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El caballero y la espada

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El caballero y la espada Empty El caballero y la espada

Mensaje  Invitado Lun 10 Mar 2008, 12:34

Si, ya se que falta mucho para que salga la expansion, pero (como muchos) el lore detras de los caballeros de la muerte me llama poderosisimamente la atencion.
Ademas, sera mi pj tanke ^_^
Asi que no es raro que ya este preparando su historial, y eso que ni siquiera se sabe que haran realmente. Solo espero que puedan ser Sin'Dorei, porque si no mi historia no vale un carajo Razz

-oOo-


Echo de menos esos dias en BrisaPura, lo admito. Todo era mucho mas tranquilo, y, por que no decirlo, mucho mas sencillo.
Una familia feliz, una hermana mayor que era como una segunda madre... si, mucho mas sencillo.

No como ahora, combatiendo dia si dia tambien contra enemigos cada vez mas extraños.

Esos Nerubian se estan reagrupando.
Saben que no atacaremos hasta la noche. No hay prisa, que se preparen. No supondra ninguna diferencia.

La verdad es que no se que me resulta mas preocupante. El hecho de combatir cada vez con enemigos a cual mas extravagante. O el estar rodeado de cadaveres, zombies y demas abominaciones que en su dia me harian vomitar, y considerarlos aliados, o, peor aun, compañeros de armas.

Si me vieran ahora mis padres...

Si me viera ahora mi hermana...

No, casi mejor que no me vea, porque ahora somos enemigos, y el Rey ...no, el Rey no, mi Rey. Mi Rey me haria matarla. Por suerte no veria la sorpresa y la decepcion de la traicion en sus ojos, eso seria insoportable. Tendria que dar las gracias a las oscuras nieblas de la memoria que me han borrado de su mente y de la de todos mis antiguas amistades, familiares..., otro "regalo" de mi señor.

Ahora, esta es mi familia... cadaveres y otros condenados. La corte del Rey Lich.
Y Escila, claro, mi inseparable compañera.

Siento su oscuro cariño recorriendo mi cuerpo al coger su empuñadura.
La saco de su vaina para corresponderla acariciando su hoja y deleitandome en la vision perfecta de esta portadora de muerte.

Esta nerviosa.
Alegre y espectante ante la perspectiva de una matanza que se avecina en breve, pero nerviosa ante mis pensamientos erraticos. No estoy poseido por la adictiva sed de sangre que se apodera de mis compañeros antes del inicio de cada combate, en realidad no lo suelo estar. Ella lo sabe, asi que no esta preocupada por eso.
Esta nerviosa por mis dudas, mis recuerdos.

Recuerdos...

Recuerdo cuando la empuñe por primera vez.

Fue el primer regalo de mi entonces nuevo señor. Bueno, en realidad el segundo. El primero fue mi vida. Perdonar mi insignificante vida y dotarla de un nuevo sentido.

Estaba desesperado, y en cuanto la cogi en mis manos desaparecieron todas mis dudas. Tenia un objetivo claro y la determinacion para hacerlo.

Recuerdo que me lance contra mis antiguos compañeros, los defensores de la brillante Lunargenta. Recuerdo como caian ante el avance de las huestes del Rey Lich... como caian ante nuestro avance.

La sangre teñia las calles y me empapaba con un sentimiento liberador de furia desatada. Y a cada enemigo que caia, a cada antiguo compañero de armas que mataba mientras sorprendido no daba credito a sus ojos, a cada defensor de la ciudad que moria a manos de un antiguo seguidor de la Luz, a cada inocente que no habia podido huir a tiempo y ahora perecia bajo el filo de mi furia, mi poder crecia, mi rabia se desataba, y me convertia cada vez mas en un imparable torrente de muerte y sufrimiento.

Se que hubo mas combates, mas masacres, mas enemigos... pero en mi mente solo hay una nebulosa de sangre, muerte y rabia.

En mis rodillas ella se tranquiliza. Estos recuerdos le son familiares, estas sensaciones son las que nos unieron.

Despues llegó el caos cuando nuestro señor perdio su contacto con el Rey Lich y acudimos en su ayuda hasta este olvidado paramo donde el hielo sustituye a la hierba y la nieve es la lluvia y el rocio que nos recibe todas las mañanas. Y yo volví a levantar mis armas contra mis hermanos. Luché contra mi antiguo principe, aunque él tambien habia traicionado a nuestra raza y ahora luchaba al lado de demonios y hombres serpientes igual que yo luchaba al lado de cadaveres y no-muertos.

Hasta que finalmente ganamos y nuestro señor se unió a nuestro Rey. El Rey Lich.

A partir de ese momento ha sido como volver a servir en la guardia de Lunargenta. Tengo un señor al que le debo lealtad, una fuerza que me da poder, y una causa y un territorio que defender. Lo mismo, salvo por el hecho de que mi señor es el antiguo principe de Lordaeron fusionado con los restos de un brujo orco, la fuerza que me da poder es el hielo que trae la muerte y la sangre que da la vida, mi causa es la causa de los muertos, y mi tierra es este desierto de hielo abandonado de la mano de la Luz en el polo norte de Azeroth.

¿Por qué hay dudas en mi mente?
¿Por qué las filas de los caballeros de la muerte se revuelven y algunos se han atrevido incluso a hablar de deserción?
Quizas por qué los vientos del cambio soplan de nuevo.


Última edición por PsiLAN el Miér 11 Jun 2008, 10:56, editado 1 vez
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El caballero y la espada Empty El Caballero y la espada II

Mensaje  Invitado Lun 26 Mayo 2008, 17:32

Segunda entrega de las aventuras de este pobre DK.

Los sentimientos no tienen cabida en la vida de un sirviente del Rey Lich.

