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El Alzamiento de Recios (I)

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Mensaje  Urtoroth Mar 09 Oct 2007, 21:06

- ¡Mierda Lobopálido! ¡Otra distracción así y el siguiente grupo de alis nos hará daño!- gritó Arkhan sentándose a beber mientras el cazador descansaba junto a él.
- Tiene razón, grandullón- habló Darkeld, dejándose caer en la hierba al lado del archimago-. Te haces viejo como tu… Viejo.

Durbatulûk les miró de reojo. A decir verdad llevaba una temporada notando algo extraño a su alrededor. Desde su llegada a Terrallende ninguna de sus mascotas había consentido dormir en la misma habitación que él. Y las que tenía de la propia Terrallende le miraban con extrañeza a veces. Ni siquiera él se veía igual. Bueno, igual, sí. Pero diferente.

- No sé de qué habláis, palurdos- respondió mordiendo un pedazo de fruta-. El Viejo está mayor, pero de algo le tiene que venir el nombre. Y podría machacarnos a cualquiera de nosotros aunque a veces se le vaya la cabeza.
- ¡Puah!- respondió Arkhan- Con las armas que suele llevar y los kilos de metal bajo los que se entrena, si me pilla me hace fosfatina. Pero primero tendría que cogerme.
- Pues yo lo he sufrido cuando estuvimos en el Laberinto de Sombras- habló Darkeld, tendido con los brazos cruzados tras la nuca.- El Viejo pega duro, y como pegue dos veces… pero le noto extraño desde hace tiempo. ¿Tú sabes por qué, Durba?

El orco escupió el hueso de la fruta a un lado y acabó la pieza de comida mirando al cielo, guiñando un ojo.

Y de repente, todo se paró. Los jirones de cielo de color violeta y añil de Nagrand se congelaron. Nada se movía. Una nube tímida apareció, perceptible por el rabillo del ojo. Durbatulûk estaba inmóvil, congelado. No podía mover un dedo. Arkhan y Darkeld se habían quedado parados, Darkeld guiñando un ojo y Arkhan, con sus vacíos ojos mirando hacia arriba, dando un trago de su agua conjurada, cuyo chorro no llegaba a terminar nunca.

Repentinamente, un soplo de aire helado rozó la cara del orco y movió su pelo.

“SSSSSSZZZZZZZZZ… ZZZZZZZZCccccc…”

Aquello pareció romper el hechizo o lo que fuera.

Y, entonces, un tambor. Estruendoso. Rompiendo el débil hilo de silencio. La realidad se quebró en mil pedazos como la cerámica más fina. Todo se volvió oscuro excepto la nube.

Había tomado forma de animal. Una cabeza de lobo. Blanca, pero de ojos oscuros. Y atravesaba al orco con su mirada impertérrita.

- Tú… - bramó con la fuerza de la naturaleza-. Tu sangre ha de derramarse, Lobopálido. Te reunirás con tu padre y con él hallaréis la tumba de vuestro ancestro Oth’Dhurak. Allí deberéis limpiar vuestra sangre… entonces el tótem del clan sabrá si sois dignos de comenzar la búsqueda de las Puertas Blancas.

Durbatulûk agachó la cabeza mientras la nube se deshacía en el firmamento terrible.

- Desde luego sabe como hacer una entrada…- escuchó la voz de Arkhan tras de sí.
- Pero tu ¿cómo…?- preguntó Durbatulûk entre enfadado y sorprendido.
- ¡Bueh! Chico, - respondió haciendo de menos su enfado- con un chamán cerca, no hay espíritu que se resista.

Junto a ellos, Kisidan, con gesto exhausto, desenterraba un grupo de tótems sepultados bajo una gruesa capa de nieve.

- Perdonad, Sir Lobopálido… - boqueaba el joven tauren-. El espíritu totémico de vuestro clan es uno de los más duros que encontré jamás. Por el capricho de Arkhan de escuchar he agotado el maná y casi me agota a mí al canalizar sus palabras a nuestros oídos.
- Eso os pasa por cotillas- respondió Durba-. A ver si la próxima vez os lo pensáis un poco más.

