dolor si eres el que parte con ventaja o te sabes vencedor.
- [Thalassiano] – Mis disculpas, caballero. He de pediros algo a pesar de nuestra escasa confianza. Aquí comienza nuestra aventura como compañeros de batalla y cortesías como las que profiere Sir Mograine no son de mi agrado en estas condiciones. Las formalidades son para los salones de baile. Llamadme Lith.
- [Thalassiano] – Como gustéis, milady…Lith. Sergerus a su servicio.
- [Thalassiano] – A mi servicio? –pregunté con mofa – Tardáis entonces en limpiar esta estancia! – añadí con picardía, para estallar finalmente en una carcajada de corte melodioso y cantarín como rezaba mi raza, al tiempo que se entremezclaba en el mismo un tono frío y de ultratumba, como el de un no-muerto.
Diría que mi acompañante lleno sus mejillas de un cálido rubor ante mi comentario, pero nuestros difuntos rostros no permitían tal hecho ya. Pude indagar la confusión en su mente ante tal cortesía mostrada como si en algún tiempo eso fuese natural en él, así como mi comentario. Como antiguos amigos…
- [Thalassiano] – Disculpad si os ha ofendido mi comentario, pero creo que mi naturaleza élfica sigue reclamando su sitio dentro de mi extraño ser…de lo que ahora somos…
Era yo quien estaba confusa ahora ante mis palabras. Estaba disculpando mis actos ante un extraño. Seguía la partida de ajedrez. Ante mi reacción de confusión esbozó una sonrisa y continuó.
- [Thalassiano] – Deberíais iros acostumbrando, Lady Lith. No llevo mucho más tiempo que vos en el servicio a nuestro señor oscuro, pero si el suficiente para comprender que existe una dualidad. Los rasgos difusos de lo que un día fuimos y la nueva realidad que nos abre un camino contra lo que siempre luchamos. –hizo una pausa para respirar, saco una extraña bebida de una bolsa y tras un trago continuó – Por si la tortura que tenemos que soportar no fuera suficiente, tenemos el “don” de la telepatía con nuestro superior y nuestro oscuro señor, así como con algunos compañeros afines, como puedes apreciar.
Ante las últimas palabras de Sergerus, quedé un rato en silencio. Cuando intentaba razonar y organizar tan reveladora información volvió el dolor. Su intensidad casi no me permitía respirar. Me agarré el pecho y me doblé cayendo en mis rodillas, apretándome contra ellas. Al ver mi reacción, Sergerus me tomó entre sus brazos pese a mi resistencia y con todo el cuidado de no moverme demasiado, volvió a coger su petaca y me dio de beber aquella cosa que tomaba con tal asiduidad ante el dolor. Tenía un sabor horrible. Preferiría no identificar aquella mezcla de hierbas y esencias, no sería bueno saber que estaba tomando.
Al instante el dolor cesó. Me repuse y le miré desafiante, aún molesta por la confianza que se había tomado al cogerme entre sus brazos. Su expresión no cambió en absoluto, parecía inmune a mi mirada.
- [Thalassiano] – Servir al Rey Exánime trae más consecuencias negativas que positivas, querida. Más que siervos somos prisioneros. Nuestra salud se ve afectada en gran medida en cuanto estamos en reposo, no así en batalla. Somos sus máquinas de asedio.
A decir verdad y debido a su incesante sed de conversación tuve una sensación curiosa. Bien es cierto que desde mi nueva situación todo se veía magnificado: mis sentimientos, percepciones, sensaciones, emociones… Era como si ya conociese a Sergerus. No cabía duda, solo con escucharle, de que se trataba de un elfo sanguinario por la manera que tenía de expresarse. Si mentamos su capacidad y ansia conversativa que rozaba el monologo y en ocasiones extrañas comparaciones de su grandiosidad con la de las elfas sanguinarias o su propia belleza…era insultante…pero más propio en sí de un elfo sanguinario, podría decirse…que se trataba de un elfo sanguinario paladín en su pasado, lo cual debía provocarle un dolor realmente insoportable… ¿un antiguo servidor de la luz, servidor ahora de la oscuridad? Otra punzada.
- [Thalassiano] – Lady Lith, si no dejáis de darle vueltas a la cabeza será peor, pues este brebaje tan repugnante al que por desgracia os acostumbrareis, no obra milagros y abusar del mismo tampoco es bueno
- [Thalassiano] – Dada la novedad, milord Sergerus, es normal mi sufrimiento y mis pensamientos. ¿Acaso vos no lo sufristeis? Diría que así es aún.
- [Thalassiano] – Cierto, lady Lith, pero he de ayudaros y animaros, no lapidaros. Para eso ya habrá tiempo con los aceros, aunque nuestra naturaleza apunte claramente a la victoria.
- [Thalassiano] – Se acerca la hora. Sir Sergestus, deberíamos coger nuestras pertenencias y dirigirnos a la plaza.
- [Thalassiano] – Cierto, Lady Lith, pongámonos en marcha. Necesitareis un poco de éste brebaje y no conviene que nos demoremos ante Mograine. Si está en la posada…estará más susceptible de lo habitual…
Asentí y me puse en pie de un salto. Nos aproximamos a nuestras espadas y yelmos. Mientras nos poníamos los yelmos, nos rozamos levemente las armaduras, provocando un grito ahogado de las mismas en consecuencia. Grito comparable al que yo proferí tras recibir una visión. A juzgar por la expresión de horror de mi compañero, la cual se podía vislumbrar a través del oscuro yelmo, no había sido la única.
- [Thalassiano] – Disculpad…Serg…Sergerus – dije titubeando – creo que el roce de armaduras…quiere arrojar luz a nuestras dudas…
- [Thalassiano] – Si…lady Lith… - dijo apesadumbrado – tengo…eh…la misma…sensación…
Hubo unos momentos de tensión y silencio. Pese al dolor puse orden a mis ideas. De nuevo esa elfa de tez pálida y cabellos dorados que recorrían su espalda y su rostro mientras yacía en el suelo de las cloacas y un caballero de la muerte la contemplaba quedamente. Algo en todo ello era familiar…el caballero…
- [Thalassiano] – Sergerus! – exclamé gritando llena de ira
- [Thalassiano] – Si? – dijo con sorpresa
- [Thalassiano] – Terminasteis con su vida!
- [Thalassiano] – Disculpad mi lady…de quien habláis?
- [Thalassiano] – La elfa de cabellos dorados! También la habéis visto!
Con esto más frío si cabe y más pálido, se acercó a mí y tomando mis manos comenzó a decir:
- [Thalassiano] – El trabajo que nos ha sido encomendado termina con más vidas de las que puedo recordar, es la voluntad de nuestro señor y de nuestro Rey. Recuerdo vagamente lo que describís haber visto. Era un ser hermoso, sus cabellos caían en una larga trenza por su espalda, dejando mechones sueltos por su rostro. Se encontraba agotada y yacía inmóvil y casi inerte en el suelo de las cloacas. Leí su nombre en parte de sus pertenencias, pues no hubo conversación alguna – mintió – Se llamaba Lithkariel Valesh y a juzgar por dicho nombre, diría que fue importante en su cargo de sacerdotisa Sin Dorei.
…”Lithkariel Valesh…sacerdotisa Sin Dorei”… aquellas palabras resonaron en mi mente provocando una nueva punzada, aguda como la que más, haciéndome caer de rodillas al gélido suelo del calabozo. Eso creía yo, pues en realidad Sergerus me sujetaba por los brazos para que no tocase el suelo.
- [Thalassiano] – Por desgracia carecemos de recuerdos, lady Lith. En consecuencia, muchos nombres nos producen el intenso dolor que a veces sentimos. Es posible que tuviesen estrecha relación con nuestra vida pasada. En cualquier caso, dudo que lleguemos a averiguarlo, pues nuestra misión es servir ciegamente a nuestro Rey, nuestro oscuro señor. Antes de él solamente conocemos el vacío, los sueños y las visiones, en lugar de recuerdos.
Me puse en pie como pude, algo más débil tras esta ultima punzada. Cogí aire con fuerza y mi persona dio un giro de 180 grados. Me torné más agresiva y hostil.
- [Thalassiano] – Bueno, ya está bien de charla. Vamos, tenemos trabajo que hacer.
- [Thalassiano] – Mi última recomendación, lady Varenna, utilizad el Thalassiano para asuntos de corte más privado, pues es la poca intimidad que nos queda – y haciendo una reverencia, me cedió el paso hacia la puerta.
Tras recorrer unos metros a la salida del calabozo y sortear una destartalada escalera, salimos a la plaza.
El panorama era desolador. Nos hallábamos según parecía, en algún lugar próximo a las Tierras de la Peste del Este, por no decir que estábamos allí. El bastión de Ébano, que así se llamaba el lugar, no tenía comparación alguna con las Ruinas de Lordaeron en cuanto a dejadez y tristeza. A su lado, las mentadas Ruinas parecían un campo primaveral. Por sus calles paseaban sucesiones de clones míos y de Sergerus. De cualquier sexo, de cualquier raza de Azeroth con sus cabellos oscuros o canos, penetrantes ojos azules, brillantes como zafiros y rostros demacrados, pétreos y fríos, sin vida…
No advertí la ausencia de mi compañero que había ido en pos de tan horrible brebaje que había de tomarme ante las punzadas al corazón. A su vuelta, tocó mi hombro y me volví hacia el con parsimonia, pues había advertido su presencia de algún modo…no natural.
- [Thalassiano] – Lady Varenna, su brebaje – dijo en tono burlón
- [Thalassiano] – Sir Sergerus, en marcha. Lord Mograine nos espera. No empezaré presentándome ante mi superior mostrando debilidad alguna. No se arrepentirá de su decisión. Tu tampoco.
Nos pusimos en dirección a la posada, confundidos con el resto de la población, entramos en aquel oscuro lugar en busca de nuestro superior en pos de un trabajo a realizar.
Ztromy- Forjador de Holocrones
- Juego : WoW
Clan : Clockwork Orange -EU Magtheridon
PJ principal : Aîvlis
Antigüedad : 03/09/2008
Mensajes : 3719
Edad : 39
El Fervor de la Sangre
Tras asolar parte de la aldea que se hallaba al sur de la colina llamada “Brecha de la Muerte” y salir airosos con una victoria demasiado sencilla para mi “nuevo” gusto, volvimos al puesto de mando para notificar los resultados.
Tomamos un par de corceles que aun seguían vivos en medio de tal devastación y partimos al galope mientras mi mente daba vueltas. Ahora no se trataba de una simple partida de ajedrez, sino más bien de una sangrienta batalla entre el bien y el mal, el pasado y el presente, la luz y la oscuridad…
¿Quién era aquella extraña de apariencia frágil, mirada vacía y penetrante con sed de sangre y destrucción insaciables? Esa era una de tantas preguntas que me rondaban, cada vez más. Por un lado, dicha actitud se me atragantaba provocando punzadas de interminable dolor en mi pecho mientras la ira de nuestro nuevo Rey me consumía con rapidez, recorriendo todo mi ser, controlando cada movimiento, cada pensamiento, cada vida…destinada al sufrimiento de la no vida…a un ejército que aumentaba de manera imparable.
Cuando nos aproximábamos al improvisado campamento, noté como alguien me observaba. Sergerus hacía rato que me contemplaba con curiosidad.
- [Thalassiano] – Mi bella Lith, mi dama…vuestros pensamientos se hallan plagados de confusión, casi tanto como los míos ante la actitud de batalla que hemos tomado, cumpliendo con nuestro deber y siendo golpeados únicamente por nuestro desconocido pasado.