- El Caballero y la espada II -

Una vez terminada la matanza – llamarlo batalla no le haría justicia – los zombis comienzan la recolección de cuerpos.
Uno tras otro son arrastrados hasta el Carro de Despojos para luego poder animarlos como demonios de la cripta y colaborar en la destrucción de sus compatriotas.
Todos menos uno. Debo asegurarme de encontrar al líder de este grupo y decapitarle personalmente. Su cabeza servirá de estandarte para la nueva unidad del Rey Lich. Un recordatorio para sus nuevos lacayos, una advertencia para sus enemigos.

Nadie se resiste al poder del Rey Lich.

Scila descansa tranquila en mi espalda ahora que la batalla ha centrado mis pensamientos. Cumpliendo con los deseos de mi señor se han disipado todas las dudas de mi mente, mis objetivos vuelven a estar claros.

Y en ese momento comienza el caos.

Extrañas magias hacen estallar a los zombis o encadenan a las abominaciones. Es una maldita emboscada y hemos caído de lleno, colocándonos en una depresión sin defensas, a merced de sus arqueros y sus hechiceros.

Scila esta furiosa. Noto su rabia, y su poder me inunda desbocado. Quiere sangre, y yo soy la herramienta para obtenerla.
La magia de mi espada me protege de sus conjuros, sus flechas rebotan contra la pantalla de huesos que flotan a mi alrededor. Sus tropas de infantería caen a mis pies fácilmente, tan fácilmente como mis soldados no-muertos caen ante sus ataques. Y no tardo en quedarme solo.

Su infantería se retira, evitan el cuerpo a cuerpo.
Soy el único que queda en pie entre un montón de cadáveres que ni la magia mantiene en pie a estas alturas.

Scila esta disfrutando del combate. La hoja absorbe la sangre de los guerreros araña, alimentándose de su poder, quedándose tan limpia y brillante como si acabara de salir de la forja. Solo las runas de poder destacan en su filo inmaculado, palpitando con la energía de mi señor, el poder del Rey Lich.
El mismo poder que me protege y me dará la victoria.

Lentamente me acerco a ellos. No tengo prisa. Su magia no me alcanza, sus flechas no pueden hacerme daño. La ira del Rey Lich es inevitable, no tienen escapatoria.

La plaga comienza a extenderse entre sus hechiceros y su magia comienza a fallar. Aprovecho la confusión y usando el poder de mi espada cubro la distancia que me separa de sus líneas de un salto.
Un Nerubian sorprendido intenta defenderse usando su arma como escudo. Parto la ballesta y el torso de su portador con el mismo movimiento. Su compañero cae acto seguido ante el poder de la sangre y un par mas comienzan a revolcarse en el suelo con los espasmos producidos por los primeros síntomas de la plaga.
Un único enemigo en pie esta causando estragos y el pánico no tardará en estallar.

Finalmente el sentido común deja paso a la desesperación y vuelven al cuerpo a cuerpo. Scila sonríe como solo una espada rúnica podría sonreír. Lo siento en las corrientes de poder que nos unen.

Caen dos mas y me quedo a solas con su campeón. Una enorme araña de caparazón acorazado.
Las heridas no son un problema. Los campeones del Rey Lich no podemos caer.

Esquivo fácilmente su embate inicial, colocándome en una posición ventajosa para atacar la parte posterior de su torso. Sangre arácnida salpica mi rostro. Sonrío.
Avanza unos metros para poner terreno entre nosotros antes de darse la vuelta. La primera sangre ha sido mía. Y la victoria también lo será en breve.

Levanta un descomunal hacha por encima de su cabeza y carga de nuevo.

Mi Rey estará orgulloso de mi cuando le lleve este trofeo.
Ojalá mi hermana pudiera ver como manejo ahora la espada... ¿de donde viene este sentimiento?
Scila también se sorprende ante este pensamiento. Siento como cambian sus energías, esta confusa... furiosa.

El hacha comienza a descender.
Un recuerdo. Un sentimiento agradable. Calor.
Levanto mi espada. Voy a desviar su golpe y descubrir su guardia.
Scila se revuelve. Su energía se altera.
Mi manos arden al contacto con la espada. De repente pesa demasiado. Bajo la guardia.
El hacha se hunde. Destroza la hombrera, atraviesa la armadura, se hunde en ... mi.
Dolor. Siento dolor.
Un pie me aprisiona contra el suelo y el hacha vuelve a levantarse.
Dolor por el rechazo. Scila me ha rechazado.
Giro la cabeza. Esta ahí, a mi lado, pero no puedo blandirla. Ni siquiera levantarla... no soy digno.
El hacha vuelve a bajar y yo no soy digno...


Última edición por PsiLAN el Jue 12 Jun 2008, 12:47, editado 1 vez
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El caballero y la espada Empty El Caballero y los caídos

Mensaje  Invitado Miér 11 Jun 2008, 12:53

Ahi vamos de nuevo.
3ª entrega de las aventuras del DK en Rasganorte, todavia al servicio del Rey Lich.
En esta ocasion lo dejamos un poco de lado despues de su encuentro con los Nerubian del capitulo anterior y pasamos a conocer a unos cuantos invitados.
Espero que los propietarios de los personajes invitados no me apedreen por la forma en que trato a sus personajes.

- El Caballero y los caídos -

El troll se removió en su armadura y con un gruñido de queja aprovechó la capa para cubrirse la cabeza y protegerse del viento. Una encorvada figura de casi dos metros embutida en metal y con unos prominentes colmillos que asomaban debajo de la improvisada capucha.

Los trolls eran especialmente resistentes, incluso eran famosos por su capacidad para regenerar las mas horribles heridas, pero no estaba del todo claro como se defendían del frío. Cosa que subrayaba el troll con sus constantes gruñidos y maldiciones, dejando claro que aquel no era su entorno preferido.

El líder de la comitiva parecía ignorar las quejas de su compañero, y simplemente se paraba de vez en cuando a esperar al resto de exploradores. Cinco en total.
En cabeza el que parecía el capitán del grupo. Un curtido humano, por la cantidad de cicatrices que se podían ver en su rostro.
Otra humana mas joven, una paladina caída recientemente, que debía estar en su primera misión para su nuevo Señor, caminaba al lado del troll intentando ocultar lo mejor posible el castañeteo de los dientes y el tembleque general que le producía el frío.
Dos sirvientes mas completaban el grupo, un elfo y un cadáver animado por la magia del Rey Lich, cuya máxima preocupación en estos momentos era evitar quedar perdidos en medio de aquel paisaje helado.

