Durbatulûk-Urtoroth. Los Lobopálido
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Durbatulûk-Urtoroth. Los Lobopálido
Apoyó la brillante lanza en el terreno mientras se retiraba la capucha azul de la cabeza. Pasó una cansada mano por su frente perlada de sudor y miró a su compañero sentado junto a él, apoyado sobre las dos manos y mirando al cielo escarlata de la tarde.
El gran león blanco, Echayakee, empujaba con el hocico los restos del guardia de Trabalomas que se había interpuesto en su camino hacia el molino de Tarren.
- Creo que es un buen momento para comer algo mientras despellejo el último cráneo, Urt- sugiriró el joven.
- Bien, muchacho- respondió el viejo limpiando la punta de la Lanza de Sangre- Comeré algo. No estoy para estos trotes. Cuando mi mujer aún vivía era capaz de comerme a tres enanos de Dun Garok casi sin pestañear. Ahora...
- ¡Jajajaja!- rió con fuerza el cazador, acariciando al animal, buscando el cuchillo para despellejar el cráneo humano- Si he de juzgarte por lo que he visto, diría que sí, te cansas, pero desde luego guardas gran parte de la fuerza que tuviste, si es que ha disminuido.
Urtoroth, sacó una sandía envuelta en lino, bastante limpio dada la situación, y cortó tres generosas rodajas. Puso encima del paño y ofreció la tercera a Echayakee, que olió con desconfianza el pedazo de fruta y al fin, la mordió conformista y se puso a lamerla con apetito.
El viejo miró a Durbatulûk frunciendo el ceño más de lo habitual.
- Nunca te lo he comentado, pero me recuerdas a como fui una vez hace mucho tiempo.
- Salvando las distancias, Viejo- contestó sin desviar la mirada del sanguinolento guiñapo humano que tenía entre las manos- Tu viajas con ropas de guerrero y yo con las pinturas de un cazador en el rostro. Pero sí, el color de nuestra piel es similar. ¿Naciste en la misma Orgrimmar?
- Deja que recuerde... serví en Hachazo con mi mujer, después de haber entrenado en Orgrimmar, sí...
Urtoroth se rascó el mentón haciendo memoria. A su cabeza llegaron retazos de su vida anterior, como relámpagos surgidos de las manos del mismo Kel’Thuzad...
---
- ¡Malditos sean tus colmillos, Urtoroth!- bramó una voz conocida- ¡Refuerza ese jodido flanco!
Apenas sí podía ver a su sargento gritando desde una roca a unos diez metros de distancia. La lluvia caía como las hojas de un carbol frondoso, haciendo casi imposible distinguir los movimientos de los acechadores élficos en el campo de batalla. Los bosques de Vallefresno no eran un lugar para salir de picnic, y menos para un miembro de la Horda.
Durante la escaramuza en la que se había visto envuelto su destacamento de guardia, en ruta hacia el puesto de Hachazo, habían caído ya cinco compañeros, y su esposa, de casta guerrera como él, estaba malherida, pero aún se erguía, orgullosa, mientras un reguero de sangre vertido por entre el peto y la hombrera derecha, delataba su breve futuro en Azeroth.
Se apoyaban ambos contra el muro de árboles que acababan de levantar, para frenar las descargas de flechas de los soldados de Astranaar. Al grito de “¡Por la Horda!” y con un esfuerzo titánico, ayudados por un compañero más, izaron el murallón y lo clavaron el barro escurridizo.
- Urt, debes prometerme que llevarás a nuestro hijo ante Thrall- susurró ella resollando y clavándole las garras del guantelete en un brazo.
- Lora, atiende a tus tareas- respondió sin prestarle atención, sabiendo adónde iba a parar la conversación- Debemos cerrar esta brecha.
- ¡Escúchame, necio!- bramó la mujer orco- Nuestro hijo será lo único que quede de mi en Azeroth, así que procura que no le pase nada y que llegue a ser el mejor guerrero de todos los tiempos.
Urtoroth miró a su mujer con gesto duro, mientras la lluvia surcaba sus pómulos.
- Lora, no has de preocuparte.
Ella sonrió, sabedora de que cumpliría su promesa tácita. Cogió a Urtoroth por el cuello y besó sus colmillos afilados.
Mientras, hacia la roca de mando, una flecha peregrina volaba en certera ruta hasta la garganta del sargento Grom’Ak que cayó de rodillas, escupiendo gargajos de sangre. Los ojos del oficial se desviaron hacia el muro recién levantado.
- Urt, Lora, Makar- vomitó entre espasmos de líquido obsidiana-, que no traspase ni uno.
Mientras la vida se alejaba del cuerpo del sargento, Lora cayó de rodillas con un bufido de dolor. Urtoroth y Makar se volvieron hacia ella, que inmediatamente hizo un gesto con la mano, indicando que se encontraba... bien.
Urtoroth y Makar asentaron el murallón y desenfundaron sus hachas y escudos. Urtoroth saltó sobre la roca, por encima del cadáver de Grom’Ak y Makar rodeó la nueva fracción de muralla, mientras los peones adyacentes cerraban el paso tras él con una serie de troncos. Rugió con fiereza. La lluvia pareció evitar mojarle en ese momento, cuando sus ojos se volvieron de fuego, mirando hacia los soldados orcos que se arremolinaban bajo él y señalando hacia el frente:
- Que los demonios de Illidan y Arthas se lleven nuestros cuerpos, pero no tocarán nuestras armas, ni nuestro honor. ¡Por la Horda! ¡SANGRE Y TRUENO!
Fue secundado por un destacamento enaltecido que surgió como una marea de muerte tras las murallas, armados con hachas masivas y espadas de doble ancho, cargados de metal corrían a ambos lados de la roca de Urtoroth, que veía a Makar correr en cabeza hacia los rangos élficos, evitando flechas como si fuera un escudo místico para las tropas que le seguían.
Urtoroth bajó de un salto y corrió hasta encontrarse entre las filas de los soldados de Ashenvale. Mientras cortaba, sajaba y aplastaba, le pareció ver un estallido de luz. Un brujo humano, situado sobre un pedestal ruinoso disparaba rayos de energía a los grunts que le rodeaban, con un estandarte de La Horda en su mano izquierda.
- ¡Lora, a él!- ordenó a su mujer, que con inmediatez y harto sacrificio, emprendió la carrera hacia el mago.- ¡Hay que evitar la deshonra!