El pensamiento de Durbatulûk se dirigió entonces, distraído hacia el tótem del que tanto le había oído hablar a su padre, Urtoroth. Nunca lo había visto, pero un miembro de la casta de los Lobopálido no podía llamarse guerrero o chamán o cazador o lo que fuera sin haberse enfrentado a ese tótem.

Había oído la leyenda de Oth’Dhurak, el brujo que deshonró a la familia, pero ahora, al parecer desaparecidos los Lobopálido, se suponía que ambos, padre e hijo no deberían cargar con tal peso. Pero no era así.

Urtoroth había dado muestras de estar enfermo en varias reuniones. Un orco guerrero, de tal experiencia y apariencia y además Recio, no tenía por costumbre dar señal de debilidad alguna. Y menos su padre.

Él mismo llevaba un par de semanas algo débil, bajo de ánimo quizá. Pero empezaba a ser preocupante. Comprendía a su padre mejor que nunca. Entendía tanta visita aquí No estaba viejo, El Viejo. El tótem había regresado y Urtoroth estaba cargando con la mayor parte de la tarea que debería comprender todo un clan familiar.

Tenía que encontrar al Lobo Pálido. Tenía que crecer. Debía devolver al Lobo Pálido a la vida, y para eso debía enfrentarse a él.

Y, sobre todo, tenía que demostrarle al Viejo que podía hacerlo. Pero… ¿dónde encontrar al tótem de los Lobopálido?
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Mensaje  Urtoroth Mar 09 Oct 2007, 21:07

Estaba enfriando con un soplo helado la copa que acababa de llenar de vino de Lunargenta cuando por un descuido, ésta resbaló de su mano hasta el suelo, dejando una bonita mancha violácea en la alfombra blanca que cubría el suelo del comedor. De fondo, se escuchaba una melodía élfica de tono tranquilo y calmado. Una canción triste que hablaba de un río de aguas cristalinas seco tras el paso de un ejército de caballos esqueléticos.

- ¡Oh, maldita sea!- juró Presea Theron- ¡Qué desastre! Con lo que me gustaba esa alfombra.
- Estoy de acuerdo, querida- respondió Alisya desde el otro lado de la mesa del comedor-. Eres un desastre. ¡Malachy!

Presea miró a Alisya taladrándola a la silla con los ojos entrecerrados. Un alto sirviente apareció en seguida por el arco de entrada al salón.

- ¿Llamaba, milady?- preguntó solícito.
- Ahá- respondió Presea- Limpia todo esto, rápido.
- Sí, milady.

El sirviente desapareció por el mismo sitio por el que había venido.

- ¿Alguna vez te he comentado que tienes muy buen gusto para elegir al servicio?- preguntó Alisya.
- No- respondió la otra-, pero me lo imaginaba.

Presea dejó la copa helada sobre la mesa, que dejó un cerco blanco sobre la madera oscura, y se levantó para ver de cerca la mancha del suelo.

Cuando se levantó, le sobrevino un extraño mareo, pero lo controló sin problema.

- Vaya, debo haberme levantado muy rápido- comentó.
- ¿Estás bien?- se interesó Alisya dejando el tenedor sobre la mesa y limpiando sus labios con una servilleta color crema-. De repente te has puesto pálida.
- No, no- respondió-. Estoy bien, gracias. Es solo… que… es curioso…

Alisya, recogió el tenedor y volvió a pinchar en la ensalada de su plato. El sirviente apareció de nuevo con los achiperres de limpieza. Cuando se disponía a limpiar la mancha, Presea puso una mano en su pecho, deteniéndole.

- Espera, Malachy- Presea sintió otro vahído. La mancha del suelo tenía una forma que le resultaba familiar.

Se fijó bien. No había bebido tanto vino como para estar alucinada, pero ese charquito de vino era exactamente igual al colgante que el Pater Nouda llevaba al cuello en las reuniones. Y no era casualidad, porque la mancha estaba demasiado bien definida.

La poca estabilidad que tenía se le fue con un gran suspiro. Todo se volvió borroso y se dejo caer en los fornidos brazos del criado, quien, soltando fregona y escoba, la recogió presto.