Finalmente el veterano se dirigió a sus hombres, ya podía verse su destino. Un antiguo Zigurat Nerubian convertido en Torre de los Espíritus.
Y el motivo por el que estaban allí parecía claro. No había espíritus rondando la construcción, simplemente estaba muerto, como todo a su alrededor.

Los sirvientes no esperaron las ordenes, rápidamente comenzaron a limpiarlo todo y a buscar el modo de poner la construcción en funcionamiento de nuevo.

Los Caballeros de la Muerte comenzaron a buscar alrededor del Zigurat en círculos, ampliando el área de búsqueda en cada vuelta.
No había nada fuera de lo normal que pudiera indicar el motivo por el que aquella construcción del Rey Lich había dejado de funcionar.

Fue Kal'ay quien reparó en los restos de una pelea reciente y el primero que llego al punto donde los Nerubian y un grupo de no-muertos habían combatido.
La batalla parecía reciente, ninguno de los cuerpos estaba cubierto por la nieve todavía e incluso la sangre parecía fresca. Solo un reducido grupo de cuervos que se espantó con la llegada de los guerreros alteraba la quietud del escenario.

El grueso de no-muertos habían caído en una pequeña depresión. Su líder les había dejado entrar en una emboscada. Su líder...
Kal'ay busco en los alrededores algún rastro del Caballero de la Muerte que les debería estar guiando. Los no-muertos no se internaban en las planicies heladas sin un responsable a las ordenes directas de su Rey.
Subió en dirección a donde parecía encontrarse el grueso de cadáveres Nerubian. Tajos y caparazones explotados evidenciaban el trabajo de uno de sus compañeros, y finalmente lo encontró. En el centro de todo aquel caos, rodeado por los cadáveres de sus enemigos, y justo delante de un guerrero Escarabajo.

El capitán, Lord Nekrox, comenzó a gruñir ordenes.
Kal’ay y la joven Ethraine se pusieron manos a la obra, dejando que los poderes de su señor reanimasen a los no-muertos y extendieran la plaga por la zona.
Los sirvientes se acercaron al Caballero caído. Deberían recuperar su cuerpo y devolvérselo a su señor. Ningún Caballero de la Muerte caía permanentemente, solo era cuestión de tiempo que su señor le reanimase. Eso si, debería rendir cuentas ante semejante signo de incompetencia, y su Rey no era precisamente una persona comprensiva.

En medio de tanto silencio el grito les pillo por sorpresa.
El elfo retrocedía arrastrándose como malamente podía mientras no dejaba de mirar hacia donde se encontraba el caballero con los ojos como platos.

Kal’ay desenfundo rápidamente antes siquiera de poder ver a su enemigo.

Alrededor del Caballero caído miembros cercenados y restos sanguinolentos de lo que debería ser el cuerpo otro sirviente. Sobre el Caballero, lo que seguramente había destrozado al sirviente, se elevaba una oscura fumarola.
Zarcillos de oscuridad comenzaron a concentrarse y arremolinarse sobre el cuerpo, y poco a poco una figura humanoide de tenebrosas alas azabache flotaba sobre el campo de batalla.

Los tres Caballeros se acercaron lentamente, separándose unos de otros.
Sus armas relucían con energía nigromántica preparándose para el combate, al tiempo que las runas de poder bailaban en las hojas y sobre las armaduras de los guerreros.

El elfo superviviente finalmente se incorporó y se ocultó tras los restos de un carro de despojos, dejando el combate a los hombres de armas.
Estos habían rodeado el ángel de oscuridad, el cual no parecía reaccionar ante su presencia.

La primera en acercarse, espada en alto, fue la mas joven de los Caballeros. La que mas tenia que demostrar.
Un rayo celeste surgió de la figura alada y la antigua paladina salió despedida hacia un montón de restos de Nerubian. Se levanto rápidamente, sacudiéndose los restos quitinosos como si eso limpiara su orgullo herido.

El ángel de oscuridad volvía a estar quieto ahora que nadie se acercaba al cuerpo del Caballero caído.

- Kal’ay, tu delante. – Ordenó el capitán. Y con una sonrisa torcida el troll avanzó poco a poco hacia la forma alada.

El troll se detuvo delante del guerrero escarabajo. Giró la cabeza para poder observar a la humana orgulloso mientras se agachaba cerca del enorme hacha del guerrero Nerubian.

- Haz tu magia – Dijo en voz alta, aunque no se dirigía a Ethraine, y la hoja comenzó a brillar al acercarse al arma caída.

El hacha empezó a cambiar, como si estuviera en una forja. Primero cambiando de color hacia un tono mas rojizo, y después emitiendo una tenue luz al pasar al blanco.
El arma del Nerubian se fundió, pero desafiando a la gravedad fluyó hacia arriba, hacia la hoja del troll, donde fue absorbida por la hoja rúnica.
Kal’ay se incorporó enarbolando el descomunal hacha en que se había transformado su hoja. Semejante a la que llevara el Nerubian, pero con runas nigrománticas en su superficie.

- Y ahoda vamoz a hablad tu y yo. Angelote.


Última edición por PsiLAN el Jue 12 Jun 2008, 12:47, editado 2 veces
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El caballero y la espada Empty El Caballero y el alma errante

Mensaje  Invitado Jue 12 Jun 2008, 10:32

Cuarta entrega de las desventuras de un Caballero de la Muerte al servicio del Rey Lich.
En esta ocasion retomamos la historia donde la dejamos en el capitulo 2, y enlazamos con lo acontecido en el capitulo 3 ^_^
Por supuesto, contamos con un nuevo personaje invitado, aunque no voy a desvelar de quien se trata hay pistas suficientes que lo puedan identificar los que estuvieron presentes en su origen.