Acompañó a su mujer cinco o seis metros por detrás y comprobó la potencia de una carga en toda regla. Lora embistió el pedestal con el hombro derecho haciendo temblar la estructura y desequilibrando al mago, que estuvo a punto de caer. Lora cayó fulminada por una descarga aislada y se quedó inmóvil junto a la base de piedra.
Urtoroth repitió la embestida, provocando la caída del mago y el estandarte, y con aquél tendido en el suelo, hundió su hacha en el pecho del mago, recibiendo un chorro de oscura sangre en su peto.
Se arrodilló con rapidez para recoger el estandarte y atender a su compañera, pero ésta parecía estar inconsciente. Cuando trató de reanimarla, esperando lo peor, derramó una lágrima que se disolvió entre el agua de lluvia. Lora había muerto.
---
Miró a Durbatulûk. No solía hablar mucho acerca de su vida pasada con sus compañeros actuales. Ni con nadie. Había sido un solitario durante muchos años. Tantos que no podía ni recordarlos. Simplemente se había acostumbrado a pasear charlando con la soledad y jugando con el viento entre las montañas de Los Baldíos.
- Bueno, amigo mío. Se puede decir que nací en Orgrimmar y que no salí mucho de allí- confesó- Desde la muerte de mi esposa y la desaparición de mi hijo en un asalto de gnomos, no he querido tener muchos asuntos fuera de la comodidad de la capital.
El joven cazador guardó la calavera limpia y mordió con hambre la raja de sandía.
- Y ¿cómo desapareció el chaval?- preguntó con una media sonrisa en la cara- Los gnomos no es que sean muy duros.
- No cuando van de uno en uno, Durb- respondió Urtoroth frunciendo el ceño- Pero son astutos y la caravana en la que viajaba mi hijo estaba formada solo por civiles. Creo que había un par de trabajadores destinados a algún aserradero del norte.
Durbatulûk hizo un esfuerzo para tragar el pedazo de fruta que había metido en su boca.
- ¿Le has buscado?
- Mucho. Hasta la extenuación. Pero en vano. Yo estaba de vuelta de Hachazo y él estaba con mi madre en la caravana. Era demasiado pequeño y al final les dimos por muertos. Los restos de la refriega apuntaban a un grupo numeroso de gnomos, quizá veinte o treinta.
Urtoroth secó su boca con la manga de la camisola que llevaba bajo el peto del clan de los Recios al que pertenecían y miró a las nubes en el cielo. Volvía a escucharse divagar como hacía su padre en las noches frente a las hogueras de Orgrimmar, cuando contaban las leyendas de los Dioses Antiguos.
- ¿Y tú? ¿Qué es de tu vida?- preguntó finalmente- No sabemos mucho de ti aún.
- ¡Bueno!- gruñó bufando el cazador- Tampoco es que yo sea muy parlanchín.
Urt rió con fuerza.
- ¡Desde luego ambos preferimos golpear dos veces!
- Sí. No como los humanos, que hablan una vez y... ¡y ya!
Ambos lanzaron carcajadas al cielo oscuro. Durbatulûk se sorprendió de lo similares que parecían.
- Pues sí. Yo crecí en un pueblo cerca de Cruce de Caminos. Según mis padres, porque no es que yo lo recuerde, claro, nací en un puesto de guardia de Los Baldíos, ya ves tú. Mi padre aún está por allí gruñendo a los peones de obra, pues es capataz de un grupo de zapadores.
- Es curioso. No te pareces en nada a la gente que conozco de por allí- observó el Viejo- Tu piel parece de alguien que creció en Vallefresno.- masticó un cacho de carne seca que llevaba en la mochila, mientras ofrecía a su amigo un pedazo.
Durb cogió la carne asintiendo con la cabeza en gesto de agradecimiento y le miró extrañado esperando una explicación.
- ¿Y?- preguntó pasados unos segundos.
- ¿Y, qué?- preguntó el Viejo a su vez- ¡Ah! Perdona. Estoy algo disperso. Nada más que eso, que no me pareces el orco tipo de Los Baldíos. Esos están quemados por el sol y tal. Reconozco que es otra vida. ¿Cómo se llama tu padre? Tienes pinta de poder ser mi hijo.
- Thrakatulûk era mi padre y mi madre Gimbatûl- respondió masticando con dureza la carne dura.
Urtoroth puso gesto pensativo. Asintió lentamente un par de veces como recordando. Se tocó dos veces la frente con un dedo sucio y se limpió la mancha con el reverso de la mano.
- ¿Te suenan?
- Mucho, en verdad.
- Mi padre no era un orco brillante salvo en ingeniería de combate y asedio. Por eso le destinaron a un puesto en Los Baldíos. Le pusieron a levantar barracas y bunkers armados. Mi madre estaba allí de servicio de espionaje. La actividad enana había aumentado y se comentaba que había patrullas Aliadas rondando, así que, siendo una Asesina, la enviaron a misiones de reconocimiento.- relató Durbatulûk- Y creo que se topó con los Aliados en alguna ocasión.
Urotorth puso los ojos como platos.
- ¡Claro que los conozco!- gritó- Bueno, a ella sí. ¡Jo, que si la conozco!
Durbatulûk le miró frunciendo el ceño.
- ¿Qué significa eso?- gruñó malpensando.
- Tranquilo, que sé por donde vas- calmó el guerrero- Yo estaba cuando volvió de ese... “tropiezo”. ¡Qué cachonda! Se traía la cabeza de un humanito metida en un yelmo aún sangrante. Yo estaba de paso allí por aquél entonces.
- ¿Conoces la historia entonces? ¿Es cierta?
- Bueno- rió el Viejo- no a todos nos gusta presumir de madre en vez de padre, pero tu puedes hacerlo y te reirás de los padres de muchos.
- Me contaba mi padre que poco después de parirme se fue a una misión a Las Mil Agujas y volvió con un yelmo “relleno de humano”. Y los galones de oficial del tipo.
- Bueno, en realidad, tal y como me lo contaron ella y sus dos amigos, fue algo más... violento. Caminaban de regreso cuando divisaron la patrulla. Eran tres: dos elfos nocturnos y el humanito. La verdad, como tenían tiempo de sobra, decidieron ocultarse y seguirles. Así hasta que se hizo de noche.
Durbatulûk miraba al orco con interés de niño...