- [Thalassiano] – Vaya…veo que prestáis tanta atención a mi actitud de batalla como a mis pensamientos, caballero – dije con tono frío mientras miraba fijamente a sus ojos.
- [Thalassiano] – Disculpad, mi querida Lith…se hace difícil apartar la mirada de vuestras oscuras artes de batalla en consonancia con tan delicadas y gélidas facciones de las que hacéis gala – dijo mientras intentaba sonreír vagamente agarrando su pecho ante mi mirada.
Sonreí complacida y aparté la mirada. Parecía ser un buen compañero de batalla y no debía herirle demasiado, pero tampoco permitirle que supiese demasiado de mí…al menos no antes que yo. Por otro lado, el extraño vínculo que parecía unirnos, seguía llamándome la atención: nuestra compenetración en el campo de batalla, las visiones, la sensación de haberle visto antes…
Nos presentamos ante un oficial con las noticias de la victoria. Éste, levanto la mirada sin demasiado interés, posando más tarde su mirada en nuestras armas y armaduras que relucían de color escarlata, empapadas en sangre fresca. Al ver los caballos sobre los que montábamos, hizo un gesto de desprecio y comenzó:
- Buen trabajo, caballeros. Retiraos unos instantes a la posada si gustáis, daré cuenta de estos animales…vivos – hizo una pausa – que habéis traído.
- Sí, mi señor – dijimos Sergerus y yo al unísono, al tiempo que nos retirábamos tras una leve inclinación de cabeza.
Con paso algo más relajado caminamos en silencio hacia la posada, perdidos en nuestros pensamientos.
A juzgar por las cavilaciones de mi compañero, estaba mucho más atormentado de lo que yo me hallaba. Si bien es cierto, había cometido más atrocidades que yo y parecía tener más vestigios de su pasado, aun difuso.
Por otro lado, su naturaleza y pasado parecían haber sido de una fortaleza casi inquebrantable, tanto, que aun luchaban por abrirse paso entre las sombras que nos consumían a diario con ansiedad. Pude ver como si un rayo de luz asomase entre tanta oscuridad luchando contra la realidad en cuanto disminuía la sed de sangre generada por la batalla. No llevaba demasiado tiempo indagando en mi compañero cuando advirtió mi presencia y susurro:
- [Thalassiano] – Lady Lith, mi dama…no creéis que es ya suficiente vuestra curiosidad por mi? Los únicos secretos que guardo son propiedad del Rey al cual servimos, al igual que mi pasado
Era la primera vez que me hablaba en un tono tan hostil…pero que al mismo tiempo tenía un extraño toque de picardía. Si, era suficiente, pero había conseguido mi propósito, pues su orden se debía en parte al miedo por mostrar sus debilidades.
Asentí en silencio y contemplé la entrada a la posada mientras Sergerus hacía un gesto de galantería propio de un “apuesto caballero” para invitarme a entrar.
Nos acomodamos entre la oscuridad del lugar roto por brillantes ojos azulados que miraban en todas direcciones y en ninguna a la vez, los cuales contrastaban con las vacías y fantasmagóricas cuencas vacías de los no – muertos que se encontraban allí.
Desde el fondo pudimos escuchar en tono jocoso un comentario referente a nuestra presencia. Su emisor se aproximaba a nuestra mesa, jarra en mano dando tumbos.
- Vaya…¡hic! Nuevosh reclutash…y una de ellash elfa… - comenzó a decir, arropado por un insoportable olor a alcohol mientras me contemplaba – Oh…pero…vosh sois Sher… shergerus… - se tambaleó - y eshta damishela…en campo de batalla…¡hic!...me sorprende…que la shangre que luce su peto…no provenga de shu interior… - dijo estallando en carcajadas.
A juzgar por su armadura, parecía ser un oficial carente de más ocupaciones que venir a nuestra mesa en esos momentos. Tras una fuerte punzada en el pecho, que recorrió más tarde todo mi cuerpo en consecuencia de lo que planeaba hacer al oficial en cuestión ante tales comentarios, tomé un poco de mi brebaje.
Sergerus se puso en pie con intención de calmar la situación al ver relucir mis ojos, pero amablemente volvió a su silla tras el manotazo que propiné en su hombro.
- Milord – comencé haciendo una reverencia al ebrio oficial – más sorprendida se encuentra esta dama ante su actitud, pues sois vos quien debería guiarnos en nuestro camino a la batalla al servicio de nuestro Rey…y no al camino que ahora recorréis, como si fueseis un vulgar humano mostrando debilidades por doquier…me sorprende que no seáis ya alimento de canes escarlata.
Sergerus se aferraba a su espada con fuerza, expectante ante tan violenta situación con el rostro plagado de incredulidad. No advertí a nuestro mentor, Mograine, en el fondo de la sala escondido entre las sombras esbozando una sonrisa, también expectante.
- Vaya…¡hic! Parece que uno de nueshtros caballerosh…she rebela ante un superior…una damisela…no shereis rival para mi!
Cogió su espada con dedos temblorosos e intentando apuntar en dirección a mi pecho, se tambaleó de nuevo como si la espada pesase demasiado. Me reí con una malicia inusual de su desgracia y tras beber de una de las jarras de mi mesa, le miré nuevamente
- Como sospechaba, milord, a penas podeis con vuestra espada por lo que dudo sepais como utilizarla en mi contra. En cualquier caso, no pelearé ni con vos ni con nadie en tales condiciones. No lucho contra seres inferiores si no es mi cometido y en este caso, no lo es.
Tras escuchar estas palabras que dejaron si cabe más desencajado el rostro de muchos curiosos, me di la vuelta y me dispuse a salir de la posada entre susurros. Estaba aproximándome a la puerta cuando escuche un grito en común al tiempo que un silbido cruzaba la estancia en mi dirección. Venía a por mí.
Con un ágil movimiento, desenvainé mi espada imbuida de poder rúnico y paré su golpe al tiempo que le hacía retroceder unos pasos con la fuerza de mi hoja. Se tambaleó de nuevo hacia atrás en intento de retroceder para acto seguido embestir de nuevo. Volví a parar su golpe sin mayor esfuerzo, desviando su hoja hacia dentro, la cual salió disparada por la fuerza para aterrizar tras el. Mi espada apuntaba a su cuello en estos momentos. Mi oponente quedo petrificado en el sitio, sorprendido e iracundo. Di un paso hacia atrás y le embestí con rapidez contra una pared, dejándole inmóvil hasta que cayó al suelo.
Se oyó una risa fantasmal a mi lado. Mograine.
- Parecéis ser merecedora de la protección de nuestro oscuro señor. Nunca he dudado de sus elecciones, ha sido un buen espectáculo. Toda una exhibición de carácter digna de un gran caballero oscuro.
Hice una leve inclinación de cabeza ante su comentario y acto seguido, salí de la posada para reunirme con el oficial que nos esperaba.
A nuestra llegada no se encontraba solo. Le flanqueaban dos criaturas. Tenían apariencia de caballo, con las pezuñas envueltas en llamas azuladas al igual que sus ojos, de lomo azul oscuro y extraña armadura.
- Esta es vuestra compensación por vuestro trabajo. Vuestra siguiente misión os será encomendada mañana, al amanecer, de viva voz de nuestro Rey Exánime tras la presentación. Podéis retiraros a descansar, mañana os espera un día muy intenso. Os indicarán donde pernoctar, seguid el camino del norte.
Tras hacer una reverencia a nuestro oficial y ya sobre nuestros nuevos compañeros, comenzamos la marcha. A pocos metros de recorrido, apareció en el camino un esqueleto dando saltos, que nos indicó el camino hacia nuestra tienda. Seguimos durante todo el camino en silencio. Al llegar al claro donde se hallaba el campamento preparado para el descanso, dejamos a nuestros compañeros en los establos y acto seguido nos dirigimos a la tienda.
Entré y tras acomodarme, retiré el yelmo que cubría mi rostro. Me tumbé en el suelo y cerré los ojos con intención de comenzar mi descanso.
- [Thalassiano] – Tenéis valor, Lith, mucho valor. Aunque yo no considero apropiado enfrentarme a un superior…
- [Thalassiano] – Un superior ha de imponer respeto, infundir coraje e inculcar principios de batalla, pues es su cometido, no fomentar criaturas inservibles para nuestro ejército – atajé con frialdad – y nuestro deber es obedecer y hacer cumplir la voluntad de nuestro señor
Se hizo el silencio, roto solamente por gritos de terror de los ciudadanos que se hallaban colina abajo, combinados con la macabra melodía de los aceros segando sus vidas y chocando contra sus débiles armas.
Con ese sonido de fondo, como si de una nana se tratase, caí en un profundo sueño a expensas del gran día… “Arthas…mi rey…”
Tomamos un par de corceles que aun seguían vivos en medio de tal devastación y partimos al galope mientras mi mente daba vueltas. Ahora no se trataba de una simple partida de ajedrez, sino más bien de una sangrienta batalla entre el bien y el mal, el pasado y el presente, la luz y la oscuridad…
¿Quién era aquella extraña de apariencia frágil, mirada vacía y penetrante con sed de sangre y destrucción insaciables? Esa era una de tantas preguntas que me rondaban, cada vez más. Por un lado, dicha actitud se me atragantaba provocando punzadas de interminable dolor en mi pecho mientras la ira de nuestro nuevo Rey me consumía con rapidez, recorriendo todo mi ser, controlando cada movimiento, cada pensamiento, cada vida…destinada al sufrimiento de la no vida…a un ejército que aumentaba de manera imparable.
Cuando nos aproximábamos al improvisado campamento, noté como alguien me observaba. Sergerus hacía rato que me contemplaba con curiosidad.
- [Thalassiano] – Mi bella Lith, mi dama…vuestros pensamientos se hallan plagados de confusión, casi tanto como los míos ante la actitud de batalla que hemos tomado, cumpliendo con nuestro deber y siendo golpeados únicamente por nuestro desconocido pasado.
- [Thalassiano] – Vaya…veo que prestáis tanta atención a mi actitud de batalla como a mis pensamientos, caballero – dije con tono frío mientras miraba fijamente a sus ojos.
- [Thalassiano] – Disculpad, mi querida Lith…se hace difícil apartar la mirada de vuestras oscuras artes de batalla en consonancia con tan delicadas y gélidas facciones de las que hacéis gala – dijo mientras intentaba sonreír vagamente agarrando su pecho ante mi mirada.
Sonreí complacida y aparté la mirada. Parecía ser un buen compañero de batalla y no debía herirle demasiado, pero tampoco permitirle que supiese demasiado de mí…al menos no antes que yo. Por otro lado, el extraño vínculo que parecía unirnos, seguía llamándome la atención: nuestra compenetración en el campo de batalla, las visiones, la sensación de haberle visto antes…
Nos presentamos ante un oficial con las noticias de la victoria. Éste, levanto la mirada sin demasiado interés, posando más tarde su mirada en nuestras armas y armaduras que relucían de color escarlata, empapadas en sangre fresca. Al ver los caballos sobre los que montábamos, hizo un gesto de desprecio y comenzó:
- Buen trabajo, caballeros. Retiraos unos instantes a la posada si gustáis, daré cuenta de estos animales…vivos – hizo una pausa – que habéis traído.
- Sí, mi señor – dijimos Sergerus y yo al unísono, al tiempo que nos retirábamos tras una leve inclinación de cabeza.
Con paso algo más relajado caminamos en silencio hacia la posada, perdidos en nuestros pensamientos.