- El Caballero y el alma errante -

El espíritu se elevó entre las ruinas de Stratholme rápidamente, huyendo hacia espacios mas abiertos, alejándose de la luz abrasadora que le había expulsado, que le dañaba.

Cruzó el cielo nublado y el brillante orbe le recibió majestuoso. No era la misma luz, pero su brillo también le dañaba. Su claridad le quemaba, la oscuridad que le daba forma se rebelaba ante aquel disco de fuego y pureza.

Regresó a los cielos bajo la capa de nubes de tormenta, a salvo del gigante de fuego.
Lejos de la luz, lejos del sol, lejos de los muertos, lejos de los vivos... solo quería alejarse.

Y entonces les vió.
Otros espíritus errantes, otras almas sin descanso. Todos se elevaban, si, como él, pero no se quedaban quietas si no que tenían un rumbo claro, hacia el norte, siguiendo el canto de sirena que desde mas allá del horizonte les llamaba a todos.
Hacia el norte. Mas allá de las tierras de los elfos. Mas allá del Gran Mar. Rasganorte.

El viaje seguramente fue largo, quien sabe. Para el fantasma el paso del tiempo no era algo evidente. No tenia la necesidad de comer o de descansar, y cuanto mas tiempo pasaba en el mundo espiritual mas se diluían las diferencias entre el día y la noche.

En algún momento indeterminado el agua dio paso a la arena, a los árboles, a las montañas, a la nieve, al hielo... y en aquel lugar, en las heladas estepas del norte, se tranquilizaron al saberse cerca de su hogar.

Los espíritus se separaron, dirigiéndose hacia los diferentes puntos desde los que procedían los múltiples cantos de sirena.
El alma que había huido de Stratholme escogió uno de ellos, el que le pareció mas cálido, y puso rumbo hacia allí.

No tardó en llegar a un Zigurat, una construcción antigua sobre la que revoloteaban varias almas. ¿Gritaban agonizando? o ¿expresaban su alegría?. ¿Revoloteaban bailando unas con otras? o ¿trataban inútilmente de escapar?.
La imagen le hizo dudar, y cuando sintió el repentino tirón que le forzaba a descender se asustó.
Era la primera sensación que percibía en días y no estaba preparado para ella.
Intento remontar el vuelo, pero la pirámide le atraía hacia si. Forcejeo, se revolvió, grito... y con el grito llego la libertad.
La fuerza que le atraía desapareció, el Zigurat estaba inerte, y las almas que por allí revoloteaban partían en busca de los otros cantos de sirena.

El espíritu vagó por la planicie sin rumbo fijo, aturdido por lo que acababa de pasar, hasta que algo llamó su atención.

Un poco mas adelante un grupo de arañas gigantes parecían combatir con algo.

Aquello era un cambio sorprendente. Los primeros seres vivos que veía desde que abandonara la ciudad maldita. Y en esta ocasión no había ninguna luz que le asustara. Mas bien todo lo contrario. Algo de aquel combate le atraía, como una llama a la polilla.

El lugar estaba lleno de cadáveres. Apenas permanecían en pie algunas de aquellas arañas gigantes, y todas se concentraban alrededor de una mas grande que estaba luchando con un ¡elfo!.

Elfo. Templo. Rezo. Curar. Proteger. Compartir. Amistad. Hermandad.

Un torrente de sensaciones y recuerdos inundó la mente del espíritu que rápidamente se sintió impelido a ayudar a aquel elfo. Descendió sobre el campo de batalla justo a tiempo de ver como el caballero – por la armadura debía ser un caballero – perdía pie delante de su oponente, quedando indefenso ante la enorme araña y su hacha.

No lo dudo y se interpuso en la trayectoria del hacha, pero el arma no le llegó a hacer daño. Un globo de energía les protegía a ambos.

Extrañado, el guerrero araña repitió su ataque y esta vez el escudo no aguantó. El hacha impacto de lleno en el pecho del caballero.

La rabia inundó el alma errante, y al igual que ocurriera en el Zigurat no pudo evitar soltar un grito. En esta ocasión un rayo celeste surgió de su cuerpo, impactando sobre el insecto gigante y proyectándolo varios metros hacia atrás.

El combate cesó. Parecía como si las arañas percibieran por fin la presencia del espíritu que hasta ahora había permanecido invisible.

Entretanto, el alma se volvió hacia el caballero apenas consciente. Floto suavemente sobre él para poder verle con claridad. Ver esos ojos tan familiares ...

Sacerdotisa. Corrupción. Dolor. Tristeza. Amor. Sacrificio.

Un nuevo torrente de emociones surgió del interior del espíritu al contemplar aquellos ojos. Los había visto antes en algún lugar, estaba seguro.
El caballero cayo inconsciente a causa de las heridas, pero el fantasma estaba seguro de que aquel era su lugar, y no se iría de allí sin aquel elfo.

Dejó que su forma etérea se fundiera con la del caballero, protegiéndole, sanándole, manteniéndole con vida. Debía vivir. Tenia que saber de donde venían esas emociones. Que le unía a este caballero.

Pero las arañas no parecían dispuestas a permitirlo, una vez superada la sorpresa inicial y tras reunir el coraje de enfrentarse a un ente fantasmal comenzaban a cerrar el cerco amenazadoramente.

El espíritu tampoco estaba dispuesto a permitir que le arrancaran de aquel lugar.

Se alzó de nuevo, irguiéndose como un ángel protector, como un arcángel vengador, un oscuro ser alado que haría lo que fuera necesario por conservar ese ancla con la realidad.

Lo que fuera necesario.


Última edición por PsiLAN el Jue 12 Jun 2008, 12:46, editado 1 vez
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El caballero y la espada Empty El Caballero y la espada III

Mensaje  Invitado Jue 12 Jun 2008, 12:46

Quinta entrega, esta vez un relato corto centrado en el Caballero y sus sensaciones.