¡Vaya!- comentó Alisya viendo a Presea desfallecer en brazos de Malachy - Jamás pensé que pudieras derramar un vino tan excelente para tirarte en los brazos de un mero sirviente…

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Kaoh’thred llevaba un buen rato esperando en la gran sala dando vueltas de un extremo a otro cuando entró Skasha, dando un portazo y arrastrando una espada rota con un maltrecho brazo derecho, sudorosa y con numerosas heridas por todo su cuerpo. A pesar de todo, mantenía una torva sonrisa en sus labios, desmerecida por un ojo amoratado y algo teñido de rojo a causa de algún impacto cercano a la sien.

Kaoh corrió hasta ella justo cuando se desplomaba sobre el suelo y la recogió entre sus brazos. Se deshizo del escudo que llevaba a la espalda y la levantó en vilo para llevarla a un rincón donde pudiera apoyar la espalda.

- Uf, Kaoh- murmuró ella con dificultad-. Me ha ido a un pelo y mi pobre lobo rojo ha muerto en el empeño.
- ¡Pero, pero, pero!- gritó el orco mientras tres o cuatro guardias se acercaban- ¡Id a buscar un médico, gañanes!- les gritó- ¿Es que no veis que le ha pasado algo no bueno?

Dos de ellos salieron corriendo por una rampa que ascendía a la parte superior de la estructura, y que daba a la zona alta de Orgrimmar.

- ¿Qué te ha pasao, orca mía?- preguntó tapando una herida con una tosca venda seda gruesa- Parece que te hayas encontrao con una piara de alis.

Skasha llevó la mano al morral que colgaba de su cintura y no sin esfuerzo se puso en pie. Sacó unos papeles manchados de sangre o algo de color oscuro y se los enseñó, arrugados, al Milmallas. Entonces rió con tanta fuerza que Kaoh y el guardia que quedaba allí creyeron que le iba a estallar la cabeza.

- Tengo los informes, orquito- dijo cuando se calmó-. Casi me dejo la piel, pero he sonsacado a uno de los elfos que montan guardia al otro lado del Portal Oscuro. No veas como pegan de duro los bichos de Terrallende, amorcito.

Kaoh’thred abrió los ojos y trazó un gesto mezcla de alegría y preocupación y admiración.

- ¿Has… Has… has estao al otro lao?- preguntó al fin- ¿Por qué cruzaste el Portal, cabestra mía? ¿Es que no ves que es peligoso?
- Ya, pero me dijiste que el jefe Urto necesitaba la información y por Hellscream que me la he traído.
- Pues con lo que he sacado yo- respondió palpando su mochila-, va a tener literatura para toa la noche. Pero antes, hay que curarte, amorcito.

Recogió el escudo del suelo donde lo había dejado, le sacó algo de polvo con un par de manotazos sonoros y se lo volvió a colgar en la espalda. Skasha se había estirado la ropa para estar presentable:

- Bah- murmuró mirando sus heridas-, tampoco necesito tanto cuidado, tú. Vamos a ver al jefote. Creo que cuando lea los papeles no le va a quedar tiempo ni para alucinar.
- Anda, el jefe Urto no tiene tiempo ni para estar ocupado- aseveró el orco-, con todo ese tema de la guerra y no sé qué puertas raras y el tótem que le molesta por las noches, porque dice que no le deja dormir… No sé… ¿los totems cantan por las noches o algo?

Skasha se encogió de hombros significativamente.

- Ni idea, Kaoh- respondió-. Ya le preguntaremos a Kisidan. Siempre anda por ahí charlando y cantando y bailando con los espíritus. Él debe saber más sobre eso.
- Quizá el jefe Urto debería hablar con Kisidan en vez de con esa loquera que dice que le va a curar…

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Cuando la sacerdotisa separó las manos de su atribulada cabeza, el orco apenas sabía qué había pasado en aquella poco frecuentada posada del Área 52. Lo que sí sabía seguro es que no recordaría la existencia del lugar una vez saliera de él.