A juzgar por las cavilaciones de mi compañero, estaba mucho más atormentado de lo que yo me hallaba. Si bien es cierto, había cometido más atrocidades que yo y parecía tener más vestigios de su pasado, aun difuso.
Por otro lado, su naturaleza y pasado parecían haber sido de una fortaleza casi inquebrantable, tanto, que aun luchaban por abrirse paso entre las sombras que nos consumían a diario con ansiedad. Pude ver como si un rayo de luz asomase entre tanta oscuridad luchando contra la realidad en cuanto disminuía la sed de sangre generada por la batalla. No llevaba demasiado tiempo indagando en mi compañero cuando advirtió mi presencia y susurro:
- [Thalassiano] – Lady Lith, mi dama…no creéis que es ya suficiente vuestra curiosidad por mi? Los únicos secretos que guardo son propiedad del Rey al cual servimos, al igual que mi pasado
Era la primera vez que me hablaba en un tono tan hostil…pero que al mismo tiempo tenía un extraño toque de picardía. Si, era suficiente, pero había conseguido mi propósito, pues su orden se debía en parte al miedo por mostrar sus debilidades.
Asentí en silencio y contemplé la entrada a la posada mientras Sergerus hacía un gesto de galantería propio de un “apuesto caballero” para invitarme a entrar.
Nos acomodamos entre la oscuridad del lugar roto por brillantes ojos azulados que miraban en todas direcciones y en ninguna a la vez, los cuales contrastaban con las vacías y fantasmagóricas cuencas vacías de los no – muertos que se encontraban allí.
Desde el fondo pudimos escuchar en tono jocoso un comentario referente a nuestra presencia. Su emisor se aproximaba a nuestra mesa, jarra en mano dando tumbos.
- Vaya…¡hic! Nuevosh reclutash…y una de ellash elfa… - comenzó a decir, arropado por un insoportable olor a alcohol mientras me contemplaba – Oh…pero…vosh sois Sher… shergerus… - se tambaleó - y eshta damishela…en campo de batalla…¡hic!...me sorprende…que la shangre que luce su peto…no provenga de shu interior… - dijo estallando en carcajadas.
A juzgar por su armadura, parecía ser un oficial carente de más ocupaciones que venir a nuestra mesa en esos momentos. Tras una fuerte punzada en el pecho, que recorrió más tarde todo mi cuerpo en consecuencia de lo que planeaba hacer al oficial en cuestión ante tales comentarios, tomé un poco de mi brebaje.
Sergerus se puso en pie con intención de calmar la situación al ver relucir mis ojos, pero amablemente volvió a su silla tras el manotazo que propiné en su hombro.
- Milord – comencé haciendo una reverencia al ebrio oficial – más sorprendida se encuentra esta dama ante su actitud, pues sois vos quien debería guiarnos en nuestro camino a la batalla al servicio de nuestro Rey…y no al camino que ahora recorréis, como si fueseis un vulgar humano mostrando debilidades por doquier…me sorprende que no seáis ya alimento de canes escarlata.
Sergerus se aferraba a su espada con fuerza, expectante ante tan violenta situación con el rostro plagado de incredulidad. No advertí a nuestro mentor, Mograine, en el fondo de la sala escondido entre las sombras esbozando una sonrisa, también expectante.
- Vaya…¡hic! Parece que uno de nueshtros caballerosh…she rebela ante un superior…una damisela…no shereis rival para mi!
Cogió su espada con dedos temblorosos e intentando apuntar en dirección a mi pecho, se tambaleó de nuevo como si la espada pesase demasiado. Me reí con una malicia inusual de su desgracia y tras beber de una de las jarras de mi mesa, le miré nuevamente
- Como sospechaba, milord, a penas podeis con vuestra espada por lo que dudo sepais como utilizarla en mi contra. En cualquier caso, no pelearé ni con vos ni con nadie en tales condiciones. No lucho contra seres inferiores si no es mi cometido y en este caso, no lo es.
Tras escuchar estas palabras que dejaron si cabe más desencajado el rostro de muchos curiosos, me di la vuelta y me dispuse a salir de la posada entre susurros. Estaba aproximándome a la puerta cuando escuche un grito en común al tiempo que un silbido cruzaba la estancia en mi dirección. Venía a por mí.
Con un ágil movimiento, desenvainé mi espada imbuida de poder rúnico y paré su golpe al tiempo que le hacía retroceder unos pasos con la fuerza de mi hoja. Se tambaleó de nuevo hacia atrás en intento de retroceder para acto seguido embestir de nuevo. Volví a parar su golpe sin mayor esfuerzo, desviando su hoja hacia dentro, la cual salió disparada por la fuerza para aterrizar tras el. Mi espada apuntaba a su cuello en estos momentos. Mi oponente quedo petrificado en el sitio, sorprendido e iracundo. Di un paso hacia atrás y le embestí con rapidez contra una pared, dejándole inmóvil hasta que cayó al suelo.
Se oyó una risa fantasmal a mi lado. Mograine.
- Parecéis ser merecedora de la protección de nuestro oscuro señor. Nunca he dudado de sus elecciones, ha sido un buen espectáculo. Toda una exhibición de carácter digna de un gran caballero oscuro.
Hice una leve inclinación de cabeza ante su comentario y acto seguido, salí de la posada para reunirme con el oficial que nos esperaba.
A nuestra llegada no se encontraba solo. Le flanqueaban dos criaturas. Tenían apariencia de caballo, con las pezuñas envueltas en llamas azuladas al igual que sus ojos, de lomo azul oscuro y extraña armadura.
- Esta es vuestra compensación por vuestro trabajo. Vuestra siguiente misión os será encomendada mañana, al amanecer, de viva voz de nuestro Rey Exánime tras la presentación. Podéis retiraros a descansar, mañana os espera un día muy intenso. Os indicarán donde pernoctar, seguid el camino del norte.
Tras hacer una reverencia a nuestro oficial y ya sobre nuestros nuevos compañeros, comenzamos la marcha. A pocos metros de recorrido, apareció en el camino un esqueleto dando saltos, que nos indicó el camino hacia nuestra tienda. Seguimos durante todo el camino en silencio. Al llegar al claro donde se hallaba el campamento preparado para el descanso, dejamos a nuestros compañeros en los establos y acto seguido nos dirigimos a la tienda.
Entré y tras acomodarme, retiré el yelmo que cubría mi rostro. Me tumbé en el suelo y cerré los ojos con intención de comenzar mi descanso.
- [Thalassiano] – Tenéis valor, Lith, mucho valor. Aunque yo no considero apropiado enfrentarme a un superior…
- [Thalassiano] – Un superior ha de imponer respeto, infundir coraje e inculcar principios de batalla, pues es su cometido, no fomentar criaturas inservibles para nuestro ejército – atajé con frialdad – y nuestro deber es obedecer y hacer cumplir la voluntad de nuestro señor
Se hizo el silencio, roto solamente por gritos de terror de los ciudadanos que se hallaban colina abajo, combinados con la macabra melodía de los aceros segando sus vidas y chocando contra sus débiles armas.
Con ese sonido de fondo, como si de una nana se tratase, caí en un profundo sueño a expensas del gran día… “Arthas…mi rey…”
Ztromy- Forjador de Holocrones
- Juego : WoW
Clan : Clockwork Orange -EU Magtheridon
PJ principal : Aîvlis
Antigüedad : 03/09/2008
Mensajes : 3719
Edad : 39
Un extraño sueño
El olor a vida me despertó sobresaltada. Yacía sobre una fresca y verde hierba en un reducido espacio, que emanaba un olor que seguramente en su día me hubiera parecido agradable, pero en estos momentos me repugnaba.
Hice una inspección rápida a mi alrededor y pude comprobar que me hallaba en una especie de isla flotante de un lugar que desconocía. Desde luego no parecía seguir en Azeroth, aquel cielo de tonos purpúreos y ráfagas de un brillante color cobrizo no eran propios ni de los Reinos del Este ni de Kalimdor, pero a pesar de todo, me resultaba en cierto modo agradable.
Quien me retenía allí sabía muy bien lo que hacía, pues no tenía manera posible de huir sin matarme…si es que eso aún era posible.
Me incorporé para estirar las piernas y poder ver mejor lo que me rodeaba y lo que tenía debajo cuando no pude evitar sentirme observada. A lo lejos podía escuchar un aleteo rítmico y pausado que parecía acercarse, por lo que agucé la vista y pude apreciar levemente como un dracoleón se aproximaba hacia la isleta flotante en la cual me hallaba. Cuando se acercó un poco más pude apreciar que sobre él iba montada una trol de piel azulada y cabellos de tonalidades oscuras, los cuales estaban cuidadosamente trenzados.
Cuando se hallaba a unos pocos metros de la isleta, dio un par de vueltas a la misma hasta que final se detuvo para observarme más de cerca. Cuando ya pareció cansarse, se aproximó más y descendió hasta hallarse en frente mía, indicando a la vez una señal a su dracoleón para que se retirase.
Me puse en posición defensiva y le clavé la mirada, a lo que respondió con una indiferencia tal, que haría deprimirse hasta al más fiero guerrero. Aun así, no desistí.
- No deberíais moztraroz tan agreziva, erfa Lith, al menoz no ante mi puez zoy quien puede zacadoz con “vida” de ezte lugad – comenzó la trol
- Pagareis caro vuestra osadía trol! – comencé al tiempo que me dirigía hacia ella.
- Ezto no ezta bien, quedida…- continuó al tiempo que me lanzaba una red de un extraño tejido clavándome en el suelo. – relajaoz.
A los pocos segundos, la misteriosa red despareció y caí de rodillas en el suelo agotada y humillada por aquella trol. Resoplé con impaciencia y miré de nuevo a aquel ser.
- Bien, ahora que oz habeiz tranquilizado – dijo sonriente – podemoz hablad con tranquilidad y zi guztaiz, máz tadde batidoz en duelo contda mi. Me prezentadé. Zoy Ström Jin, cielo azul miembro del Escuadrón Matriz de Recios y fiel zervidora de la horda de Thrall. Vueztro nombde debe zed Lady Lith Varenna.
Asentí con resignación.
- Desconozco cual es la disciplina que seguís, trol…Ström, pero para poder atraerme de la custodia de nuestra oscura majestad, Arthas, no han de ser vuestras artes demasiado limpias.
- Miz artez, joven erfa, no zon otraz que laz de loz ezpidituz, zoy chaman. Por mi mizma no lo lograria, puez bien ez ziedto que al que llamaiz zeñod…ez podedozo.
- A que se ha debido vuestro interés en mi, trol? – interrumpí - Mis artes no tienen nada que ver con las vuestras ni con las de la horda, si no con la lealtad a mi oscuro señor, vuestro enemigo. Desde el honor luchamos por nuestra causa, ciegos en batalla, no existe más que la victoria.
Seguía sonriente, sin inmutarse ante mis palabras haciendo gala de ausencia de temor y de una seguridad implacables, perdiendo su mirada entre los peculiares tonos que nos ofrecía aquel extraño cielo.
- Mi misión no ez otra que advertiroz, cada uno de nozotroz lo hacemoz…advertid del error que cometeiz, nada maz…
- No existe para mi tal efecto, trol. Sigo un señor fiel a sus creencias…
- Zeguiz un zeñor por obligación – me interrumpió – puez zegun entiendo, no habeiz tenido otra elección. Despojados de vueztra vida condenadoz…a ezto que ahoda zoiz…y el cual, oz traicionada en cuanto no oz necezite…
- No nos traicionará – grité enfadada – todo cuanto esta teniendo ahora es gloria gracias a nuestras acciones y su gran visión de batalla. Quien un día nos traiciono fue la horda a la que vos servís, dejándonos a nuestra suerte vagando por Azeroth. El nos recogió de esa insensatez!