Prometo volver a estilos mas normales de narracion :(

- El Caballero y la espada III

La consciencia regresa poco a poco.
Me cuesta pensar.
Siento el peso de la armadura sobre mi cuerpo.
Estoy tumbado.
Siento calor, estoy a gusto.
¿Me he dormido con la armadura?
Musculos entumecidos, cuesta moverse.
No siento la oreja izquierda ni parte de la cara.
Me llevo la mano a la cara.
Esta helada, por eso no la siento.
Nieve.
Estoy tumbado en el suelo. ¿Qué hago en el suelo?
Un pinchazo en el hombro. Una herida.
Recuerdo las arañas. El ataque. El combate.
Abro los ojos.
Veo nieve y sangre. Restos de lo que parecen patas de araña cubren el suelo.
Desenvaino mi espada. No. No está.
No siento a Scila.
Intento incorporarme.
Me duele el hombro.
Sentado sobre la nieve intento pensar con claridad.
¿Dónde esta Scila?. No siento su presencia.
Miro alrededor.
Arañas gigantes. Cadáveres. Restos de no-muertos. Mas arañas.
Mi espada.
Me pongo en pie. Voy hacia ella.
Esta en el suelo. Inerte.
No la siento. No me habla.
Alargo la mano para recogerla.
Quema.
Me rechaza. Otra vez.
Ahora si la siento. Esta furiosa. ¿Por qué?
La intento coger de nuevo.
Quema.
Aguanto el dolor. Cierro la mano sobre la empuñadura.
Es mi espada y esta furiosa.
Es la espada que me dio mi Rey.
Me quema la mano. Ignoro el dolor.
Es mi espada. Debo blandirla.
Me quito la capa. La desgarro. Esto bastará.
Ato la espada a mi mano.
Quema.
Así no se caerá.
Es mi espada.
Scila. Volvemos a estar juntos.
Yo soy tu caballero.
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El caballero y la espada Empty El Caballero y los caidos II

Mensaje  Invitado Vie 13 Jun 2008, 14:04

Capitulo 6 y por fin vamos juntando a todos los personajes que se habian ido presentando.

No puedo dejar de agradecer a Nouda y Jadalay la oportunidad de usar sus personajes, y la ayuda que me estan prestando con los textos.

- El Caballero y los caidos II

La llanura helada se ha convertido en un cementerio arrasado. El blanco de la nieve ha dejado paso al rojo de la sangre, y por todas partes solo se ven restos de cuerpos, algunos humanos, otros, recubiertos de una armadura quitinosa, pertenecientes a los guerreros Nerubian. Pero todos castigados por igual.

En mi mano Scila continua resistiéndose, sigue furiosa, pero esta vez no seré débil. Y aunque lo sea da igual. Esta atada a la mano, no se caerá. Estamos unidos... como siempre... para siempre.

Escucho el familiar sonido del combate y recuerdo que antes de caer estaba a punto de ser destrozado por el hacha de un guerrero Nerubian.

Hay un combatiente con un hacha descomunal, si, pero no es el mismo guerrero. De hecho ni siquiera es un Nerubian. Es un troll.

Kal’ay. Le conozco. Es otro caballero de la muerte. Un enorme troll lanza oscura que se unió a nosotros poco después de que el Rey Lich se estableciera en Rasganorte. Muy hábil con su hacha.

Frente a él un espíritu formado por hebras de pura oscuridad. Un ángel tenebroso que me es terriblemente familiar.

Subitamente los recuerdos acuden a mi mente y con una maldición corro a interrumpir el combate.

- ¡Alto!, ¡quietos!.

Kal’ay detiene sus ataques y parece prestarme atención, aunque no baja la guardia ni desvia la mirada de su oponente. Esta demasiado bien entrenado como para dejarse distraer por algo tan sencillo.

El espiritu azabache, sin embargo, se mueve para interponerse entre nosotros... como si me protegiera del troll. Y finalmente se despejan todas las dudas, ya se lo que ha ocurrido.

- Kal’ay. – Comienzo a explicarme desde detrás de la forma alada que no ceja en su intento de protegerme – Este espiritu me ha ayudado. Fue él quien me salvó de los Nerubian, y el que ha sanado mis heridas.

En mi mano siento como Scila se remueve. Esta molesta, pero no conmigo. ¿Le molesta que el espiritu me haya salvado? . ¿Esta celosa?.

El troll me observa por fin, y después mira a mi derecha donde descubro un segundo Caballero de la Muerte. Un humano, un veterano por su aspecto. Su aspecto enjuto, su rostro repleto de cicatrices y su brazo esqueletico no dejan lugar a dudas.

- Milord Nekrox. – Saludo al Caballero de Hueso con una reverencia.

- Lokkengurth, ¿no?. – Pregunta al tiempo que enfunda su maza con forma de craneo de dragón y se acerca a mi seguido de una guerrera que se habia mantenido en segudo plano. Asiento. – ¿La Serpiente de Lunargenta?.
– No es una pregunta. – Parece que la Vibora ya no es tan mortal si necesita
la ayuda de un banshee fugitivo para mantenerse con vida
. – Ignoro el juego
de palabras destinado a insultarme. Me lo he buscado. Un Caballero que no sabe
defenderse se merece eso y mas.
Detrás de él la humana sonrie.

El espíritu se mueve tratando de interponerse ante el avance de los Caballeros.
Intento en vano agarrarle con una mano. Atravieso su cuerpo etereo.

- Tranquilo. Son amigos. – Le informo con el tono mas tranquilizador que puedo articular.

Y mientras el espiritu pliega sus alas y desciende, aparentemente mas tranquilo, para ponerse a mi lado, percibo un profundo sentimiento de odio en mi mano.

- Ya podia habed decoddado ezo hace un dato. – Es Kal’ay quien habla ahora. – Tampoco ez que noz haya hecho mucho daño. – Comenta mientras muestra una quemadura reciente en su armadura. – Bueno, zalvo a nueztda amiga Ethdaine, que va a eztad quitándoze deztoz de Nedubian de la armadura dudante un mez. – Y termina su afirmación con una sonora carcajada.