Creía que, con todo el griterío que montaban los altivos Aldor y los orgullosos Arúspices, Lady Ereshkigal no sería capaz de sacar nada en claro. Máxime sabiendo que ni siquiera él tenía claro lo que le ocurría a su cabeza, su cuerpo y su alma.

Mientras su visión se aclaraba y el rostro, bello para elfos y humanos, de quién se había ofrecido repetidamente para ahondar en sus males y sanarlos, Urtoroth pensaba que era curioso que dos de las personas en las que confiaba eran dos elfas. No orcos y ni siquiera Recios.

Repasó su lista de confianza obteniendo escaso resultado y decidió que debía redefinir esa palabra, “confianza”, y encontrar una más adecuada para Lady Ereshkigal y Lady Alanna.

En realidad eran bellas, pero ese no era el motivo. Donde estuvieran unas buenas caderas de una orca, que se quite la delgadez élfica.

¿Delicadas, quizá? Bastante, aunque desde luego sabían ponerse en su sitio. No se andaban con chiquitas, vamos. Pero… no. Tampoco era eso. Urtoroth pensó en el nombre de alguna hembra orco que se dejara avasallar así como así. Cero patatero. Ni las ancianas. Y si no, que pregunten a Thrall por su abuela. ¡Menudo carácter!

Profesionales. Desde luego, eran muy buenas en lo que hacían. Sabían mantener con vida a un luchador en el campo de batalla. “Si mueres yendo con ellas es culpa tuya”, había dicho en más de una ocasión. Y eso valía además para… vaya… Lady Naia pasó de súbito por su cabeza. Se olvidaba de ella, pero claro, Naia no contaba. Era su amiga y no admitía discusión alguna. Al menos por su parte, él lo era.

Entonces el gesto de Lady Ereshkigal cambió de manera drástica.

- Urt, ¿qué ocurre? De repente te has quedado… más azul que de costumbre- musitó.
- ¿Eh? Nada, nada. Debe ser el cansancio. Estoy viejo y…
- Claro, claro- respondió ella de inmediato-. A ver, no estás tan viejo y te he visto en batalla. Tu gesto ha sido preocupante y algo ha desconectado el enlace mental de súbito.

Urtoroth miró a los Aldor y Arúspices que por un momento se habían callado. Les miraban con curiosidad unos y gesto de enfado otros.

- Responde orco- habló un elfo con la marca Arúspice en su tabardo-. No me eres simpático, pero llevo tiempo viéndote deambular por Tormenta Abisal y no diría que eres de los que se asusta con facilidad.
- Pues voy a tener que estar de acuerdo con Thalodien por una vez, Sir Lobopálido- comentó el draenei Aldor con el que solía trabajar Urt en Tormenta, Orelis- Hemos charlado en más de una ocasión y tengo cierta idea, además de lo que he podido percibir esta oscura tarde, de cómo sois y lo que os ocurre en esa revuelta y dura cabezota vuestra. Hasta el Celador de la Luz Adyen, en Shattrath recuerda vuestro nombre por la innumerable cantidad de veces que habéis llevado muerte a las tropas de Sargeras o Kil’Jaeden.

Urtoroth miró al suelo, como cuando era pequeño y su abuelo le daba un pedazo de carne de su plato, después de haber acabado su “ración de niño”.

Cuando volvió a mirar a la Lady, el orco estaba preocupado. Muy preocupado.

- A pesar de todo lo que me pueda ocurrir a mi o a mi estirpe, no puedo evitar preocuparme por algo que acabo de… sentir como muy peligroso. Algo le ha ocurrido a Lady Naia y no me da buena espina.


Última edición por el Jue 11 Oct 2007, 19:43, editado 2 veces
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Mensaje  Urtoroth Mar 09 Oct 2007, 21:08

-¡Destine!- gritó con una fuerte voz estridente la elfa- ¡Deja eso en paz o juro que lo lamentarás!

El elfo, ausente de la advertencia, mantenía su concentración en el ritual místico. Torso descubierto, sentado en el aire a pocos centímetros del suelo, el sudor del esfuerzo que realizaba se perlaba mientras caía hasta la cintura. Pero no todo su ser consciente estaba inmerso en la misma tarea. Mientras trataba por todos los medios de controlar las lenguas de magia esmeralda que le rodeaban, se preguntaba si los dueños de las fuerzas que estaba drenando se estarían percatando de este “sutil préstamo”.