El gran león blanco, Echayakee, empujaba con el hocico los restos del guardia de Trabalomas que se había interpuesto en su camino hacia el molino de Tarren.
- Creo que es un buen momento para comer algo mientras despellejo el último cráneo, Urt- sugiriró el joven.
- Bien, muchacho- respondió el viejo limpiando la punta de la Lanza de Sangre- Comeré algo. No estoy para estos trotes. Cuando mi mujer aún vivía era capaz de comerme a tres enanos de Dun Garok casi sin pestañear. Ahora...
- ¡Jajajaja!- rió con fuerza el cazador, acariciando al animal, buscando el cuchillo para despellejar el cráneo humano- Si he de juzgarte por lo que he visto, diría que sí, te cansas, pero desde luego guardas gran parte de la fuerza que tuviste, si es que ha disminuido.
Urtoroth, sacó una sandía envuelta en lino, bastante limpio dada la situación, y cortó tres generosas rodajas. Puso encima del paño y ofreció la tercera a Echayakee, que olió con desconfianza el pedazo de fruta y al fin, la mordió conformista y se puso a lamerla con apetito.
El viejo miró a Durbatulûk frunciendo el ceño más de lo habitual.
- Nunca te lo he comentado, pero me recuerdas a como fui una vez hace mucho tiempo.
- Salvando las distancias, Viejo- contestó sin desviar la mirada del sanguinolento guiñapo humano que tenía entre las manos- Tu viajas con ropas de guerrero y yo con las pinturas de un cazador en el rostro. Pero sí, el color de nuestra piel es similar. ¿Naciste en la misma Orgrimmar?
- Deja que recuerde... serví en Hachazo con mi mujer, después de haber entrenado en Orgrimmar, sí...
Urtoroth se rascó el mentón haciendo memoria. A su cabeza llegaron retazos de su vida anterior, como relámpagos surgidos de las manos del mismo Kel’Thuzad...
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- ¡Malditos sean tus colmillos, Urtoroth!- bramó una voz conocida- ¡Refuerza ese jodido flanco!
Apenas sí podía ver a su sargento gritando desde una roca a unos diez metros de distancia. La lluvia caía como las hojas de un carbol frondoso, haciendo casi imposible distinguir los movimientos de los acechadores élficos en el campo de batalla. Los bosques de Vallefresno no eran un lugar para salir de picnic, y menos para un miembro de la Horda.
Durante la escaramuza en la que se había visto envuelto su destacamento de guardia, en ruta hacia el puesto de Hachazo, habían caído ya cinco compañeros, y su esposa, de casta guerrera como él, estaba malherida, pero aún se erguía, orgullosa, mientras un reguero de sangre vertido por entre el peto y la hombrera derecha, delataba su breve futuro en Azeroth.
Se apoyaban ambos contra el muro de árboles que acababan de levantar, para frenar las descargas de flechas de los soldados de Astranaar. Al grito de “¡Por la Horda!” y con un esfuerzo titánico, ayudados por un compañero más, izaron el murallón y lo clavaron el barro escurridizo.
- Urt, debes prometerme que llevarás a nuestro hijo ante Thrall- susurró ella resollando y clavándole las garras del guantelete en un brazo.
- Lora, atiende a tus tareas- respondió sin prestarle atención, sabiendo adónde iba a parar la conversación- Debemos cerrar esta brecha.
- ¡Escúchame, necio!- bramó la mujer orco- Nuestro hijo será lo único que quede de mi en Azeroth, así que procura que no le pase nada y que llegue a ser el mejor guerrero de todos los tiempos.
Urtoroth miró a su mujer con gesto duro, mientras la lluvia surcaba sus pómulos.
- Lora, no has de preocuparte.
Ella sonrió, sabedora de que cumpliría su promesa tácita. Cogió a Urtoroth por el cuello y besó sus colmillos afilados.
Mientras, hacia la roca de mando, una flecha peregrina volaba en certera ruta hasta la garganta del sargento Grom’Ak que cayó de rodillas, escupiendo gargajos de sangre. Los ojos del oficial se desviaron hacia el muro recién levantado.
- Urt, Lora, Makar- vomitó entre espasmos de líquido obsidiana-, que no traspase ni uno.
Mientras la vida se alejaba del cuerpo del sargento, Lora cayó de rodillas con un bufido de dolor. Urtoroth y Makar se volvieron hacia ella, que inmediatamente hizo un gesto con la mano, indicando que se encontraba... bien.
Urtoroth y Makar asentaron el murallón y desenfundaron sus hachas y escudos. Urtoroth saltó sobre la roca, por encima del cadáver de Grom’Ak y Makar rodeó la nueva fracción de muralla, mientras los peones adyacentes cerraban el paso tras él con una serie de troncos. Rugió con fiereza. La lluvia pareció evitar mojarle en ese momento, cuando sus ojos se volvieron de fuego, mirando hacia los soldados orcos que se arremolinaban bajo él y señalando hacia el frente:
- Que los demonios de Illidan y Arthas se lleven nuestros cuerpos, pero no tocarán nuestras armas, ni nuestro honor. ¡Por la Horda! ¡SANGRE Y TRUENO!
Fue secundado por un destacamento enaltecido que surgió como una marea de muerte tras las murallas, armados con hachas masivas y espadas de doble ancho, cargados de metal corrían a ambos lados de la roca de Urtoroth, que veía a Makar correr en cabeza hacia los rangos élficos, evitando flechas como si fuera un escudo místico para las tropas que le seguían.
Urtoroth bajó de un salto y corrió hasta encontrarse entre las filas de los soldados de Ashenvale. Mientras cortaba, sajaba y aplastaba, le pareció ver un estallido de luz. Un brujo humano, situado sobre un pedestal ruinoso disparaba rayos de energía a los grunts que le rodeaban, con un estandarte de La Horda en su mano izquierda.
- ¡Lora, a él!- ordenó a su mujer, que con inmediatez y harto sacrificio, emprendió la carrera hacia el mago.- ¡Hay que evitar la deshonra!
Acompañó a su mujer cinco o seis metros por detrás y comprobó la potencia de una carga en toda regla. Lora embistió el pedestal con el hombro derecho haciendo temblar la estructura y desequilibrando al mago, que estuvo a punto de caer. Lora cayó fulminada por una descarga aislada y se quedó inmóvil junto a la base de piedra.
Urtoroth repitió la embestida, provocando la caída del mago y el estandarte, y con aquél tendido en el suelo, hundió su hacha en el pecho del mago, recibiendo un chorro de oscura sangre en su peto.