- No taddadeiz mucho en cambiad de idea, joven erfa…cuando vueztro zeñod dezcuide nuevamente zu rebaño…ezte vedá la luz… - añadió finalmente la trol.
- Pero como os atrevéis a… - dije encarándome
Moviendo bruscamente sus toscas manos, me detuvo en seco para posteriormente lanzarme una descarga eléctrica.
- Ezo no ha eztado bien…- carraspeó – zi fuera lo suficientemente dizciplinado y atento con zu rebaño, ni con toda la fuerza de amboz continentez podríamos conzeguid ezte encuentro…no creeiz?
Todo desapareció repentinamente. Aquellos cálidos y agradables tonos morados que cubrían nuestras cabezas desaparecieron para volverse de un negro impenetrable. Todo resto de vida desapareció al igual que aquel extraño calor que me quemaba la piel, reemplazado por el olor a muerte y el sabor a oscuridad.
- Lady Lith, queda poco para el amanecer, deberíamos emprender la marcha en pocos minutos. Nos espera un día muy largo y hemos de pasar aun por la posada.
Sobresaltada abrí por fin los ojos y comprobé como el caballero Sergerus se apartaba con rapidez de mi en gesto de prudencia y cierta incomodidad. Si la sangre aun fluyese por nuestros cuerpos, diría que su rostro se hubiese teñido de un cálido rubor en aquel instante.
Me desperecé con una calma inusual y me puse en pie de un salto. Una vez cogí mis bolsas y sujeté mi espada al cinturón, yelmo en mano me dispuse a salir de la tienda.
Sergerus parecía también algo extraño respecto a los días anteriores y mucho más pensativo que de costumbre. Tal pensamiento fue confirmado en pocos instantes cuando se puso a mi lado haciendo una reverencia de lo más galante para que fuese yo quien franqueara el umbral. Accedí extrañada y volví a mis pensamientos camino de la posada.
Nada más llegar, comprobamos una afluencia inusual de reclutas como nosotros a la espera del gran momento. Cuando nos hallábamos a punto de sentarnos en una de las mesas de madera, comprobamos como el poco bullicio que había en el lugar se transformó de golpe en un silencio sepulcral acompañado más tarde por el tintineo de dos espadas contra una armadura.
Se trataba de Mograine, quien una vez nos divisó se dirigió con decisión hacia nosotros.
- Lady Lith, Sir Sergerus – comenzó
- Señor – asentimos al unísono
- Venía a comprobar vuestro estado esta mañana a la par que daros vuestras últimas y nuevas órdenes – carraspeó – os dirigiréis al paso que hay tras la brecha de la muerte, cerca de un aserradero muy próximo a la capilla Esperanza de la Luz. Ha sido todo un honor conoceros, milady. – y dicho esto desapareció.
El bullicio volvió al sombrío lugar y Sergerus y yo nos acomodamos en las toscas sillas finalmente.
- [Thalassiano] – Parece que por fin conoceréis a nuestra oscura majestad – comenzó el elfo.
- [Thalassiano] – Eso parece, caballero – dije sin demasiado entusiasmo
- [Thalassiano] – Os noto poco entusiasmada, milady. Acaso os ocurre algo?
- [Thalassiano] – Eh…no…nada – titubeé – no debéis preocuparos
Sorprendidos ambos ante mi reacción poco tajante y bastante sincera, apartamos con violencia la mirada el uno del otro. Di el último trago a mi jarra y atajé.
- [Thalassiano] – Aún falta algo de tiempo para reunirnos con el resto de compañeros, necesito despejarme – me levanté y salí de la posada
Con una rapidez inusual, Sergerus apareció a mi lado diciendo:
- [Thalassiano] – No me vendría mal despejarme a mi también
No me gustó demasiado que me acompañase en aquellos momentos, pues tenía mucho en lo que pensar respecto a mis sueños y no quería “visitas”. En cualquier caso, no debía tampoco apartarle de mi lado, pues era un buen compañero de batallas y quien al fin y al cabo compartía muchos de mis males dentro de este extraño y nuevo mundo que ahora habitábamos.
Monté mi corcel y me dirigí a las montañas en dirección opuesta a nuestro destino, donde me perdí entre las sombras para acomodarme más tarde entre las mismas, esperando la llegada de Sergerus.
Hice una inspección rápida a mi alrededor y pude comprobar que me hallaba en una especie de isla flotante de un lugar que desconocía. Desde luego no parecía seguir en Azeroth, aquel cielo de tonos purpúreos y ráfagas de un brillante color cobrizo no eran propios ni de los Reinos del Este ni de Kalimdor, pero a pesar de todo, me resultaba en cierto modo agradable.
Quien me retenía allí sabía muy bien lo que hacía, pues no tenía manera posible de huir sin matarme…si es que eso aún era posible.
Me incorporé para estirar las piernas y poder ver mejor lo que me rodeaba y lo que tenía debajo cuando no pude evitar sentirme observada. A lo lejos podía escuchar un aleteo rítmico y pausado que parecía acercarse, por lo que agucé la vista y pude apreciar levemente como un dracoleón se aproximaba hacia la isleta flotante en la cual me hallaba. Cuando se acercó un poco más pude apreciar que sobre él iba montada una trol de piel azulada y cabellos de tonalidades oscuras, los cuales estaban cuidadosamente trenzados.
Cuando se hallaba a unos pocos metros de la isleta, dio un par de vueltas a la misma hasta que final se detuvo para observarme más de cerca. Cuando ya pareció cansarse, se aproximó más y descendió hasta hallarse en frente mía, indicando a la vez una señal a su dracoleón para que se retirase.
Me puse en posición defensiva y le clavé la mirada, a lo que respondió con una indiferencia tal, que haría deprimirse hasta al más fiero guerrero. Aun así, no desistí.
- No deberíais moztraroz tan agreziva, erfa Lith, al menoz no ante mi puez zoy quien puede zacadoz con “vida” de ezte lugad – comenzó la trol
- Pagareis caro vuestra osadía trol! – comencé al tiempo que me dirigía hacia ella.
- Ezto no ezta bien, quedida…- continuó al tiempo que me lanzaba una red de un extraño tejido clavándome en el suelo. – relajaoz.
A los pocos segundos, la misteriosa red despareció y caí de rodillas en el suelo agotada y humillada por aquella trol. Resoplé con impaciencia y miré de nuevo a aquel ser.
- Bien, ahora que oz habeiz tranquilizado – dijo sonriente – podemoz hablad con tranquilidad y zi guztaiz, máz tadde batidoz en duelo contda mi. Me prezentadé. Zoy Ström Jin, cielo azul miembro del Escuadrón Matriz de Recios y fiel zervidora de la horda de Thrall. Vueztro nombde debe zed Lady Lith Varenna.
Asentí con resignación.
- Desconozco cual es la disciplina que seguís, trol…Ström, pero para poder atraerme de la custodia de nuestra oscura majestad, Arthas, no han de ser vuestras artes demasiado limpias.
- Miz artez, joven erfa, no zon otraz que laz de loz ezpidituz, zoy chaman. Por mi mizma no lo lograria, puez bien ez ziedto que al que llamaiz zeñod…ez podedozo.
- A que se ha debido vuestro interés en mi, trol? – interrumpí - Mis artes no tienen nada que ver con las vuestras ni con las de la horda, si no con la lealtad a mi oscuro señor, vuestro enemigo. Desde el honor luchamos por nuestra causa, ciegos en batalla, no existe más que la victoria.
Seguía sonriente, sin inmutarse ante mis palabras haciendo gala de ausencia de temor y de una seguridad implacables, perdiendo su mirada entre los peculiares tonos que nos ofrecía aquel extraño cielo.
- Mi misión no ez otra que advertiroz, cada uno de nozotroz lo hacemoz…advertid del error que cometeiz, nada maz…
- No existe para mi tal efecto, trol. Sigo un señor fiel a sus creencias…
- Zeguiz un zeñor por obligación – me interrumpió – puez zegun entiendo, no habeiz tenido otra elección. Despojados de vueztra vida condenadoz…a ezto que ahoda zoiz…y el cual, oz traicionada en cuanto no oz necezite…
- No nos traicionará – grité enfadada – todo cuanto esta teniendo ahora es gloria gracias a nuestras acciones y su gran visión de batalla. Quien un día nos traiciono fue la horda a la que vos servís, dejándonos a nuestra suerte vagando por Azeroth. El nos recogió de esa insensatez!
- No taddadeiz mucho en cambiad de idea, joven erfa…cuando vueztro zeñod dezcuide nuevamente zu rebaño…ezte vedá la luz… - añadió finalmente la trol.
- Pero como os atrevéis a… - dije encarándome
Moviendo bruscamente sus toscas manos, me detuvo en seco para posteriormente lanzarme una descarga eléctrica.
- Ezo no ha eztado bien…- carraspeó – zi fuera lo suficientemente dizciplinado y atento con zu rebaño, ni con toda la fuerza de amboz continentez podríamos conzeguid ezte encuentro…no creeiz?
Todo desapareció repentinamente. Aquellos cálidos y agradables tonos morados que cubrían nuestras cabezas desaparecieron para volverse de un negro impenetrable. Todo resto de vida desapareció al igual que aquel extraño calor que me quemaba la piel, reemplazado por el olor a muerte y el sabor a oscuridad.
- Lady Lith, queda poco para el amanecer, deberíamos emprender la marcha en pocos minutos. Nos espera un día muy largo y hemos de pasar aun por la posada.
Sobresaltada abrí por fin los ojos y comprobé como el caballero Sergerus se apartaba con rapidez de mi en gesto de prudencia y cierta incomodidad. Si la sangre aun fluyese por nuestros cuerpos, diría que su rostro se hubiese teñido de un cálido rubor en aquel instante.
Me desperecé con una calma inusual y me puse en pie de un salto. Una vez cogí mis bolsas y sujeté mi espada al cinturón, yelmo en mano me dispuse a salir de la tienda.
Sergerus parecía también algo extraño respecto a los días anteriores y mucho más pensativo que de costumbre. Tal pensamiento fue confirmado en pocos instantes cuando se puso a mi lado haciendo una reverencia de lo más galante para que fuese yo quien franqueara el umbral. Accedí extrañada y volví a mis pensamientos camino de la posada.
Nada más llegar, comprobamos una afluencia inusual de reclutas como nosotros a la espera del gran momento. Cuando nos hallábamos a punto de sentarnos en una de las mesas de madera, comprobamos como el poco bullicio que había en el lugar se transformó de golpe en un silencio sepulcral acompañado más tarde por el tintineo de dos espadas contra una armadura.
Se trataba de Mograine, quien una vez nos divisó se dirigió con decisión hacia nosotros.
- Lady Lith, Sir Sergerus – comenzó
- Señor – asentimos al unísono
- Venía a comprobar vuestro estado esta mañana a la par que daros vuestras últimas y nuevas órdenes – carraspeó – os dirigiréis al paso que hay tras la brecha de la muerte, cerca de un aserradero muy próximo a la capilla Esperanza de la Luz. Ha sido todo un honor conoceros, milady. – y dicho esto desapareció.
El bullicio volvió al sombrío lugar y Sergerus y yo nos acomodamos en las toscas sillas finalmente.
- [Thalassiano] – Parece que por fin conoceréis a nuestra oscura majestad – comenzó el elfo.