- ¡Dorian!- repitió Naia, con el rostro congestionado en un ademán de dolor- ¡Estás reverberando a kilómetros de distancia! ¡Detente!

Súbitamente, tan rápido como había aparecido, el dolor de cabeza de Naia desapareció y en el rostro de Dorian se abrieron unos ojos verdes que chisporroteaban en el mismo color. Se los frotó con ligereza.

- Maldita sea, Naia- protestó con voz calmada-. Estaba intentando hablar con…-hizo una pausa- y para ello necesito drenar toda la energía que pueda.
- ¿Por qué?- preguntó ella recordando el dolor- ¿Porque Urt te enseñó una carta de Shattrath? Solías ser menos visceral. No pongo en duda su palabra, pero podríamos intentar comprobar la veracidad de los temores de Khadgar.

Dorian caminó fuera de la habitación, hacia una cámara más pequeña, un aseo. Cogió una toalla y empezó a secarse el sudor.

- A pesar de mi desconfianza, ése es un sabio de Shattrath, querida- admitió, secándose el sudor de la frente con la toalla- y a pesar de todo lo mal que me pueda caer el orco, Urtoroth no miente.
- ¿Y si, quizá, Urt está pecando de cándido?
- Puede, pero tal y como le he visto recientemente, no lo veo probable- meditó el brujo.
- Cierto- asintió Naia-. Se ha vuelto más desconfiado con el tiempo. Y es una pena. Creo que las pesadillas y el asunto de su tótem le traen de cabeza.
- ¿Y?- se preguntó Dorian- ¿Es eso problema nuestro?

Naia escrutó a Dorian de reojo desde fuera del pequeño aseo mientras éste se cambiaba de ropa.

- Quizá no- comenzó a decir-, pero en cierto modo me repatea que se vaya a Tormenta de Espadas por sus males antes que preguntarme a mi.
- ¿Celos, querida?
- En absoluto- replicó como un rayo-, pero si somos Recios, SOMOS Recios. Ya me entiendes.

Dorian salió del aseo y la abrazó por la cintura, acercándola a él para besarla.

- Y si no me entiendes- continuó ella sonriendo-, te puedes ir al infierno con él.

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El rostro habitualmente sereno del Pater Nouda estaba ahora demacrado con unas sorprendentes ojeras nada élficas que rodeaban sus ojos. Los guiñaba constantemente, lo cual parecía el motivo de que estuvieran inyectados en sangre e incluso algo hinchados.

Esperaba a Breeza a los pies de un carruaje que habían dispuesto para llevar a ambos a un lugar tranquilo en Entrañas. Hacía una temporada que se reunían con frecuencia para tratar determinados asuntos que debían permanecer ajenos a ojos curiosos.

“Interesante…”, pensaba la bruja, “Parece que la culpa le pesa a este elfo… Interesante y poco habitual”. Hizo un saludo con la palma de la mano hacia sí misma.

- Pater- musitó Breeza con una entonación mezcla de interesada y picajosa -, ¿habéis descansado bien esta noche?
- Pues no mucho, la verdad- respondió con su voz joven-. Llevo un par de días sin conciliar bien el sueño.

Breeza hizo ademán de levantar una ceja sobre sus perdidos ojos.

- Ni bien, ni mal, Pater- comentó con media sonrisa-. No dormís en absoluto.
- Pues la verdad es que no, Breeza- aceptó Nouda molesto mientras subía al carruaje-, si eso os hace sentir bien.

Breeza soltó una fuerte carcajada.

- ¡Tranquilo, Pater!- respondió ella sentándose dentro de la cabina, frente a él- Empezará a interesarme si influye en mis asuntos, y, por ahora, no es el caso. Porque no va a influir en el motivo que ahora nos reúne, ¿verdad?