Se arrodilló con rapidez para recoger el estandarte y atender a su compañera, pero ésta parecía estar inconsciente. Cuando trató de reanimarla, esperando lo peor, derramó una lágrima que se disolvió entre el agua de lluvia. Lora había muerto.
---
Miró a Durbatulûk. No solía hablar mucho acerca de su vida pasada con sus compañeros actuales. Ni con nadie. Había sido un solitario durante muchos años. Tantos que no podía ni recordarlos. Simplemente se había acostumbrado a pasear charlando con la soledad y jugando con el viento entre las montañas de Los Baldíos.
- Bueno, amigo mío. Se puede decir que nací en Orgrimmar y que no salí mucho de allí- confesó- Desde la muerte de mi esposa y la desaparición de mi hijo en un asalto de gnomos, no he querido tener muchos asuntos fuera de la comodidad de la capital.
El joven cazador guardó la calavera limpia y mordió con hambre la raja de sandía.
- Y ¿cómo desapareció el chaval?- preguntó con una media sonrisa en la cara- Los gnomos no es que sean muy duros.
- No cuando van de uno en uno, Durb- respondió Urtoroth frunciendo el ceño- Pero son astutos y la caravana en la que viajaba mi hijo estaba formada solo por civiles. Creo que había un par de trabajadores destinados a algún aserradero del norte.
Durbatulûk hizo un esfuerzo para tragar el pedazo de fruta que había metido en su boca.
- ¿Le has buscado?
- Mucho. Hasta la extenuación. Pero en vano. Yo estaba de vuelta de Hachazo y él estaba con mi madre en la caravana. Era demasiado pequeño y al final les dimos por muertos. Los restos de la refriega apuntaban a un grupo numeroso de gnomos, quizá veinte o treinta.
Urtoroth secó su boca con la manga de la camisola que llevaba bajo el peto del clan de los Recios al que pertenecían y miró a las nubes en el cielo. Volvía a escucharse divagar como hacía su padre en las noches frente a las hogueras de Orgrimmar, cuando contaban las leyendas de los Dioses Antiguos.
- ¿Y tú? ¿Qué es de tu vida?- preguntó finalmente- No sabemos mucho de ti aún.
- ¡Bueno!- gruñó bufando el cazador- Tampoco es que yo sea muy parlanchín.
Urt rió con fuerza.
- ¡Desde luego ambos preferimos golpear dos veces!
- Sí. No como los humanos, que hablan una vez y... ¡y ya!
Ambos lanzaron carcajadas al cielo oscuro. Durbatulûk se sorprendió de lo similares que parecían.
- Pues sí. Yo crecí en un pueblo cerca de Cruce de Caminos. Según mis padres, porque no es que yo lo recuerde, claro, nací en un puesto de guardia de Los Baldíos, ya ves tú. Mi padre aún está por allí gruñendo a los peones de obra, pues es capataz de un grupo de zapadores.
- Es curioso. No te pareces en nada a la gente que conozco de por allí- observó el Viejo- Tu piel parece de alguien que creció en Vallefresno.- masticó un cacho de carne seca que llevaba en la mochila, mientras ofrecía a su amigo un pedazo.
Durb cogió la carne asintiendo con la cabeza en gesto de agradecimiento y le miró extrañado esperando una explicación.
- ¿Y?- preguntó pasados unos segundos.
- ¿Y, qué?- preguntó el Viejo a su vez- ¡Ah! Perdona. Estoy algo disperso. Nada más que eso, que no me pareces el orco tipo de Los Baldíos. Esos están quemados por el sol y tal. Reconozco que es otra vida. ¿Cómo se llama tu padre? Tienes pinta de poder ser mi hijo.
- Thrakatulûk era mi padre y mi madre Gimbatûl- respondió masticando con dureza la carne dura.
Urtoroth puso gesto pensativo. Asintió lentamente un par de veces como recordando. Se tocó dos veces la frente con un dedo sucio y se limpió la mancha con el reverso de la mano.
- ¿Te suenan?
- Mucho, en verdad.
- Mi padre no era un orco brillante salvo en ingeniería de combate y asedio. Por eso le destinaron a un puesto en Los Baldíos. Le pusieron a levantar barracas y bunkers armados. Mi madre estaba allí de servicio de espionaje. La actividad enana había aumentado y se comentaba que había patrullas Aliadas rondando, así que, siendo una Asesina, la enviaron a misiones de reconocimiento.- relató Durbatulûk- Y creo que se topó con los Aliados en alguna ocasión.
Urotorth puso los ojos como platos.
- ¡Claro que los conozco!- gritó- Bueno, a ella sí. ¡Jo, que si la conozco!
Durbatulûk le miró frunciendo el ceño.
- ¿Qué significa eso?- gruñó malpensando.
- Tranquilo, que sé por donde vas- calmó el guerrero- Yo estaba cuando volvió de ese... “tropiezo”. ¡Qué cachonda! Se traía la cabeza de un humanito metida en un yelmo aún sangrante. Yo estaba de paso allí por aquél entonces.
- ¿Conoces la historia entonces? ¿Es cierta?
- Bueno- rió el Viejo- no a todos nos gusta presumir de madre en vez de padre, pero tu puedes hacerlo y te reirás de los padres de muchos.
- Me contaba mi padre que poco después de parirme se fue a una misión a Las Mil Agujas y volvió con un yelmo “relleno de humano”. Y los galones de oficial del tipo.
- Bueno, en realidad, tal y como me lo contaron ella y sus dos amigos, fue algo más... violento. Caminaban de regreso cuando divisaron la patrulla. Eran tres: dos elfos nocturnos y el humanito. La verdad, como tenían tiempo de sobra, decidieron ocultarse y seguirles. Así hasta que se hizo de noche.
Durbatulûk miraba al orco con interés de niño...
Re: Durbatulûk-Urtoroth. Los Lobopálido
La noche se arremolinaba en los rincones de la tienda de campaña, levantada en la falda de una suave elevación, mientras Thalatas y Kaliesite preparaban una cena caliente a base de sopa de raíces. El paladín Mahuer, de la capital Ventormenta hacía guardia en el exterior, con los brazos en jarras y fumando en su larga pipa de factura enana.
- Estos elfos...- susurraba mirando hacia el oasis del oeste- Sopa de raíces. ¡Dónde esté un buen pedazo de cordero asado!