- [Thalassiano] – Eso parece, caballero – dije sin demasiado entusiasmo
- [Thalassiano] – Os noto poco entusiasmada, milady. Acaso os ocurre algo?
- [Thalassiano] – Eh…no…nada – titubeé – no debéis preocuparos
Sorprendidos ambos ante mi reacción poco tajante y bastante sincera, apartamos con violencia la mirada el uno del otro. Di el último trago a mi jarra y atajé.
- [Thalassiano] – Aún falta algo de tiempo para reunirnos con el resto de compañeros, necesito despejarme – me levanté y salí de la posada
Con una rapidez inusual, Sergerus apareció a mi lado diciendo:
- [Thalassiano] – No me vendría mal despejarme a mi también
No me gustó demasiado que me acompañase en aquellos momentos, pues tenía mucho en lo que pensar respecto a mis sueños y no quería “visitas”. En cualquier caso, no debía tampoco apartarle de mi lado, pues era un buen compañero de batallas y quien al fin y al cabo compartía muchos de mis males dentro de este extraño y nuevo mundo que ahora habitábamos.
Monté mi corcel y me dirigí a las montañas en dirección opuesta a nuestro destino, donde me perdí entre las sombras para acomodarme más tarde entre las mismas, esperando la llegada de Sergerus.
Ztromy- Forjador de Holocrones
- Juego : WoW
Clan : Clockwork Orange -EU Magtheridon
PJ principal : Aîvlis
Antigüedad : 03/09/2008
Mensajes : 3719
Edad : 39
La Batalla por El Bastión de Ébano
Tras la traición sufrida por el que hasta el momento había sido nuestro Rey, Arthas Menethil, fuimos “invitados” a la redención por parte de la luz en tierras sagradas.
Tomando como referencia a quien había sido nuestro mentor hasta el momento y en vista de lo que habíamos presenciado, teníamos dos opciones de redención:
Ayudar a luchar contra las fuerzas de Arthas entre Azeroth y el nuevo mundo y así evitar males mayores y ser “perdonados” por los crímenes cometidos bajo el yugo de nuestro antiguo señor, o bien alimentar aquel sagrado suelo frente a la capilla de la luz como otros tantos, padeciendo de su ardiente resplandor incluso en la propia muerte.
El caballero renegado dio un paso al frente, altivo y convencido por completo de la lealtad ante Arthas para dirigirse de un modo cuanto menos ofensivo ante Tyron, el paladín de la capilla:
- Primero fuimos despojados de nuestras tierras como vivos. Después, vagamos por las mismas sumidos en la incomprensión de la no – muerte durante años hasta conseguir la aceptación por parte de la horda de Thrall. Seguíamos siendo la desgracia del lugar, pero con el tiempo nos ganamos cierto aprecio y aceptación. Cuando por fin parecía que las cosas tomarían un curso normal, volvió a estallar la guerra, regreso nuestro creador y volvió a llevarnos ante el en cuanto capto nuestras debilidades, uno por uno – hizo una pausa - ¿Qué hizo entonces la horda o la alianza por nosotros? ¡Nada! – estalló en gritos – ¡Abandonarnos a nuestra suerte! ¿Por qué habríamos de volver ahora? ¿Para sufrir lo mismo otra vez? ¿Para volver a ser aquellos de los que todos huyen? ¡Jamás!
El caballero renegado, tras ser deslumbrado por un rayo de luz, fue elevado a varios metros del suelo en posición horizontal sobre todos nosotros. Acto seguido, fue conducido por Tyron unos metros mas hasta que yació en el suelo cubierto por una cúpula de luz. Tras un nuevo destello, se puso en pie para caer de rodillas casi en el acto.
- Caballero, contadnos quien sois y cual es vuestro estado, os encontráis bien? – comenzó Tyron
- Ante vos, un caballero oscuro que busca de nuevo el perdón. Ya no busca la aceptación. La condición de renegado que un día por fuerza adquirí, será la que conmigo conviva hasta el fin de mis días. La horda no me abandonó…el exánime fue quien me tomo…otra maldición. Señor, en cuanto sea posible, me presentaré ante Thrall y juraré nuevamente lealtad a su horda.
El desconcierto reinante era asolador. Se formaban corrillos de fantasmagóricas voces, susurros de desconfianza y miradas desafiantes y alerta, adornadas por aquellos característicos ojos azulados de los caballeros de la muerte.
Me acerqué sigilosa a Sergerus, aún en guardia, para formar parte del corrillo de voces que nos rodeaban
- [Thalassiano] – De tratarse de una mera pantomima…es bastante pobre, aunque…
- [Thalassiano] – Es cierto que tanto Thrall como el resto de líderes de Azeroth de ambas facciones se han visto visiblemente afectados por la llegada de nuestro Rey – me interrumpió – sufriendo bajas y demás minucias de débiles campesinos…pero somos más fuertes…
- [Thalassiano] – ¡No seáis insensato, Sergerus! – le espeté elevando levemente mi tono de voz - ¿Cómo es posible que seáis tan buen caballero con la ausencia de estrategia y lógica de las cuales hacéis gala en estos momentos? En su día fuimos como ellos. La fuerza bruta no es la solución. Daros cuenta del poder y la vida que emana de ese caballero – dije señalando al paladín – ha logrado postrar al ser más poderoso de estos tiempos antes sus pies a ojos de sus súbditos! En estas tierras no hallaremos la victoria y nuestro mundo se divide entre ambas facciones que ahora luchan por una misma causa contra nosotros. Sin a penas preparación, sin hogar…¿que será de nosotros, decidme! – le grité y proseguí ante su sorpresa por mi pérdida de compostura, tan inusual – No me hace gracia. Ni ellos me gustan ni nosotros a ellos, pero no tenemos elección. Aún no sabemos si algún día pereceremos o bien si nos espera algo peor. Si puedo aferrarme a esta no vida de dolor, lo prefiero, pues en ese caso sabría cual sería mi sino.
- [Thalassiano] – La dichosa luz del paladín parece haberos cegado, mi dama… ¿dónde quedara pues nuestra sed de gloria? ¿ Y este ansia de sangre? ¿Creéis acaso que siendo civilizados podríamos dominarla con facilidad?
Siguió haciendo preguntas, pero ya no le escuchaba. No entraría en razón. Mi única solución era rendirme por mucho dolor que ello causase a mi orgullo y mi propia persona. No soportaría pasar 100 años más de vida sin saber quien fui o quien realmente era…escapando de aquellos que quisieran darme caza por los servicios de un señor demente…algo cambiaba…no era la misma perspectiva…quizás la luz me hubiese cegado al fin…
Los caballeros se fueron postrando a la atenta mirada de Mograine, quien seguía arrodillado ante Tyron. Llegó entonces mi turno y con unas palabras tan firmes como mi decisión, me postre ante Tyron:
- Ante vos, Lady Lith Varenna. Recibid mis respetos, Lord Tyron – concluí haciendo una reverencia –
Asintió y se volvió para mirar a Sergerus aún en actitud desafiante. Intenté darle un disimulado codazo en las piernas, pues aún seguíamos postrados a la espera del resto de caballeros.
- Lady Varenna – comenzó Tyron – quizás no debáis hacer eso – se volvió y le miró al tiempo que con la mano hacía venir a un tauren de entre sus filas.
- Pareces no estar del todo convencido, no es así elfo? - comenzó el tauren - ¿Tu nombre?
- Sir Sergerus, caballero de la muerte y leal seguidor de Arthas Menethil, mi Rey
- Es probable – dijo Tyron – que tras el siguiente suceso cambiéis de idea – e hizo una señal al tauren, quien empezaba a canalizar energía con ayuda de sus totems.
- No temo vuestros sortilegios – respondió envalentonado Sergerus
- Levantaos –nos urgió Tyron - y contemplad…
En ese momento, Sergerus se derrumbó al suelo ante mi mirada de pánico, apaciguada segundos más tarde por Tyron, quien me sujetaba por los hombros. La mirada de Sergerus lucía vacía, sin el tono azul característico de su clase, entremezclando en ellos tonos grisáceos, unas veces blancos y otras negros…al tiempo que su expresión cambiaba entre la sorpresa y el dolor…de ambos.
Fueron segundos interminables, afligida, acurrucada sobre mis rodillas al lado de mi compañero sintiendo aquel dolor; pero de pronto, todo cesó y Sergerus recobró el conocimiento para postrarse ante Tyron.
- Me habéis hecho recordar quien fui, quien soy y con dicha resolución, me postro ante vos en pos de la misión de derrotar al traidor.
- Bien – dijo satisfecho Tyron sin apenas cambiar su expresión – caballeros, este es el comienzo de una de las mayores hazañas en defensa de nuestro mundo. Como caballeros oscuros, por lo que va en vuestro ser, habéis de volver al bastión que se halla sobre nosotros, de donde procedéis. Con la redención de Mograine, Arthas ha alterado el equilibrio de la zona, por lo que debéis proteger el asedio del cual esta siendo victima por parte de las abominaciones ahora rebeladas. Los victoriosos de esa lucha sabréis que hacer en cuanto venzáis a los esbirros del tirano. Los que por contra no lo logren, hallaran la luz, no tendrán un aciago destino sino la paz eterna – hizo una pausa – caballeros, que la luz os proteja.
Nos pusimos nuevamente en marcha. Parecía que jamás descansaríamos y que terminaríamos exhaustos tendidos en cualquier rincón con la misión de vagar eternamente por el mundo a las órdenes vacuas de quien nos mantuviese ocupados sin pensar qué nos sucedería.
Subimos al bastión y contemplamos un panorama desolador. Abominaciones y cadáveres por piezas fuera de control, destrozando todo lo que se interponía en su camino. Con la ayuda de los guardas que servían como un leve refuerzo en nuestra causa, arremetimos contra todo enemigo que osaba enfrentarse ante nosotros, también ahora, fuera de control, sedientos de sangre y venganza.
Trozos de carne deforme, maloliente y putrefacta, saltaban por los aires acompañadas de huesos rotos bañados en sangre, los cuales desprendían astillas infestas al impactar contra el suelo.
Empapados en sangre y con algo similar a fango verde cubriendo nuestras ahora maltrechas armaduras, caímos rendidos al suelo tras completar nuestra misión, presas del agotamiento.
Sergerus se hallaba a mi lado con parte de sus blancos cabellos cubriéndole la cara, ahora tintando la misma con el color de la sangre, un intenso color escarlata.
Se desmayó sobre mis piernas profiriendo un estruendo con su armadura contra la mía y al tiempo contra el suelo.
Tomando como referencia a quien había sido nuestro mentor hasta el momento y en vista de lo que habíamos presenciado, teníamos dos opciones de redención:
Ayudar a luchar contra las fuerzas de Arthas entre Azeroth y el nuevo mundo y así evitar males mayores y ser “perdonados” por los crímenes cometidos bajo el yugo de nuestro antiguo señor, o bien alimentar aquel sagrado suelo frente a la capilla de la luz como otros tantos, padeciendo de su ardiente resplandor incluso en la propia muerte.
El caballero renegado dio un paso al frente, altivo y convencido por completo de la lealtad ante Arthas para dirigirse de un modo cuanto menos ofensivo ante Tyron, el paladín de la capilla:
- Primero fuimos despojados de nuestras tierras como vivos. Después, vagamos por las mismas sumidos en la incomprensión de la no – muerte durante años hasta conseguir la aceptación por parte de la horda de Thrall. Seguíamos siendo la desgracia del lugar, pero con el tiempo nos ganamos cierto aprecio y aceptación. Cuando por fin parecía que las cosas tomarían un curso normal, volvió a estallar la guerra, regreso nuestro creador y volvió a llevarnos ante el en cuanto capto nuestras debilidades, uno por uno – hizo una pausa - ¿Qué hizo entonces la horda o la alianza por nosotros? ¡Nada! – estalló en gritos – ¡Abandonarnos a nuestra suerte! ¿Por qué habríamos de volver ahora? ¿Para sufrir lo mismo otra vez? ¿Para volver a ser aquellos de los que todos huyen? ¡Jamás!