Lord Nekrox se une a la broma con una amplia sonrisa mientras la aludida decide esconderse debajo de su casco astado.

- Bueno. Mientras Ethraine y Kal’ay terminan de levantar a los caidos e Icaronte se dedica a recuperar todo lo que nos pueda ser de utilidad, ¿me vas a explicar que demonios ha pasado aquí?, ¿que ha ocurrido con todo tu escuadrón y de donde demonios ha salido este fantasma?.

No tardo demasiado en comentar lo sucedido al capitán de los Caballeros. Aunque no se muestra nada convencido al respecto de mi incapacidad para decir nada concluyente sobre el espiritu alado que me ha salvado.

- No señor, no le habia visto antes de hoy.

- Entiendo. Un espiritu desconocido y que probablemente sea el causante de la destrucción de una torre espiritu aparece de ninguna parte y por una de esas casualidades de la vida decide salvar a un Caballero de la Muerte al que no conoce de nada del ataque de unos Nerubian, y quedarse a su lado para protegerle de cualquier otro peligro que pueda surgir mientras sana sus heridas.

No respondo. Me parece tan increible como suena.

- Bien. ¿Y tu tienes algo que añadir?.

Ahora me fijo que el fantasma se ha aclarado, es mas transparente. Como si estuviera perdiendo poder.

- Lucha por tus hermanos. Protege a tus hermanos.

Nekrox me mira y no puedo hacer nada mas que encogerme de hombros.
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El caballero y la espada Empty El Caballero y la llanura de los exiliados

Mensaje  Invitado Mar 17 Jun 2008, 15:50

Capitulo 7 ya O_O, y esto no iba a pasar de ser una historia de introduccion para mi caballero de la muerte. Lo que se complican las cosas.

Como siempre, agradecer a Nouda y Jadalay la ayuda que me estan prestando tanto para plasmar a sus personajes como para revisar los textos ^_^

- El Caballero y la llanura de los exiliados

Llevamos tres días soportando las continuas lluvias y ventiscas en esta interminable estepa helada. Tres días combatiendo, y aniquilando, todos y cada uno de los Nerubian que encontramos en los campamentos nómadas diseminados por la estepa. Tres días rastreando su origen y volviendo sobre sus pasos hasta lo que quiera que los este impulsando a moverse y arriesgarse tan abiertamente. Tres días combatiendo con Scila atada en mi mano y todavía no parece haberme perdonado.

Nekrox había terminado su patrulla y se disponía a regresar con nuestro Señor.
No obstante, yo había fracasado en mi misión y todavía estaba pendiente averiguar a que se debía este repentino atrevimiento de los Nerubian, quienes habitualmente permanecían escondidos, evitando en la medida de lo posible nuestras fuerzas. Estos dos hechos eran motivo mas que suficiente para saber que todavía no podía regresar.
Me habría ofrecido yo mismo voluntario, si no estuviera distraído por las emociones de Scila y tratando de averiguar que era lo que había atraído a ese espíritu a mi lado.

Así pues, Nekrox y Ethraine, junto con las fuerzas resucitadas, pusieron rumbo hacia el norte.
Yo me encaminaría hacia el este, hacia las montañas, de donde presumiblemente provenían los Nerubian... o de donde huían. En cualquier caso, el hecho de que allí pudiera encontrarme un contingente de Nerubian, o algo capaz de hacer huir a los Nerubian, algo contra lo que seguramente no podría enfrentarme, no parecía ser algo que importara demasiado.

No fue demasiada sorpresa que el espíritu me acompañara sin decir nada. Tampoco es que le importara demasiado al capitán.
Si que debo admitir que el ofrecimiento del troll me pilló por sorpresa. Aunque después de combatir a su lado estos días ya no me sorprende tanto. Combate con una furia completamente desmedida. Seguramente busque no pasar por el tedio de estar unos días parado en el Glaciar Corona de Hielo.

Nekrox tampoco se alegró demasiado ante su ofrecimiento. Supongo que por eso envió con nosotros a Icaronte.
- No podemos permitirnos el lujo de perder de manera permanente a ningún caballero.
Lo que dejaba claro que Icaronte no nos acompañaba como ayudante. Si no simplemente para recuperar nuestros cuerpos cuando, y eso no parecía estar en duda, cayéramos.

Y así han transcurrido estos días.
Rastreando las rutas que han utilizado los Nerubian para avanzar. Aunque cuanto mas tiempo pasa mas seguro estoy de que huyen de algo. No se molestan en cubrir su rastro, ni en recoger muchas de sus cosas... simplemente avanzan.
Aunque, claro, eso no termina de cuadrar con una emboscada tan planificada como la que nos tendieron... salvo que les hubiéramos cortado su ruta de huida, claro.

Pronto lo vamos a comprobar.
Los campamentos que hemos encontrado, y arrasado, estos últimos días parecían, cada vez mas, los últimos restos de su avance. Grupos cada vez menos numerosos, con menos guerreros y mas ancianos. Descolgados del grupo principal, o sencillamente aquellos que no habían sido capaces de seguir el ritmo de los mas capaces.
No creo que los hayamos encontrado a todos. Muchos ya habrán rebasado nuestra posición. Pero cada vez nos acercamos mas a Azjol’Vizier, y parece evidente que es de ahí de donde han partido estos Nerubian.
Una de las ciudades menores que tarde o temprano terminarían cayendo bajo el avance de las tropas del Rey Lich. Pero tan pequeña que por ahora ni se le había prestado atención. Parece que finalmente ha llamado la atención de alguien.