Gimbatûl miraba desde un promontorio cercano y sin mirar atrás hizo una seña a Nefandorum para que se acercara. El troll se aproximó con su andar desgarbado y más aún, tratando de arrastrarse para no delatar su posición. Cuando llegó junto a la mujer orco, se estiró en toda su altura, bastante considerable y alargó sus brazos hacia donde estaba el paladín, sin levantarlos de la tierra.
De repente, Mahuer se giró hacia ellos y comenzó a caminar en dirección al monte. Tratando de acercarse a hurtadillas, pero haciendo más ruido que un enano comiendo un cerdo, llegó a unos doscientos metros de donde estaban los de la Horda ocultos, sin verles.
Entonces se escuchó el silbido de una flecha que voló hasta el peto de la armadura del paladín, donde rebotó sonoramente. Estallando en llamas, la flecha se partió al llegar al suelo, lanzando mil destellos al firmamento nocturno.
El tauren que se había quedado atrás había disparado una flecha de señales que comúnmente estaría prohibida en ese lugar, tan cercano a los poblados centauros, pero como el rayo que surca la estática de las nubes, se arrojó al suelo para cubrirse y desaparecer entre la arena levantada al caer.
Los ruidos de cascos no se hicieron esperar. Y tampoco la respuesta de los elfos a la llamada del humano. Salieron precipitados, sin armaduras pero con sus espadas cortas, para ver como el paladín era abordado por ocho fieros centauros que le estaban poniendo las cosa muy difíciles. Se unieron a la refriega.
Ágiles como pocas criaturas en el mundo, igualaron la partida y en pocos segundos la mitad de los hombres-caballo habían caído. Y los soldados aliados apenas si habían sufrido una o dos heridas. Pero he aquí que apareció un centauro más alto, más grande.
Se acercó sin prisa alguna a uno de los elfos y tal fue el golpe que le propinó con un martillo masivo que el elfo cayó al suelo, la rodilla hincada y un hombro roto en pedazos muy pequeños y dolorosos.
- ¡Bien!- susurró Gimbatûl.
- Con sssuerrrte nosss hacen el trrrabajo sssucio- respondió el troll.
Pero en poco tiempo, tanto el humano como el otro elfo, habían acabado con los centauros restantes, mientras el elfo herido distraía al cacique centauro y evitaba sus golpes, atrayéndole a combatir con él.
- Tampoco es que sean muy listos, estos caballos- musitó el tauren, sacudiéndose la arena del tabardo.
- Sí, sí, tu dirás lo que quieras, Milnoches, pero mira lo que están haciendo con tres “alis” de élite en calzones- respondió la mujer
Se rieron preparando sus armas. Se miraron entre los tres y saltaron colina abajo en dirección a la refriega.
- ¡POR LA HORDA!
- ¡CARGAAAADDDD!
El troll embistió con dureza al cacique centauro casi derribándole. El elfo sonrió viéndose libre, pero al instante cayó en la equivocación que había cometido alegrándose demasiado pronto, cuando el cuchillo largo de piedra rebanó su cuello de punta a punta.
Mientras tanto, el tauren se enzarzaba en combate singular con el otro nocturno. Le iba a resultar un rival muy duro, pero el elfito estaba cansado, y resollaba con fuerza.
Gimbatûl cogió desprevenido al humano, surgiendo de entre las sombras tras él, asiéndole por el pecho y acercando su daga envenenada al cuello. El paladín sudaba como un cerdo antes de entrar en el horno.
- ¿Tienes miedo, paladín?- musitó a su oído en un tosco común.
- ¿De vosotros, incívicas bestias de matar?
- No, a ellos no. A mi. Al rastrero asesino que te va a rebanar el cuello.
Y con un gesto de muñeca, le dibujó una sonrisa en el cuello blanco, empapando en rojo carmesí la camisola celeste.
- Serás todo lo puro que quieras, pero apestas como una hiena- dijo ella escupiendo en la herida abierta.
Mientras veían como el paladín se desangraba poco a poco, limpiaron sus armas con parsimonia. Gimbatûl desenfundó un cuchillo de corta medida y poco antes de escuchar el último estertor del humano, separó la carne por completo y con un golpe seco de muñeca, rompió el cuello y lo separó del tronco.
- Necesito el casco de este tío...- susurró mientras miraba en derredor, buscando el yelmo. Tras ella, el troll pateó un capacete dorado con capucha de malla de oro y lo hizo llegar a los pies de la orco.- ¡Gracias!
Metió la cabeza en el yelmo e indicó con la mano que había que volver a casa.
- Vámonos. Estos no nos darán mucho trabajo ya- comentó el tauren.- No ha estado nada mal.
- Cierto. Deberíamos haber llegado al Cruce hace tiempo.- subrayó el troll de piel blanca.
--
- Al llegar a Cruce tu madre me contó la historia de la pequeña refriega- comentó Urtoroth hablando con la boca llena- Traía la cabeza metida en el casco como si se tratara de un cesto de frutas. Tenía sentido del humor, tu madre.
- Desde luego- afirmó el cazador- Y cuando se cabrea es peligrosa. Te lo aseguro. Da miedo.
Durbatulûk se levanto para acercarse a un árbol. Pegó una patada cerca de la base y un par de manzanas cayeron de lo alto. Urtoroth le miró con detenimiento mientras recogía la fruta. El joven le lanzó una, que el Viejo cogió con destreza y le hincó el diente.
- Acabaré por morir de hambre si seguimos comiendo pasto y frutas- comentó.
- La fruta es buen alimento para el viajero- asesaba Durb mientras limpiaba la manzana verde.
- Es curioso. No te pareces en nada a tu madre. Físicamente, claro. Y dejando aparte las diferencias de sexo- Urt sonrió con malicia. – Y a tu padre, menos. El Thrak al que yo conocí, me perdonarás, pero le faltaba carácter. No sé qué vio tu madre en él, la verdad.
- Bueno, es curioso que me digas eso. La gente opinaba igual. Es decir, me miraban raro- rumió un pedazo de manzana-. Hubo uno que incluso se atrevió a decir que era de otro padre. Ni qué decir tiene que la cabeza le duró encima de los hombros lo que tarda un dragón rojo en comerse a un gnomo.
- Tu madre, ¿me equivoco?