El caballero renegado, tras ser deslumbrado por un rayo de luz, fue elevado a varios metros del suelo en posición horizontal sobre todos nosotros. Acto seguido, fue conducido por Tyron unos metros mas hasta que yació en el suelo cubierto por una cúpula de luz. Tras un nuevo destello, se puso en pie para caer de rodillas casi en el acto.
- Caballero, contadnos quien sois y cual es vuestro estado, os encontráis bien? – comenzó Tyron
- Ante vos, un caballero oscuro que busca de nuevo el perdón. Ya no busca la aceptación. La condición de renegado que un día por fuerza adquirí, será la que conmigo conviva hasta el fin de mis días. La horda no me abandonó…el exánime fue quien me tomo…otra maldición. Señor, en cuanto sea posible, me presentaré ante Thrall y juraré nuevamente lealtad a su horda.
El desconcierto reinante era asolador. Se formaban corrillos de fantasmagóricas voces, susurros de desconfianza y miradas desafiantes y alerta, adornadas por aquellos característicos ojos azulados de los caballeros de la muerte.
Me acerqué sigilosa a Sergerus, aún en guardia, para formar parte del corrillo de voces que nos rodeaban
- [Thalassiano] – De tratarse de una mera pantomima…es bastante pobre, aunque…
- [Thalassiano] – Es cierto que tanto Thrall como el resto de líderes de Azeroth de ambas facciones se han visto visiblemente afectados por la llegada de nuestro Rey – me interrumpió – sufriendo bajas y demás minucias de débiles campesinos…pero somos más fuertes…
- [Thalassiano] – ¡No seáis insensato, Sergerus! – le espeté elevando levemente mi tono de voz - ¿Cómo es posible que seáis tan buen caballero con la ausencia de estrategia y lógica de las cuales hacéis gala en estos momentos? En su día fuimos como ellos. La fuerza bruta no es la solución. Daros cuenta del poder y la vida que emana de ese caballero – dije señalando al paladín – ha logrado postrar al ser más poderoso de estos tiempos antes sus pies a ojos de sus súbditos! En estas tierras no hallaremos la victoria y nuestro mundo se divide entre ambas facciones que ahora luchan por una misma causa contra nosotros. Sin a penas preparación, sin hogar…¿que será de nosotros, decidme! – le grité y proseguí ante su sorpresa por mi pérdida de compostura, tan inusual – No me hace gracia. Ni ellos me gustan ni nosotros a ellos, pero no tenemos elección. Aún no sabemos si algún día pereceremos o bien si nos espera algo peor. Si puedo aferrarme a esta no vida de dolor, lo prefiero, pues en ese caso sabría cual sería mi sino.
- [Thalassiano] – La dichosa luz del paladín parece haberos cegado, mi dama… ¿dónde quedara pues nuestra sed de gloria? ¿ Y este ansia de sangre? ¿Creéis acaso que siendo civilizados podríamos dominarla con facilidad?
Siguió haciendo preguntas, pero ya no le escuchaba. No entraría en razón. Mi única solución era rendirme por mucho dolor que ello causase a mi orgullo y mi propia persona. No soportaría pasar 100 años más de vida sin saber quien fui o quien realmente era…escapando de aquellos que quisieran darme caza por los servicios de un señor demente…algo cambiaba…no era la misma perspectiva…quizás la luz me hubiese cegado al fin…
Los caballeros se fueron postrando a la atenta mirada de Mograine, quien seguía arrodillado ante Tyron. Llegó entonces mi turno y con unas palabras tan firmes como mi decisión, me postre ante Tyron:
- Ante vos, Lady Lith Varenna. Recibid mis respetos, Lord Tyron – concluí haciendo una reverencia –
Asintió y se volvió para mirar a Sergerus aún en actitud desafiante. Intenté darle un disimulado codazo en las piernas, pues aún seguíamos postrados a la espera del resto de caballeros.
- Lady Varenna – comenzó Tyron – quizás no debáis hacer eso – se volvió y le miró al tiempo que con la mano hacía venir a un tauren de entre sus filas.
- Pareces no estar del todo convencido, no es así elfo? - comenzó el tauren - ¿Tu nombre?
- Sir Sergerus, caballero de la muerte y leal seguidor de Arthas Menethil, mi Rey
- Es probable – dijo Tyron – que tras el siguiente suceso cambiéis de idea – e hizo una señal al tauren, quien empezaba a canalizar energía con ayuda de sus totems.
- No temo vuestros sortilegios – respondió envalentonado Sergerus
- Levantaos –nos urgió Tyron - y contemplad…
En ese momento, Sergerus se derrumbó al suelo ante mi mirada de pánico, apaciguada segundos más tarde por Tyron, quien me sujetaba por los hombros. La mirada de Sergerus lucía vacía, sin el tono azul característico de su clase, entremezclando en ellos tonos grisáceos, unas veces blancos y otras negros…al tiempo que su expresión cambiaba entre la sorpresa y el dolor…de ambos.
Fueron segundos interminables, afligida, acurrucada sobre mis rodillas al lado de mi compañero sintiendo aquel dolor; pero de pronto, todo cesó y Sergerus recobró el conocimiento para postrarse ante Tyron.
- Me habéis hecho recordar quien fui, quien soy y con dicha resolución, me postro ante vos en pos de la misión de derrotar al traidor.
- Bien – dijo satisfecho Tyron sin apenas cambiar su expresión – caballeros, este es el comienzo de una de las mayores hazañas en defensa de nuestro mundo. Como caballeros oscuros, por lo que va en vuestro ser, habéis de volver al bastión que se halla sobre nosotros, de donde procedéis. Con la redención de Mograine, Arthas ha alterado el equilibrio de la zona, por lo que debéis proteger el asedio del cual esta siendo victima por parte de las abominaciones ahora rebeladas. Los victoriosos de esa lucha sabréis que hacer en cuanto venzáis a los esbirros del tirano. Los que por contra no lo logren, hallaran la luz, no tendrán un aciago destino sino la paz eterna – hizo una pausa – caballeros, que la luz os proteja.
Nos pusimos nuevamente en marcha. Parecía que jamás descansaríamos y que terminaríamos exhaustos tendidos en cualquier rincón con la misión de vagar eternamente por el mundo a las órdenes vacuas de quien nos mantuviese ocupados sin pensar qué nos sucedería.
Subimos al bastión y contemplamos un panorama desolador. Abominaciones y cadáveres por piezas fuera de control, destrozando todo lo que se interponía en su camino. Con la ayuda de los guardas que servían como un leve refuerzo en nuestra causa, arremetimos contra todo enemigo que osaba enfrentarse ante nosotros, también ahora, fuera de control, sedientos de sangre y venganza.
Trozos de carne deforme, maloliente y putrefacta, saltaban por los aires acompañadas de huesos rotos bañados en sangre, los cuales desprendían astillas infestas al impactar contra el suelo.
Empapados en sangre y con algo similar a fango verde cubriendo nuestras ahora maltrechas armaduras, caímos rendidos al suelo tras completar nuestra misión, presas del agotamiento.
Sergerus se hallaba a mi lado con parte de sus blancos cabellos cubriéndole la cara, ahora tintando la misma con el color de la sangre, un intenso color escarlata.
Se desmayó sobre mis piernas profiriendo un estruendo con su armadura contra la mía y al tiempo contra el suelo.
Ztromy- Forjador de Holocrones
- Juego : WoW
Clan : Clockwork Orange -EU Magtheridon
PJ principal : Aîvlis
Antigüedad : 03/09/2008
Mensajes : 3719
Edad : 39
El Despertar
No sé cuanto tiempo pasó desde el fin de la batalla hasta que un joven renegado, mas huesudo de lo habitual, se aproximó mientras yacíamos inconscientes en el frío suelo del bastión.
Con una tibia de las miles que se hallaban esparcidas por el suelo entre sangre y trozos de carne putrefacta, comenzó a empujarme con suavidad:
- Milady…despertad…vamos… - hizo una pausa para comprobar ligeramente mi estado – venga, despertad…
Instintivamente y con un ágil movimiento, sustraje la tibia que sostenía entre sus manos para terminar apuntándole con ella. Acto seguido, abrí los ojos clavándole la mirada de forma amenazadora. Una vez comprobado mi alrededor de un rápido vistazo, me volví para mirar al renegado al tiempo que bajaba la tibia que le apuntaba, dando paso así a las preguntas:
- ¿Que ha pasado?
- Habéis descansado con el resto de los supervivientes a tan cruenta carnicería en este lugar. Por suerte, perecieron menos caballeros de lo esperado.
Me incorporé con cuidado, maldiciendo las palabras del renegado denominando suerte a seguir viva en tal estado, pues mi cuerpo estaba magullado por todas partes.
- Y ahora…¿que será de nosotros? Hemos sido traicionados por quien nos devolvió a esta especie de vida, de la cual no comprendemos nada…
- No temáis, dama… - dijo con la calma que parecía caracterizarle
- Para mi no existe el temor, renegado – le interrumpí con brusquedad
- Mis mas sinceras disculpas, milady; pero os aconsejo que no toméis a la ligera el término de “renegado”, pues más adelante comprenderéis que lo sois tanto como yo.
Le mire con frialdad, pues debido a mi naturaleza elfa, era incapaz de admitir que fuese posible tal efecto.
- Además de comprobar los supervivientes que pudiesen existir y su estado, me han encomendado comunicarles a los mismos, que se presenten ante el Alto Señor Mograine, quien se encuentra en el piso superior del bastión, cruzando el portal que veis al fondo; yo he de continuar con mi tarea, no os demoréis – concluyó mientras se alejaba cojeando -
De pronto, recordé que no estaba sola, Sergerus yacía a mi lado en no muy buenas condiciones. Me arrodille a su lado mientras le susurraba al oído:
- [Thalasiano] – Sergerus…sergerus… Vamos caballero, despertad…aun tenemos una última misión que cumplir…
No reaccionaba. Me vi tentada de abofetearle, pero solo podría empeorar las cosas…y por primera vez, hasta donde mis recuerdos tenían cabida, comencé a sentir la desesperación, el miedo y una gran tristeza.
Como pude, me levanté del suelo y salí corriendo todo lo rápido que mis lesiones me permitían, en pos del renegado.
La zona donde nos encontrábamos no era demasiado grande, por suerte, por lo que le halle casi al instante.
- Disculpad… - comencé a decir aún sofocada, mientras el renegado levantaba la vista tras intentar mover otro caballero con un fémur astillado
- Oh… me alegro de veros en pie, que sucede, milady?
- Mi compañero…el caballero que yacía junto a mí no responde, no soy capaz de despertarle, pero tengo la certeza de que sigue con vida…sus heridas parecen bastante graves…
- Entiendo…dad la vuelta a la estancia y cerca del portal del fondo encontrareis más renegados que quizás puedan ayudaros.
Asentí con nerviosismo y tras darle las gracias, salí corriendo de nuevo en la dirección indicada, pues a Sergerus no le quedaba demasiado tiempo.
Tras conseguir algo de licor, vendas y un poco de agua, volví junto a mi compañero para comenzar con los cuidados básicos.