Hizo una pausa para tantear la reacción del elfo, cuyas sombras le parecían más traslúcidas ahora, pero éste se limitaba a frotarse los ojos y mirar por la ventana, con el mentón apoyado en una mano. El carro se puso en marcha. Con el traqueteo del camino, todo dentro de la cabina estaba en movimiento. Ante la ausencia de toda conversación por parte del sacerdote, la no-muerta decidió mirar por la ventana también.

- Es curioso- comentó al fin, sin poder mantenerse en silencio-, cómo, sin tener ojos, aún miro como si los tuviera. Cuando le saque los suyos a ese ladrón que me los arrancó, me quitaré esta horrible venda que me cruza la cara.

Nouda asintió, como toda respuesta. Breeza bufó de forma bastante sonora. El Pater no se inmutó.

- Un momento- musitó Nouda de repente, levantando la barbilla de la mano-, no tengo memoria de este camino hacia Entrañas.

Breeza asomó la cabeza por la ventana mirando detrás y delante del carro, mientras la velocidad del carromato revolvía su pelo verde.

- ¡Cochero!- gritó- ¿Te has perdido o algo, ceporro? ¡Vamos a Entrañas y este no es el camino!

La respuesta fue una mirada distraída y una preocupante callada, pero el cochero no volvió la cabeza hacia delante.

- ¡Pero estúpido!- volvió a chillar Breeza- ¡Mira a la carretera, que nos estampamos!

El cochero giró la cabeza hacia delate con lentitud. Cuando acabó el movimiento, la carretera doblaba hacia el este, y al empezar a torcer y antes de poder intercambiar palabras, Breeza y Nouda sintieron un golpe pesado sobre el techo del carro. Breeza se volvió a asomar para ver como el cochero caía al suelo como un fardo, deshaciéndose todos sus muertos huesos contra el terreno y a los caballos corriendo en desbandada ya lejos del trasporte

- ¡Maldita sea!- dijo volviendo dentro- ¡Una emboscada! ¡Pater…!

Y antes de que pudiera acabar la frase, vio al Pater saliendo de golpe por la ventana, por voluntad ajena, arrastrado por una masiva mano que le agarraba por la toga.

Sorprendida, dudó qué hacer durante un segundo, lo cual le salió bastante caro. Tras otro golpetazo en el techo del carruaje, que se precipitaba por el camino a toda velocidad, otra enorme mano la agarró por el pelo y, casi sin esfuerzo, la sacó de la cabina en dirección al techo.

- Un golpe en la cabeza la dejó sin sentido, después de ver como el transporte se iba por un pequeño precipicio, en cuyo fondo se haría astillas.


Descansaba a los pies de un pequeño barranco cerca de la costa interior cuando escuchó un terrible estruendo a sus espaldas. No se inmutó. Enarcó una ceja, miró en lontananza, de donde provenía el ruido y vio una nube de humo y polvo que se elevaba hacia el cielo encapotado. Se rascó la lengua, pensativo, y decidió ponerse en marcha. Quién hubiera interrumpido su comida se iba a enterar de lo que valía un guerrero con dos espadas.

Tras uno o dos minutos caminando en silencio, llegó al área de donde había visto salir la nube de polvo. Allí solo había astillas y maderas… hasta dónde podía ver. Se arrodilló junto a los restos de lo que parecía una rueda.

Miró hacia la parte alta del risco y evaluó la opción de dar un rodeo para subir. Quienquiera que hubiera arrojado el carro ya no estaría allí, por lo que trepar, aparte de prácticamente imposible, sería inútil. Y el carro había sido arrojado, porque no había cuerpos entre los restos, así que dedujo que los ocupantes debían de haber sido eliminados o secuestrados antes de la caída. El accidente había sido planeado por una mente… torpe. Se encaminó hacia el sendero de subida.

Tardó algo menos de media hora en llegar, pero el paseo no fue en vano. El carro había dejado muestras de su paso hacia el destrozo. Se asomó al barranco. Apenas distinguía el lugar donde se había estampado el vehículo. Recorrió el tramo desde el filo hasta la carretera, siguiendo las huellas de las ruedas y poco más allá, en el suelo, cubierto de barro, encontró un jirón de tela. Blanca. Con un extremo bordado en gris oscuro.