- Te equivocas. Fue mi padre- aclaró Durbatulûk-. Mi madre ignoró por completo el comentario. A veces no comprendía su forma de ser. Siempre quisieron que yo no me dedicara a la guerra abierta, aunque me tiraban las armas. Y como siempre estaba solo en el puesto, acabé acostumbrándome a los animales y a manejarme fuera de las ciudades. No descuidaron mi aprendizaje con las armas, pero no lo fomentaron. Supongo que eran orcos atípicos al fin y al cabo.
- En absoluto, querido amigo. Los orcos no vivimos con la máxima de hacer la guerra en todo momento, pero conocemos la necesidad de saber defendernos, y los Dioses nos han dado cualidades para hacerlo mejor que otras razas.- explicaba Urt- Aunque pueda parecer lo contrario, nos manejamos en el campo de batalla con mucha cabeza... casi siempre. Somos presa fácil de la rabia. Los guerreros aún más. Y los berserkers... bueno. Imagínatelo tu mismo. Creo que tus padres hicieron un buen trabajo contigo, aunque...
Urtoroth meneó la cabeza negativamente. Se acarició el cabello cano mirando al suelo.
- ¿Qué?- preguntó Durbatulûk- Si no acabas las frases, Jaspe seguirá tomándote por un Viejo senil...
- Bueno, Jaspe,... el macarrilla del clan- musitó- Un valor seguro como compañero. Que me llame lo que quiera, hombre. Mientras siga estando espalda con espalda en la batalla, te aseguro que puedes confiar en él.
- Y ahora, Urt, ¿qué me ibas a decir?
Urtoroth se puso muy serio y masticó otro pedazo de manzana. Arrojó el corazón a un lado del camino y se levantó.
- Pregúntamelo en otro momento, ¿de acuerdo? Prometo contártelo todo.
- Vaya. Ahora sí que me has dejado con la mosca entre los colmillos...
--
La reunión había acabado pronto. Las disquisiciones acerca de cómo funcionarían los ingresos y las ayudas de las profesiones dentro de Recios estaban bastante claras. Solo quedaba que los encargados fueran poniendo precios a los materiales. Las donaciones habían sido generosas, pero aún tardaría en ponerse en marcha todo el entramado económico.
Urtoroth se quedó comentando un par de puntos acerca de estos cálculos con Sir Dorian y Lady Naia Destine, del Escuadrón Águila y miró de reojo a Durbatuluk, mientras la promesa hecha realidad del clan se acercaba para dar su parte de la colecta inicial.
- ¡Durb!- sonrió el viejo orco- Hace tiempo que no hablamos. Yasukitaka recogerá el dinero por el momento. Hasta que Goldar regrese de su retiro. Se te ve bien Recio, muchacho.
- Bueno, he estado viajando mucho. Atravesé el portal hace un par de semanas.
- Bien, bien.
El Viejo Lobopálido palmeó la espalda del chico acercándole donde Dorian y Naia se encontraban.
- Sir Dorian, Lady Naia. Quiero presentaros a Sir Durbatuluk, el primero de entre Recios que atravesó el Portal Oscuro y primero en hollar las arenas de Terrallende.
Los dos elfos miraron con atención a al enorme orco. La fantástica armadura del cazador era impresionante en verdad. Levantaba bastantes más centímetros de los que en realidad medía y brillaba por todas partes.
- Es un placer conoceros al fín- habló Sir Dorian.
- Tan solo habíamos oído hablar de vos, Sir Durbatuluk- completó Lady Naia.
- El honor es todo mío- respondió tímido.
- Impresionante, ¿verdad?- rió Urtoroth- Nadie diría que es mi propio hijo...
---
- Y, ¿cómo has averiguado esto?- preguntó Durbatuluk dejando su yelmo a un lado- ¿Tienes pruebas?
El Viejo llenó un par de jarras de cerveza y, derramando espuma sobre la mesa de la taberna. Con gesto cansado se sentó frente al cazador.
- Bebe, muchacho- sugirió apurando la cerveza de un trago. Se limpió la boca con la manga...
---
No daba crédito a lo que oía. Gimbatûl había dejado la carta de lado durante la friolera de quince años y en un fortuito paso por Cruce de Caminos, un mensajero le reconoció. Si no, podía haberse pasado la vida así. Buscando y buscando.
“Urtoroth Lobopálido. Vaya nombrecito te buscaron tus padres. Mira, Lora habló conmigo hace muchos años y me dijo que si tenía un hijo no quería a otro más que a ti para que fueras su padre. Vete tú a saber por qué. El caso es que dimos con tu cachorro por pura suerte. Sé que es tuyo por la maldita manía que teniais ambos de ponerle un bordado a todas vuestras pertenencias. Escribí otra carta hace mucho, pero pensé que seria mejor que este chaval estuviera alejado de ti mientras estabas de servicio. Con la muerte de Lora a tus espaldas, no confié en que fueras a ser un buen padre. Nunca se te dio bien lo de ser calmoso.
Han pasado unos cuantos años y creo que va siendo hora de que recojas tu descendencia. Tan solo te diré que lo hemos llamado Durbatuluk, porque Lora mencionó ese nombre para él. Total, se parece mucho a los de sus padres adoptivos...
Hasta aquí nos han llegado vuestras historias. Las historias de Recios. Seguid así. Sois un ejemplo para La Horda.
Espero que todo te vaya bien, Viejo. Y a Durbatuluk, dile que siempre podrá visitarnos. En los puestos de los Baldíos sabrán localizarnos.”
- Estos elfos...- susurraba mirando hacia el oasis del oeste- Sopa de raíces. ¡Dónde esté un buen pedazo de cordero asado!
Gimbatûl miraba desde un promontorio cercano y sin mirar atrás hizo una seña a Nefandorum para que se acercara. El troll se aproximó con su andar desgarbado y más aún, tratando de arrastrarse para no delatar su posición. Cuando llegó junto a la mujer orco, se estiró en toda su altura, bastante considerable y alargó sus brazos hacia donde estaba el paladín, sin levantarlos de la tierra.
De repente, Mahuer se giró hacia ellos y comenzó a caminar en dirección al monte. Tratando de acercarse a hurtadillas, pero haciendo más ruido que un enano comiendo un cerdo, llegó a unos doscientos metros de donde estaban los de la Horda ocultos, sin verles.
Entonces se escuchó el silbido de una flecha que voló hasta el peto de la armadura del paladín, donde rebotó sonoramente. Estallando en llamas, la flecha se partió al llegar al suelo, lanzando mil destellos al firmamento nocturno.