Algunas de las vendas fueron empapadas en agua, para limpiar sus heridas, el licor derramado por su boca, al igual que algunas gotas de agua…pero siguió sin reaccionar.
Un profundo dolor en el pecho me sobrecogió cuando me acercaba para dedicarle unas últimas palabras. No acierto a saber de dónde saque la fuerza en ese momento, que me empujó si cabe a aproximarme más a su cuerpo mientras unas tímidas lágrimas recorrían mis pálidas mejillas.
- [Thalasiano] - Nunca pensé que nuestro camino se truncara de este modo…caballero…Sergerus…no temáis lo que os aguarda, pues sin duda ese camino de paz y descanso que ahora emprendéis, es el que anhelamos todos aquellos que sufrimos la ira del Rey Exánime. Luchamos con honor, codo con codo y vos pagasteis el más alto precio por una traición, pero vuestro fin no ha sido en vano, pues la muerte en batalla nunca lo es. Desde ahora, mi camino será la fidelidad con aquellos que luchen contra quien nos hizo esto…descansad, caballero…
Mientras las lágrimas brotaban de mis ojos con gran intensidad al pronunciar las palabras de despedida de mi compañero y amigo en esta nueva vida, me aproximé y le besé.
- [Thalasiano] - Nunca tuve el valor de confesarlo, siempre supuso para mí la mayor de las debilidades, pero ahora, ya no tiene esa importancia… - susurré entre lágrimas mientras me alejaba de su cuerpo – desconozco si acaso teníais familia…pero vuestros enseres, serán entregados con el honor del más alto caballero si en alguna ocasión la hallase. Descansad…
Una vez finalizados mis respetos, cogí sus enseres y me dirigí hacia el portal. Mientras caminaba, de una de las bolsas cayó una pequeña caja, muy similar a las que contenían los pergaminos de hechizos más valiosos de los altos magos.
La observé durante unos instantes tras recogerla, la guardé entre mis bolsas y continué mi marcha hacia mi nuevo destino.
Con una tibia de las miles que se hallaban esparcidas por el suelo entre sangre y trozos de carne putrefacta, comenzó a empujarme con suavidad:
- Milady…despertad…vamos… - hizo una pausa para comprobar ligeramente mi estado – venga, despertad…
Instintivamente y con un ágil movimiento, sustraje la tibia que sostenía entre sus manos para terminar apuntándole con ella. Acto seguido, abrí los ojos clavándole la mirada de forma amenazadora. Una vez comprobado mi alrededor de un rápido vistazo, me volví para mirar al renegado al tiempo que bajaba la tibia que le apuntaba, dando paso así a las preguntas:
- ¿Que ha pasado?
- Habéis descansado con el resto de los supervivientes a tan cruenta carnicería en este lugar. Por suerte, perecieron menos caballeros de lo esperado.
Me incorporé con cuidado, maldiciendo las palabras del renegado denominando suerte a seguir viva en tal estado, pues mi cuerpo estaba magullado por todas partes.
- Y ahora…¿que será de nosotros? Hemos sido traicionados por quien nos devolvió a esta especie de vida, de la cual no comprendemos nada…
- No temáis, dama… - dijo con la calma que parecía caracterizarle
- Para mi no existe el temor, renegado – le interrumpí con brusquedad
- Mis mas sinceras disculpas, milady; pero os aconsejo que no toméis a la ligera el término de “renegado”, pues más adelante comprenderéis que lo sois tanto como yo.
Le mire con frialdad, pues debido a mi naturaleza elfa, era incapaz de admitir que fuese posible tal efecto.
- Además de comprobar los supervivientes que pudiesen existir y su estado, me han encomendado comunicarles a los mismos, que se presenten ante el Alto Señor Mograine, quien se encuentra en el piso superior del bastión, cruzando el portal que veis al fondo; yo he de continuar con mi tarea, no os demoréis – concluyó mientras se alejaba cojeando -
De pronto, recordé que no estaba sola, Sergerus yacía a mi lado en no muy buenas condiciones. Me arrodille a su lado mientras le susurraba al oído:
- [Thalasiano] – Sergerus…sergerus… Vamos caballero, despertad…aun tenemos una última misión que cumplir…
No reaccionaba. Me vi tentada de abofetearle, pero solo podría empeorar las cosas…y por primera vez, hasta donde mis recuerdos tenían cabida, comencé a sentir la desesperación, el miedo y una gran tristeza.
Como pude, me levanté del suelo y salí corriendo todo lo rápido que mis lesiones me permitían, en pos del renegado.
La zona donde nos encontrábamos no era demasiado grande, por suerte, por lo que le halle casi al instante.
- Disculpad… - comencé a decir aún sofocada, mientras el renegado levantaba la vista tras intentar mover otro caballero con un fémur astillado
- Oh… me alegro de veros en pie, que sucede, milady?
- Mi compañero…el caballero que yacía junto a mí no responde, no soy capaz de despertarle, pero tengo la certeza de que sigue con vida…sus heridas parecen bastante graves…
- Entiendo…dad la vuelta a la estancia y cerca del portal del fondo encontrareis más renegados que quizás puedan ayudaros.
Asentí con nerviosismo y tras darle las gracias, salí corriendo de nuevo en la dirección indicada, pues a Sergerus no le quedaba demasiado tiempo.
Tras conseguir algo de licor, vendas y un poco de agua, volví junto a mi compañero para comenzar con los cuidados básicos.
Algunas de las vendas fueron empapadas en agua, para limpiar sus heridas, el licor derramado por su boca, al igual que algunas gotas de agua…pero siguió sin reaccionar.
Un profundo dolor en el pecho me sobrecogió cuando me acercaba para dedicarle unas últimas palabras. No acierto a saber de dónde saque la fuerza en ese momento, que me empujó si cabe a aproximarme más a su cuerpo mientras unas tímidas lágrimas recorrían mis pálidas mejillas.
- [Thalasiano] - Nunca pensé que nuestro camino se truncara de este modo…caballero…Sergerus…no temáis lo que os aguarda, pues sin duda ese camino de paz y descanso que ahora emprendéis, es el que anhelamos todos aquellos que sufrimos la ira del Rey Exánime. Luchamos con honor, codo con codo y vos pagasteis el más alto precio por una traición, pero vuestro fin no ha sido en vano, pues la muerte en batalla nunca lo es. Desde ahora, mi camino será la fidelidad con aquellos que luchen contra quien nos hizo esto…descansad, caballero…
Mientras las lágrimas brotaban de mis ojos con gran intensidad al pronunciar las palabras de despedida de mi compañero y amigo en esta nueva vida, me aproximé y le besé.
- [Thalasiano] - Nunca tuve el valor de confesarlo, siempre supuso para mí la mayor de las debilidades, pero ahora, ya no tiene esa importancia… - susurré entre lágrimas mientras me alejaba de su cuerpo – desconozco si acaso teníais familia…pero vuestros enseres, serán entregados con el honor del más alto caballero si en alguna ocasión la hallase. Descansad…
Una vez finalizados mis respetos, cogí sus enseres y me dirigí hacia el portal. Mientras caminaba, de una de las bolsas cayó una pequeña caja, muy similar a las que contenían los pergaminos de hechizos más valiosos de los altos magos.
La observé durante unos instantes tras recogerla, la guardé entre mis bolsas y continué mi marcha hacia mi nuevo destino.
Ztromy- Forjador de Holocrones
- Juego : WoW
Clan : Clockwork Orange -EU Magtheridon
PJ principal : Aîvlis
Antigüedad : 03/09/2008
Mensajes : 3719
Edad : 39
Lealtad a la Horda de Thrall
Me detuve un instante ante aquel extraño portal, del que emanaba una energía mágica bastante poderosa. Me di la vuelta por última vez para contemplar el cuerpo inerte de mi compañero, tendido entre los restos de sangre y vísceras que la batalla había dejado tras de si. Cuando mis lágrimas se veían tentadas de emanar de nuevo, aparté la vista de la escena prometiéndome una vez más cumplir mi deber sin dejar lugar hacia los sentimientos que pudiesen debilitar más aún mi alma cada vez más atormentada.
Crucé el portal y tras un breve viaje, tuve ante mí la grandeza de mi orden, la orden de los caballeros de la muerte. Mograine, mi nuevo señor, se hallaba en pie a pocos metros de mí en todo su esplendor.
A ambos lados del portal, se hallaban dos guardas esqueléticos y un renegado de aspecto similar al que me había despertado en el piso inferior.
Éste último, hizo una reverencia y se dirigió a mí:
- Milady, dejad que tome vuestras pertenencias mientras os reunís con el resto de caballeros ante vuestro señor
Le tendí las bolsas y siguiendo sus indicaciones me coloqué al lado del resto de caballeros.
- Bien caballeros – comenzó a decir Mograine – desde el día de hoy, sois los supervivientes de una de las más cruentas batallas contra la nueva amenaza que se cierne sobre el mundo de Azeroth, el Rey Exánime. Nuestra realidad como Caballeros de la Muerte ha cambiando, pues al haber sido traicionados por el mismo, debemos de acogernos nuevamente a nuestros antiguos líderes en defensa de nuestro mundo. No será un camino sencillo, pues tras haberle servido, nuestros nuevos aliados mostrarán desconfianza plena por todos nosotros. Por ello, hemos de demostrarles que estamos de su lado y que defenderemos estas tierras como un día lo hicimos, dando nuestra vida por las mismas y por todos los que conforman este mundo si fuese necesario.
Hizo una pausa y tras hacer una señal, varios guardas esqueléticos se levantaron tras él sosteniendo pergaminos entre sus huesudas manos.
- Vuestra nueva misión, de apariencia sencilla, consistirá en entregar estas misivas a vuestros respectivos líderes, tras las cuales les jurareis lealtad, acatando sus órdenes sin cuestión alguna. Respecto a mí, seguiremos en contacto con las novedades que traigáis de manos de vuestros nuevos líderes y por supuesto, para recibir instrucción en caso de ser necesario. No olvidéis que vuestro camino como caballeros de la muerte acaba de comenzar.
Tras recibir los pergaminos, todos los caballeros uno por uno, nos fuimos postrando ante Mograine en señal de respeto.
- Que la oscuridad que anida en vuestros corazones no ciegue vuestros caminos en el cumplimiento del nuevo deber que se os ha encomendado, partid caballeros.
Una vez en pie y tras reverenciar nuevamente a nuestro señor, dos portales se aparecieron ante nosotros, con dirección Ventormenta y Orgrimmar, dispuestos para redimir las acciones orquestadas por el Rey Exánime y cargar contra él una vez más.
Fuimos transportados de inmediato a las puertas de la ciudad de Orgrimmar, al igual que los caballeros que en tiempos sirvieran a la alianza, lo fueron hacia Ventormenta.
Nos dirigimos conforme a nuestras órdenes hacia la fortaleza de Thrall, abriéndonos paso entre los viandantes, forasteros y habitantes de la ciudad, quienes nos miraban con ojos desconfiados al tiempo que no dudaban en lanzarnos lo que tenían a mano en señal de protesta. Como respuesta, nuestros viles corceles, encabritados por el jaleo comenzaron a galopar a toda velocidad por la ciudad guiados por los caballeros que los montaban del mejor modo posible dada la situación.
Cuando vislumbrábamos a lo lejos la gran fortaleza, poco a poco conseguimos calmar la mayoría de los corceles, para no atravesarla al galope y poder desmontar a sus puertas.
Nos detuvimos a las puertas ante las atentas miradas de recelo y desconfianza de los guardas que la custodiaban. Haciendo una reverencia ante los mismos en señal de respeto y un ligero pacifismo nos dispusimos a atravesar el gran portón de la misma.