“¡Recios!”

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Urtoroth volvió a repasar los folios sucios y arrugados que Kaoh’thred y Skasha habían dejado encima de la mesa. Ambos, muy firmes y tiesos al otro lado de la mesa, esperaban, mirando a algún punto indefinido en la pared que había detrás del Oficial Matriz. Urtoroth esparció las hojas un poco, gruñó con gravedad mientras asentía con preocupación, enarcó una ceja, torció la boca y, finalmente, levantó la mirada hacia los orcos.

Skasha, que se había quedado embobada mirando los cambios en el rostro de Urt, se percató de la mirada de éste, volvió a mirar al punto de la pared y propinó un codazo a Kaoh en el costado, que se había distraído mirando una pequeña mosca, posada en un travesaño de la sala. Volvió, marcial, la mirada al mismo punto que miraba Skasha.

Urtoroth se fijó en ambos y se dio la vuelta hacia la pared.

- ¿Qué hay en la pared que es tan interesante?- preguntó.

Kaoh y Skasha salieron de su ensimismamiento.

- ¡Nada señor!- respondió Kaoh de inmediato.
- ¡Sí señor, señor!- asintió Skasha.

Urotorth repiqueteó en la mesa con un dedo.

- Pues, entonces- habló de nuevo-, ¿qué tal si os dejáis de bobadas y os sentáis en esas dos sillas que hay delante de vosotros?

Skasha y Kaoh se miraron con gesto curioso y con rapidez, se sentaron.

- ¡Sí, señor! ¡Gracias, señor!- respondieron a la vez.
- ¿Queréis dejaros de tanto “señor, señor”?
- ¡Sí, señor!- respondieron una vez más- Esto… ¡no, señor! Quiero decir, ¡Perdón, señor!
- ¡Ya basta!- gritó el orco partiéndose de risa por dentro- si no fuera por estos momentos, mi vida sería un asco, de veras.

Hizo una pausa para ver como ambos se relajaban. Se rió y volvió a mirar los papeles. Cambió el gesto de nuevo y entonces la seriedad retornó a su rostro.

- Sabéis lo que hay aquí, ¿no?- preguntó.
- Sí…- dudó Kaoh-, sí, sí. Actividades élficas. Y según lo que ha traído Skasha, preocupantes.
- Sobre todo en Terrallende certificó ella.
- Esto no es más que otra prueba de que el tal Kael’thas está de la chaveta- musitó Kaoh.
- Y con el poder que posee, eso se traduce en problemas para la Horda y, por ende, para la Alianza.

El Viejo Urtoroth no sabía qué más iba a necesitar Dorian para convencerse de que su amado Príncipe había sucumbido al encantamiento de la oferta de Illidan y Vashj. Conocía los detalles por encima, pero sabía que había sido el Príncipe quién había rescatado a los elfos de sangre de las garras de la esclavitud de los hombres, y que los había llevado hasta su antiguo reino, arrasado hacía años por Arthas y su Azote.

Bueno, toda esa montaña de hechos, no porque fueran muchos, sino por su importancia, hacía que mereciera el beneficio de la duda… hasta que el Stormrage entraba en la historia. Corrompido por el ansia de poder, Illidan había caído mucho más abajo que cualquier otro. La Horda, los orcos, rescatados de esa esclavitud por Grom Hellscream, casi habían sido extinguidos por los humanos y se habían sobrepuesto a ello.

¿Pretendía Dorian llevar a cabo el papel de Thrall pero con Kael’thas? Desde luego, si ese era el caso, el chico tenía altas miras. Pero… partiendo de la base de que era un brujo… la confianza de Urt en él había decaído. El trato que daba a Matriz era cuando menos condescendiente y eso no iba a permitirlo. Y Thrall se había dado cuenta de eso. Los elfos no eran ninguneables, pero no permitiría que se le subieran a la chepa. Y contaba con los Recios para ello.

Dorian debería darse cuenta de esto.

- Estoy de acuerdo, jefe Urto- escuchó el Viejo en la lejanía. ¿Había estado pensando en alto?