El tauren que se había quedado atrás había disparado una flecha de señales que comúnmente estaría prohibida en ese lugar, tan cercano a los poblados centauros, pero como el rayo que surca la estática de las nubes, se arrojó al suelo para cubrirse y desaparecer entre la arena levantada al caer.
Los ruidos de cascos no se hicieron esperar. Y tampoco la respuesta de los elfos a la llamada del humano. Salieron precipitados, sin armaduras pero con sus espadas cortas, para ver como el paladín era abordado por ocho fieros centauros que le estaban poniendo las cosa muy difíciles. Se unieron a la refriega.
Ágiles como pocas criaturas en el mundo, igualaron la partida y en pocos segundos la mitad de los hombres-caballo habían caído. Y los soldados aliados apenas si habían sufrido una o dos heridas. Pero he aquí que apareció un centauro más alto, más grande.
Se acercó sin prisa alguna a uno de los elfos y tal fue el golpe que le propinó con un martillo masivo que el elfo cayó al suelo, la rodilla hincada y un hombro roto en pedazos muy pequeños y dolorosos.
- ¡Bien!- susurró Gimbatûl.
- Con sssuerrrte nosss hacen el trrrabajo sssucio- respondió el troll.
Pero en poco tiempo, tanto el humano como el otro elfo, habían acabado con los centauros restantes, mientras el elfo herido distraía al cacique centauro y evitaba sus golpes, atrayéndole a combatir con él.
- Tampoco es que sean muy listos, estos caballos- musitó el tauren, sacudiéndose la arena del tabardo.
- Sí, sí, tu dirás lo que quieras, Milnoches, pero mira lo que están haciendo con tres “alis” de élite en calzones- respondió la mujer
Se rieron preparando sus armas. Se miraron entre los tres y saltaron colina abajo en dirección a la refriega.
- ¡POR LA HORDA!
- ¡CARGAAAADDDD!
El troll embistió con dureza al cacique centauro casi derribándole. El elfo sonrió viéndose libre, pero al instante cayó en la equivocación que había cometido alegrándose demasiado pronto, cuando el cuchillo largo de piedra rebanó su cuello de punta a punta.
Mientras tanto, el tauren se enzarzaba en combate singular con el otro nocturno. Le iba a resultar un rival muy duro, pero el elfito estaba cansado, y resollaba con fuerza.
Gimbatûl cogió desprevenido al humano, surgiendo de entre las sombras tras él, asiéndole por el pecho y acercando su daga envenenada al cuello. El paladín sudaba como un cerdo antes de entrar en el horno.
- ¿Tienes miedo, paladín?- musitó a su oído en un tosco común.
- ¿De vosotros, incívicas bestias de matar?
- No, a ellos no. A mi. Al rastrero asesino que te va a rebanar el cuello.
Y con un gesto de muñeca, le dibujó una sonrisa en el cuello blanco, empapando en rojo carmesí la camisola celeste.
- Serás todo lo puro que quieras, pero apestas como una hiena- dijo ella escupiendo en la herida abierta.
Mientras veían como el paladín se desangraba poco a poco, limpiaron sus armas con parsimonia. Gimbatûl desenfundó un cuchillo de corta medida y poco antes de escuchar el último estertor del humano, separó la carne por completo y con un golpe seco de muñeca, rompió el cuello y lo separó del tronco.
- Necesito el casco de este tío...- susurró mientras miraba en derredor, buscando el yelmo. Tras ella, el troll pateó un capacete dorado con capucha de malla de oro y lo hizo llegar a los pies de la orco.- ¡Gracias!
Metió la cabeza en el yelmo e indicó con la mano que había que volver a casa.
- Vámonos. Estos no nos darán mucho trabajo ya- comentó el tauren.- No ha estado nada mal.
- Cierto. Deberíamos haber llegado al Cruce hace tiempo.- subrayó el troll de piel blanca.
--
- Al llegar a Cruce tu madre me contó la historia de la pequeña refriega- comentó Urtoroth hablando con la boca llena- Traía la cabeza metida en el casco como si se tratara de un cesto de frutas. Tenía sentido del humor, tu madre.
- Desde luego- afirmó el cazador- Y cuando se cabrea es peligrosa. Te lo aseguro. Da miedo.
Durbatulûk se levanto para acercarse a un árbol. Pegó una patada cerca de la base y un par de manzanas cayeron de lo alto. Urtoroth le miró con detenimiento mientras recogía la fruta. El joven le lanzó una, que el Viejo cogió con destreza y le hincó el diente.
- Acabaré por morir de hambre si seguimos comiendo pasto y frutas- comentó.
- La fruta es buen alimento para el viajero- asesaba Durb mientras limpiaba la manzana verde.
- Es curioso. No te pareces en nada a tu madre. Físicamente, claro. Y dejando aparte las diferencias de sexo- Urt sonrió con malicia. – Y a tu padre, menos. El Thrak al que yo conocí, me perdonarás, pero le faltaba carácter. No sé qué vio tu madre en él, la verdad.
- Bueno, es curioso que me digas eso. La gente opinaba igual. Es decir, me miraban raro- rumió un pedazo de manzana-. Hubo uno que incluso se atrevió a decir que era de otro padre. Ni qué decir tiene que la cabeza le duró encima de los hombros lo que tarda un dragón rojo en comerse a un gnomo.
- Tu madre, ¿me equivoco?
- Te equivocas. Fue mi padre- aclaró Durbatulûk-. Mi madre ignoró por completo el comentario. A veces no comprendía su forma de ser. Siempre quisieron que yo no me dedicara a la guerra abierta, aunque me tiraban las armas. Y como siempre estaba solo en el puesto, acabé acostumbrándome a los animales y a manejarme fuera de las ciudades. No descuidaron mi aprendizaje con las armas, pero no lo fomentaron. Supongo que eran orcos atípicos al fin y al cabo.
- En absoluto, querido amigo. Los orcos no vivimos con la máxima de hacer la guerra en todo momento, pero conocemos la necesidad de saber defendernos, y los Dioses nos han dado cualidades para hacerlo mejor que otras razas.- explicaba Urt- Aunque pueda parecer lo contrario, nos manejamos en el campo de batalla con mucha cabeza... casi siempre. Somos presa fácil de la rabia. Los guerreros aún más. Y los berserkers... bueno. Imagínatelo tu mismo. Creo que tus padres hicieron un buen trabajo contigo, aunque...