Kal’ai me hace una señal desde su posición adelantada. Otro campamento.
Me acerco agachado, tratando que la capa de pieles cubra lo mas posible de la armadura, intentando que el pelaje blanco oculte las oscuras placas.
Icaronte se queda atrás, como siempre. Aunque siempre le descubro mirando emocionado desde su refugio el combate. No se si será por envidia o por pura curiosidad.
Mientras que el espíritu, apenas una brisa casi invisible a estas alturas, levita indiferente cerca de nosotros. Solo parece responder cuando nos enfrascamos en un combate. Entonces algo parecido a un estallido de furia le hace reaccionar y se convierte en un torbellino de muerte y destrucción. Lo que parece estar drenándole poder, cada vez mas. No se cuanto podrá aguantar, aunque no muestra signos de fatiga o sufrimiento. No como yo.
Cada vez resulta mas difícil mantener mi espada. Hace tiempo que debo tener la palma de la mano en carne viva. Lo noto durante los combates, en cada golpe. Pero no voy a rendirme. Es el precio que debo pagar por mi debilidad.

Un guerrero y dos Nerubian de cría, maestros de las arañas les llaman ellos, piñata sorpresa les llama Kal’ai – sea lo que sea una piñata - . El grupo mas pequeño que hemos encontrado en todos estos días, se debió descolgar de alguno de los grupos mayores, o directamente tardaron mucho en salir de Azjol’Vizier. Como sea su éxodo termina aquí.

Apenas a quince metros dejamos el sigilo y optamos por una clásica carga. Estamos lo suficientemente cerca como para que no sea necesario arrastrarnos mas cerca, de hecho solo nos arriesgaríamos a que nos vieran ellos a nosotros y fueran ellos quienes comenzaran el combate.

Kal’ai va delante, como siempre, buscando la primera sangre. Su victima uno de los Nerubian de cría al que corta en dos con su hacha.
La mitad delantera cae inerte mientras el abdomen comienza a convulsionarse de la manera habitual. Kal’ai frena y se pone en guardia, protegiéndose del tambaleante abdomen, esperando la erupción de arañas que no tardará en llegar. Media docena de arañas del tamaño de un perro surgen de los restos del Nerubian saltando hacia su asesino. El troll las recibe con una sonrisa y un torbellino de hachazos. Parece increíble que pueda manejar semejante mole de metal de manera tan rápida, pero el resultado no deja lugar a dudas. Las arañas caen al suelo inertes sin haber tocado a su objetivo.
Kal’ai sonríe satisfecho y, ahora si, se encara hacia los otros dos Nerubian.

Rebaso su posición y me enfrento al guerrero, un anciano por su aspecto y la falta de brillo en su armadura de quitina.
No duda en atacarme con una sencilla alabarda, un golpe previsible. Lo esquivo ya que no puedo pararle en mi actual estado. Giro sobre mi propio cuerpo continuando el movimiento de esquiva y aprovechando el arco que describe la espada le ataco directamente en el abdomen, un impacto directo que me recorre todo el brazo. La mano en carne viva se resiente al clavarse el pomo con el impacto, falla el agarre y solo la atadura evita que salga despedida. Apenas mello su armadura y el Nerubian aprovecha para recuperar su guardia.
Scila parece disfrutar con mis dificultades.
Cierro la mano sobre su empuñadura, aprieto los dientes, y decido cambiar de táctica. Invoco su poder nigromántico para infectar esa herida, por pequeña que sea es suficiente para que la plaga comience a hacer su trabajo.
El Nerubian vuelve al ataque pero esta vez me adelanto y avanzo dentro de su guardia, bloqueando su arma con los refuerzos del antebrazo. Un arma tan grande es inútil en combate cerrado. Elimino su ventaja.
Levanto a Scila, pero no para golpear, no podría, simplemente acercarla a su cara y usar las runas para crear una espiral de la muerte. A quemarropa. Contra un objetivo infectado por la plaga.
La cabeza estalla y me cubre de vísceras de araña. Scila se baña en esta orgía de brutalidad nigromántica. No me ha perdonado, pero disfruta del combate, como siempre.

Aparto los restos de mi cara mientras busco a Kal’ai con la mirada.
Parece que ha acorralado al ultimo en la orilla de un arroyuelo que surge entre las nieves.
Pero hay algo raro. El Nerubian no esta en guardia, ni siquiera se fija en Kal’ai, mas bien mira... ¿arriba?

Una sombra me cubre, pero no es una nube pasajera, alzo la mirada y solo me da tiempo a ver como un árbol traza un arco directamente hacia mi compañero.
- ¡Gigante!.

Kal’ai se gira alertado por mi grito, pero no tiene tiempo de evitar el terrible impacto que le lanza disparado por encima del arroyo contra la linde del bosque.

El Gigante se para y ahora puedo verlo perfectamente. Una mole de músculos enarbolando un tronco de árbol amenazadoramente.
Scila... creo que es un buen momento para hacer las paces.
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El caballero y la espada Empty Re: El caballero y la espada

Mensaje  Invitado Lun 23 Jun 2008, 16:59

Buff... buff... capitulo 8. La verdad es que no esperaba escribir tanto sobre este caballerete al que le estoy cogiendo tanto cariño ^_^

- El Caballero y el gigante -

Icaronte observaba el combate, como siempre, desde un refugio seguro.
Sentía una especial afinidad hacia esos héroes, pues así es como él los veía, que combatían en nombre de su Señor. Una admiración que arrastraba desde su lejana juventud en Lunargenta, cuando se escapaba de las clases para ir a espiar a los caballeros durante su entrenamiento. Podía pasarse las horas muertas mirando como practicaban sus técnicas de lucha, como afilaban sus armas o como cuidaban sus monturas. Envidiaba a los caballeros y sus coloridas armaduras, y fue toda una decepción el ser rechazado por aquellos que idolatraba.
Con los años terminó entrando en el cuerpo de escribanos de la ciudad, pero nunca había abandonado aquel sueño de juventud. O quizás fuera una espina clavada. Quien sabe. En cualquier caso, su trabajo dentro de los círculos de información de la ciudad terminó por ponerle en contacto con los primeros acólitos del Culto de los Malditos. Claro que en aquel momento no se llamaban así, y sus promesas eran bastante mas coloridas que una oscura horda de no-muertos arrasando su ciudad.
Varios años de servicio dentro del culto tuvieron su recompensa, un lugar privilegiado para ver como Arthas arrasaba Lunargenta. Un acontecimiento que presenció con una mezcla de terror, orgullo y decepción. Terror al ver avanzar la horda de cadáveres, orgullo por saber que aquello era posible gracias a su trabajo, y decepción pues nadie reconocía su trabajo, solo se recordaría al humano que habia traicionado a su publo.
Después de aquello siguió al culto cuando se unió a las fuerzas del Rey Lich, intentando escalar en la jerarquía de sirvientes de su nuevo señor. Siempre intentando ser un héroe de brillante armadura. Siempre relegado a un puesto de sirviente menor.
Pero ahí seguía, dando lo mejor de si mismo, por su Señor, por sus compañeros.
Y admirando a los que habían conseguido convertirse en uno de los favoritos de su Señor.