Tras cruzar una sala de forma circular donde se hallaban más guardas aún, llegamos ante Thrall.
Nuestra presentación, como si de un desfile perfectamente ensayado se tratase, se redujo a unos rápidos y ágiles movimientos de escasa agresividad y coordinación milimétrica. Una vez todos los caballeros estuvimos ante el que sería nuestro nuevo señor, un sonido profundo y quejumbroso fue entonado a nuestra espalda, proveniente del portón que hacía escasos segundos habíamos atravesado.
De nuevo, volvimos a realizar una perfecta coreografía arrodillándonos ante Thrall en señal de respeto.
El gran jefe, asintió con una ligera parsimonia y uno de los caballeros se alzó de nuevo a modo de portavoz, como rezaban sus órdenes.
Haciendo de nuevo una reverencia ante aquel gran orco, comenzó a decir:
- Saludos, gran jefe Thrall… - miró a Vol’Jin al tiempo que le reverenciaba también
- Caballeros, os esperaba – le interrumpió – pero de igual modo, quisiera saber vuestras intenciones, continuad.
- Como bien sabréis, somos denominados caballeros de la muerte así llamados por el desaparecido príncipe de Lordaeron, Arthas Menethil, ahora convertido en Rey Exánime y por ende nuestro creador. Esta misiva que pretendo entregaros en nombre de nuestro superior, Mograine, contiene más detalles al respecto de nuestra presencia en las calles de la capital.
El caballero hizo ademán de aproximarse hacia el gran jefe, lo cual fue rápidamente impedido por los guardas reinantes en la sala. Thrall se puso en pie y se dirigió hacia el caballero al tiempo que daba la orden de retirarse a los guardas. Tomó el pergamino que le tendía el caballero y tras darle un rápido vistazo comenzó:
- Según entiendo, caballeros, la traición de Arthas hacia sus súbditos se ha hecho patente una vez más…
Antes de que pudiera continuar, una luz cegadora cubrió la sala dejando casi sin visión a los allí presentes, vislumbrando unas siluetas borrosas y agudizando el oído al tiempo que llevaban la mano a sus empuñaduras.
- ¡Jaina! – exclamó Thrall con sorpresa
- Veo que llego en el momento adecuado. Precisamente, venía a informaros de que tenemos ante nuestro soberano la misma situación que puedo observar aquí. Parece que los tiempos de bonanza se han terminado antes de comenzar una vez más…el Rey Exánime…
Antes de que Jaina continuase, todos los guardas de la sala se replegaron en torno a los caballeros, obligándonos así a pasar a la reducida sala contigua, mientras los líderes continuaban con el intercambio de información.
Pasados unos minutos que resultaron eternos ante la incertidumbre de los inquietos caballeros rodeados de guardas orcos y trols, las puertas se abrieron de nuevo, dejando ver a un Thrall pensativo y un Vol’Jin meditabundo en la sala. Una vez retomamos las posiciones, Thrall comenzó a hablar de nuevo:
- Caballeros, a partir de estos momentos, tenéis la oportunidad de redimiros por los crímenes cometidos bajo el yugo del Rey Exánime defendiendo vuestro mundo como lo hacíais antaño. Os doy la bienvenida a nuestras filas, camaradas. Ahora, volveréis al Bastión de Ébano donde volveréis a reuniros con Mograine, quien os dará las nuevas instrucciones a seguir.
Tras una reverencia conjunta seguida del grito “fuerza y honor, por la horda” salimos de la gran fortaleza en dirección a la puerta trasera de la ciudad. Una vez nos hallásemos en los baldíos, podríamos abrir un portal hacia el bastión sin levantar recelo entre los ciudadanos.
Crucé el portal y tras un breve viaje, tuve ante mí la grandeza de mi orden, la orden de los caballeros de la muerte. Mograine, mi nuevo señor, se hallaba en pie a pocos metros de mí en todo su esplendor.
A ambos lados del portal, se hallaban dos guardas esqueléticos y un renegado de aspecto similar al que me había despertado en el piso inferior.
Éste último, hizo una reverencia y se dirigió a mí:
- Milady, dejad que tome vuestras pertenencias mientras os reunís con el resto de caballeros ante vuestro señor
Le tendí las bolsas y siguiendo sus indicaciones me coloqué al lado del resto de caballeros.
- Bien caballeros – comenzó a decir Mograine – desde el día de hoy, sois los supervivientes de una de las más cruentas batallas contra la nueva amenaza que se cierne sobre el mundo de Azeroth, el Rey Exánime. Nuestra realidad como Caballeros de la Muerte ha cambiando, pues al haber sido traicionados por el mismo, debemos de acogernos nuevamente a nuestros antiguos líderes en defensa de nuestro mundo. No será un camino sencillo, pues tras haberle servido, nuestros nuevos aliados mostrarán desconfianza plena por todos nosotros. Por ello, hemos de demostrarles que estamos de su lado y que defenderemos estas tierras como un día lo hicimos, dando nuestra vida por las mismas y por todos los que conforman este mundo si fuese necesario.
Hizo una pausa y tras hacer una señal, varios guardas esqueléticos se levantaron tras él sosteniendo pergaminos entre sus huesudas manos.
- Vuestra nueva misión, de apariencia sencilla, consistirá en entregar estas misivas a vuestros respectivos líderes, tras las cuales les jurareis lealtad, acatando sus órdenes sin cuestión alguna. Respecto a mí, seguiremos en contacto con las novedades que traigáis de manos de vuestros nuevos líderes y por supuesto, para recibir instrucción en caso de ser necesario. No olvidéis que vuestro camino como caballeros de la muerte acaba de comenzar.
Tras recibir los pergaminos, todos los caballeros uno por uno, nos fuimos postrando ante Mograine en señal de respeto.
- Que la oscuridad que anida en vuestros corazones no ciegue vuestros caminos en el cumplimiento del nuevo deber que se os ha encomendado, partid caballeros.
Una vez en pie y tras reverenciar nuevamente a nuestro señor, dos portales se aparecieron ante nosotros, con dirección Ventormenta y Orgrimmar, dispuestos para redimir las acciones orquestadas por el Rey Exánime y cargar contra él una vez más.
Fuimos transportados de inmediato a las puertas de la ciudad de Orgrimmar, al igual que los caballeros que en tiempos sirvieran a la alianza, lo fueron hacia Ventormenta.
Nos dirigimos conforme a nuestras órdenes hacia la fortaleza de Thrall, abriéndonos paso entre los viandantes, forasteros y habitantes de la ciudad, quienes nos miraban con ojos desconfiados al tiempo que no dudaban en lanzarnos lo que tenían a mano en señal de protesta. Como respuesta, nuestros viles corceles, encabritados por el jaleo comenzaron a galopar a toda velocidad por la ciudad guiados por los caballeros que los montaban del mejor modo posible dada la situación.
Cuando vislumbrábamos a lo lejos la gran fortaleza, poco a poco conseguimos calmar la mayoría de los corceles, para no atravesarla al galope y poder desmontar a sus puertas.
Nos detuvimos a las puertas ante las atentas miradas de recelo y desconfianza de los guardas que la custodiaban. Haciendo una reverencia ante los mismos en señal de respeto y un ligero pacifismo nos dispusimos a atravesar el gran portón de la misma.
Tras cruzar una sala de forma circular donde se hallaban más guardas aún, llegamos ante Thrall.
Nuestra presentación, como si de un desfile perfectamente ensayado se tratase, se redujo a unos rápidos y ágiles movimientos de escasa agresividad y coordinación milimétrica. Una vez todos los caballeros estuvimos ante el que sería nuestro nuevo señor, un sonido profundo y quejumbroso fue entonado a nuestra espalda, proveniente del portón que hacía escasos segundos habíamos atravesado.
De nuevo, volvimos a realizar una perfecta coreografía arrodillándonos ante Thrall en señal de respeto.
El gran jefe, asintió con una ligera parsimonia y uno de los caballeros se alzó de nuevo a modo de portavoz, como rezaban sus órdenes.
Haciendo de nuevo una reverencia ante aquel gran orco, comenzó a decir:
- Saludos, gran jefe Thrall… - miró a Vol’Jin al tiempo que le reverenciaba también
- Caballeros, os esperaba – le interrumpió – pero de igual modo, quisiera saber vuestras intenciones, continuad.
- Como bien sabréis, somos denominados caballeros de la muerte así llamados por el desaparecido príncipe de Lordaeron, Arthas Menethil, ahora convertido en Rey Exánime y por ende nuestro creador. Esta misiva que pretendo entregaros en nombre de nuestro superior, Mograine, contiene más detalles al respecto de nuestra presencia en las calles de la capital.
El caballero hizo ademán de aproximarse hacia el gran jefe, lo cual fue rápidamente impedido por los guardas reinantes en la sala. Thrall se puso en pie y se dirigió hacia el caballero al tiempo que daba la orden de retirarse a los guardas. Tomó el pergamino que le tendía el caballero y tras darle un rápido vistazo comenzó:
- Según entiendo, caballeros, la traición de Arthas hacia sus súbditos se ha hecho patente una vez más…
Antes de que pudiera continuar, una luz cegadora cubrió la sala dejando casi sin visión a los allí presentes, vislumbrando unas siluetas borrosas y agudizando el oído al tiempo que llevaban la mano a sus empuñaduras.
- ¡Jaina! – exclamó Thrall con sorpresa
- Veo que llego en el momento adecuado. Precisamente, venía a informaros de que tenemos ante nuestro soberano la misma situación que puedo observar aquí. Parece que los tiempos de bonanza se han terminado antes de comenzar una vez más…el Rey Exánime…
Antes de que Jaina continuase, todos los guardas de la sala se replegaron en torno a los caballeros, obligándonos así a pasar a la reducida sala contigua, mientras los líderes continuaban con el intercambio de información.
Pasados unos minutos que resultaron eternos ante la incertidumbre de los inquietos caballeros rodeados de guardas orcos y trols, las puertas se abrieron de nuevo, dejando ver a un Thrall pensativo y un Vol’Jin meditabundo en la sala. Una vez retomamos las posiciones, Thrall comenzó a hablar de nuevo:
- Caballeros, a partir de estos momentos, tenéis la oportunidad de redimiros por los crímenes cometidos bajo el yugo del Rey Exánime defendiendo vuestro mundo como lo hacíais antaño. Os doy la bienvenida a nuestras filas, camaradas. Ahora, volveréis al Bastión de Ébano donde volveréis a reuniros con Mograine, quien os dará las nuevas instrucciones a seguir.
Tras una reverencia conjunta seguida del grito “fuerza y honor, por la horda” salimos de la gran fortaleza en dirección a la puerta trasera de la ciudad. Una vez nos hallásemos en los baldíos, podríamos abrir un portal hacia el bastión sin levantar recelo entre los ciudadanos.
Ztromy- Forjador de Holocrones
- Juego : WoW
Clan : Clockwork Orange -EU Magtheridon
PJ principal : Aîvlis
Antigüedad : 03/09/2008
Mensajes : 3719
Edad : 39
Temas similares
» Puntos de luz / oscuridad
» Anfitrión de la oscuridad
» Dolor… oscuridad… frio…
» DIABLO III - Llega la Oscuridad y Surgen héroes
» Camino a Draenor
» Anfitrión de la oscuridad
» Dolor… oscuridad… frio…
» DIABLO III - Llega la Oscuridad y Surgen héroes
» Camino a Draenor
Recios :: JUEGOS :: World of Warcraft :: [WoW] Rol
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.