Urtoroth meneó la cabeza negativamente. Se acarició el cabello cano mirando al suelo.
- ¿Qué?- preguntó Durbatulûk- Si no acabas las frases, Jaspe seguirá tomándote por un Viejo senil...
- Bueno, Jaspe,... el macarrilla del clan- musitó- Un valor seguro como compañero. Que me llame lo que quiera, hombre. Mientras siga estando espalda con espalda en la batalla, te aseguro que puedes confiar en él.
- Y ahora, Urt, ¿qué me ibas a decir?
Urtoroth se puso muy serio y masticó otro pedazo de manzana. Arrojó el corazón a un lado del camino y se levantó.
- Pregúntamelo en otro momento, ¿de acuerdo? Prometo contártelo todo.
- Vaya. Ahora sí que me has dejado con la mosca entre los colmillos...
--
La reunión había acabado pronto. Las disquisiciones acerca de cómo funcionarían los ingresos y las ayudas de las profesiones dentro de Recios estaban bastante claras. Solo quedaba que los encargados fueran poniendo precios a los materiales. Las donaciones habían sido generosas, pero aún tardaría en ponerse en marcha todo el entramado económico.
Urtoroth se quedó comentando un par de puntos acerca de estos cálculos con Sir Dorian y Lady Naia Destine, del Escuadrón Águila y miró de reojo a Durbatuluk, mientras la promesa hecha realidad del clan se acercaba para dar su parte de la colecta inicial.
- ¡Durb!- sonrió el viejo orco- Hace tiempo que no hablamos. Yasukitaka recogerá el dinero por el momento. Hasta que Goldar regrese de su retiro. Se te ve bien Recio, muchacho.
- Bueno, he estado viajando mucho. Atravesé el portal hace un par de semanas.
- Bien, bien.
El Viejo Lobopálido palmeó la espalda del chico acercándole donde Dorian y Naia se encontraban.
- Sir Dorian, Lady Naia. Quiero presentaros a Sir Durbatuluk, el primero de entre Recios que atravesó el Portal Oscuro y primero en hollar las arenas de Terrallende.
Los dos elfos miraron con atención a al enorme orco. La fantástica armadura del cazador era impresionante en verdad. Levantaba bastantes más centímetros de los que en realidad medía y brillaba por todas partes.
- Es un placer conoceros al fín- habló Sir Dorian.
- Tan solo habíamos oído hablar de vos, Sir Durbatuluk- completó Lady Naia.
- El honor es todo mío- respondió tímido.
- Impresionante, ¿verdad?- rió Urtoroth- Nadie diría que es mi propio hijo...
---
- Y, ¿cómo has averiguado esto?- preguntó Durbatuluk dejando su yelmo a un lado- ¿Tienes pruebas?
El Viejo llenó un par de jarras de cerveza y, derramando espuma sobre la mesa de la taberna. Con gesto cansado se sentó frente al cazador.
- Bebe, muchacho- sugirió apurando la cerveza de un trago. Se limpió la boca con la manga...
---
No daba crédito a lo que oía. Gimbatûl había dejado la carta de lado durante la friolera de quince años y en un fortuito paso por Cruce de Caminos, un mensajero le reconoció. Si no, podía haberse pasado la vida así. Buscando y buscando.
“Urtoroth Lobopálido. Vaya nombrecito te buscaron tus padres. Mira, Lora habló conmigo hace muchos años y me dijo que si tenía un hijo no quería a otro más que a ti para que fueras su padre. Vete tú a saber por qué. El caso es que dimos con tu cachorro por pura suerte. Sé que es tuyo por la maldita manía que teniais ambos de ponerle un bordado a todas vuestras pertenencias. Escribí otra carta hace mucho, pero pensé que seria mejor que este chaval estuviera alejado de ti mientras estabas de servicio. Con la muerte de Lora a tus espaldas, no confié en que fueras a ser un buen padre. Nunca se te dio bien lo de ser calmoso.
Han pasado unos cuantos años y creo que va siendo hora de que recojas tu descendencia. Tan solo te diré que lo hemos llamado Durbatuluk, porque Lora mencionó ese nombre para él. Total, se parece mucho a los de sus padres adoptivos...
Hasta aquí nos han llegado vuestras historias. Las historias de Recios. Seguid así. Sois un ejemplo para La Horda.
Espero que todo te vaya bien, Viejo. Y a Durbatuluk, dile que siempre podrá visitarnos. En los puestos de los Baldíos sabrán localizarnos.”
Re: Durbatulûk-Urtoroth. Los Lobopálido
Jejejeje
Mira Jada... finalmente sí que estaba la historia aquí. Y hay otras tantas en la primera hoja... jo q tiempos!
Mira Jada... finalmente sí que estaba la historia aquí. Y hay otras tantas en la primera hoja... jo q tiempos!
Re: Durbatulûk-Urtoroth. Los Lobopálido
He vivido la historia como si hubiese estado allí. Un pelín violenta a veces pero, así es Azeroth.
Invitado- Invitado
Re: Durbatulûk-Urtoroth. Los Lobopálido
Yuliam escribió:He vivido la historia como si hubiese estado allí. Un pelín violenta a veces pero, así es Azeroth.
Frases así hacen de un escritor como yo un tío feliz. Muchas gracias.
Re: Durbatulûk-Urtoroth. Los Lobopálido
¿Hay más?
Pd. Ahora entiendo el porqué me decías que era poco descriptivo cuando presenté mi primera historia.
Pd. Ahora entiendo el porqué me decías que era poco descriptivo cuando presenté mi primera historia.
Invitado- Invitado
Re: Durbatulûk-Urtoroth. Los Lobopálido
La verdad es que tengo que estar de acuerdo con Yul, te metes de lleno en el relato ^^
Me ha gustado mucho
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Re: Durbatulûk-Urtoroth. Los Lobopálido
Estoy con la del hermano mayor, Graktak... pero va para largo me temo...
Estn los 27 folios de los 3 hermanos elfos xD xD xD
Estn los 27 folios de los 3 hermanos elfos xD xD xD
Re: Durbatulûk-Urtoroth. Los Lobopálido
Una historia muy inmersiva, sin duda la has relatado de una manera muy descriptiva y "realista". ¿Entonces es cierto que los orcos sois asi de sangrientos?
A ver cuando pones mas!
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