De repente notó como las caras de Kaoh y Skasha se emborronaban. Skasha se llevó una mano a la cabeza y Kaoh guiñó los ojos con fuerza.

- ¡Ay va, qué dolor de cabeza!- dijo en alto Kaoh.
- ¡Madre! ¿Tu también?- respondió Skasha.
- ¡Uffff!- bufó Urt- Yo también lo noto…
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Mensaje  Urtoroth Jue 11 Oct 2007, 19:47

Había seguido unas huellas de caballos al trote durante más o menos una hora, cuando llegó hasta una cabaña muy al este de donde había explorado el accidente. Casi llegando a las Tierras de la Peste. Caballos atados a un lateral, cerca de un abrevadero. Dentro, silencio. Un ventanuco junto a la puerta parecía la única alternativa a la entrada principal. Se asomó con discreción. Vacío.

“¿Dónde se meterá Darkeld cuando se le necesita?”

Abrió la puerta muy despacio. Ni un ruido. Y la casucha estaba vacía. Ni mesas, ni sillas, ni cama. Nada. Sólo porquería. Paseó distraído por el escaso espacio y creyó escuchar algo al acercarse a un rincón. Parecía que el suelo no era de piedra en la esquina oriental. Hincó la rodilla en el suelo y quitándose el guante de metal, apartó una gruesa capa de polvo persistente, quizá mágica. Si alguien la había puesto a propósito, acababa de delatarse ante el mago.

Pues sí. Resultaba evidente y pueril, pero había una trampilla. Tosca, de madera casi podrida y mal disimulada bajo el extraño polvo. La levantó sin poder evitar un crujido espectacular- apretó los párpados como hacía cuando estuvo vivo-, y al abrirlos miró dentro.

Una caída libre bastante larga. Asomó la cabeza. Nada. Oscuridad. Era realmente raro todo eso.

“Espero que, en verdad, fueran Recios, porque me voy a meter una…”

Se dejó caer.

¡PATAPAM!

Apareció al final- o al principio- de un largo y oscuro pasillo que terminaba- o empezaba- en un punto de luz débil y titilante, al fondo. Escuchaba a lo lejos un murmullo de voces, entre las cuales le pareció distinguir una o dos conocidas.

- ¡Malditos estúpidos!- gritaba una de las voces. Ese tono rasgado le resultaba familiar… demasiado…- ¿Quién me mandaría contratar ogros? No, si al final la culpa será mía. Cuando estos dos despierten quiero que les saquéis todo lo que sepan. Al sacerdote le arrancáis los ojos. Y a la bruja se los ponéis y se los volvéis a arrancar, si hace falta. ¿Entendéis?
- Sí, señor- ese era un ogro fijo.

Escuchó un estallido soterrado mientras se acercaba a la luz de la que venía la conversación y luego la cháchara intrascendente de unos ogros acerca de cómo machacar a los prisioneros.

Al final, llegó a la abertura de la estancia. Un cuchitril lleno de ogro y Nouda y Breeza. Arrinconados y tirados por el suelo, el Pater y la bruja se hallaban, inconscientes, como un par de trapos de carne. Dos ogros. Pero ¡qué aspecto! No eran ogros. Eran guardias de Entrañas, corcusidos por todos lados. Blancos fáciles.

“Maldita sea. Debería dejar a esa vieja bruja ahí tirada, pero Nouda…”, pensaba Gweonar,”En fin. Manos a la obra, ¡que son Recios!”

Pegó un berrido atronador, y cargó contra uno de los guardias, que quedó atontado al instante. Para cuando el otro se daba la vuelta, el rostro de Gweonar se congestionaba en pura ira y le hacía lonchas el torso. Gweonar se apoyó en una espada mientras el que quedaba salía del estupor. Justo para ver cómo le atravesaba una espada de parte a parte.

Tras limpiar las hojas, desató y reanimó a los prisioneros.

- ¡Sir Gweonar!- se alegró de poder decir el Pater Nouda.
- Sire- musitó Breeza reanimándose-, todo debe esperar. Reunamos al clan, porque es perentorio que acudamos sin dilación al Núcleo de Magma…
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