Los recuerdos bullían en su mente al comienzo de cada batalla. Toda una vida de anhelos y decepciones. Y eran los recuerdos lo que le impulsaba a arriesgarse y poder contemplar a los caballeros combatiendo.

El troll era todo furia. Una fuerza de la naturaleza desatada en el combate. Era espectacular verle manejando aquel enorme hacha como si de un cuchillo se tratara. Un cuchillo mortífero. El hacha del verdugo.
Luego estaba el Sin’Dorei. No recordaba haberle visto nunca en Lunargenta, pero sentía cierta empatía con él, aunque solo fuera porque los dos eran elfos y eso hacia que se pareciera mas a los héroes de sus sueños. Por desgracia siempre combatía en segundo plano, y manejaba el arma de manera torpe, como si estuviera herido.
Pero el que mas llamaba la atención era el banshee que les seguía. Un fantasma que acompañaba al elfo y le defendía del peligro. Una entidad extremadamente poderosa que solo se activaba para defender a sus compañeros, labor que realizaba con una eficacia espectacular. No alardeaba de su poder ni lo desperdiciaba de forma innecesaria. Pero cuando el elfo corría peligro allí estaba para defenderle. Protegiéndole y acabando con cualquiera que le amenazara. Icaronte sentía verdadera reverencia por aquel espíritu, y cierta pena al ver como poco a poco iba desvaneciéndose, cada vez mas, después de usar sus poderes.

En esta ocasión seria un combate sencillo, un grupo reducido de Nerubian que no les daría ningún problema.
Icaronte les dejó acercarse y después se buscó un buen lugar desde el que poder disfrutar de la lucha sin peligro.

Estaba absorto en las maniobras de los caballeros cuando escuchó el grito de Lokken. El gigante surgió de ninguna parte con poderosas zancadas y antes de que pudieran reaccionar había golpeado a Kal’ai con un tronco.
El troll había salido despedido hacia la arboleda cercana y era el elfo quien debía enfrentarse solo al gigante.

El sirviente buscó con la mirada la familiar silueta del espíritu que siempre acompañaba al caballero Sin’Dorei. El elfo no podría derrotar a aquel enemigo, pero el banshee podía y lo haría. Icaronte no lo dudaba lo mas mínimo.

El tronco que usaba el titán como arma descendió una vez, impactando contra el suelo cubierto de nieve. Lokken lo esquivó sin problemas. descendió de nuevo, dos veces, tres... ¿donde estaba el fantasma?
El gigante continuaba atacando al caballero y este se quedaba sin espacio donde refugiarse. Además, sus heridas parecían pasarle factura, cada vez se movía mas despacio, solo era cuestión de tiempo que aquel tronco terminara dándole, y la opción de contraatacar no era viable. Acercarse al gigante en esas condiciones era lanzarse a un suicidio seguro.

Icaronte rebuscó entre sus ropas hasta que palpó la suave forma de una vaina ritual. Su daga de sacrificio no era gran cosa, pero quizás pudiera comprarle una distracción al caballero, lo suficiente para que asestara un golpe mortal a su enemigo.
Lo había visto innumerables veces. Un caballero se sacrifica para ganar el tiempo necesario para que sus compañeros puedan vencer a un enemigo imbatible. Bueno, en realidad lo había leído innumerables veces, y otras tantas lo había revivido en su imaginación, pero no era momento de pensar en esos detalles sin importancia.
Se incorporó y rápidamente buscó un lugar por el que bajar.
Se arriesgó por el camino mas corto, sorteando unos arbustos y saltando por un pequeño desnivel que resultó mas alto de lo esperado. Rodó varios metros hasta que la pendiente dio paso a la llanura donde estarían combatiendo sus compañeros. Apartó la capa de pieles de su rostro, desenfundó su daga y vio la arboleda delante de él.

- Cuidado con eze palillo, amigo, no vayaz a haced daño a alguien con ezo.

Kal’ai volvía al combate.
Bajar rodando por la pendiente le había desviado un poco. Estaba al comienzo de la arboleda, debía darse prisa si quería ayudar a Lokken.
Antes de que pudiera marcharse el troll le paró colocando la hoja de su hacha en el pecho del Sin’Dorei.

- Haz algo util y zujetame ezto, ¿quiedez?, tengo que addeglad loz deztrozoz que me ha hecho eze gigante y al menoz azí no pazada fdio.

El troll no esperó la respuesta Icaronte. Le tendió su hacha y se acercó a un árbol. Golpeó su hombro un par de veces hasta que el miembro dislocado volvió a su posición con un crujido.

- No intentez padad el golpe de un gigante con el bdazo. No te lo decomiendo. Los elfos no zoiz muy deziztentez.

Antes de coger el hacha pudo ver como recolocaba uno de sus dedos que colgaba inerte en una postura imposible. El dedo recuperó su postura habitual. Debía haber recolocado los huesos o algo igual de doloroso por la expresión en el rostro del caballero troll, aunque todavía no parecía que lo moviera bien.

- Bueno, ezo ze addegladá tadde o tdempdano. Dame mi hacha, no tengo tiempo para tontedíaz y no quiedo que ze te caiga, flacucho.

Icaronte tendió el hacha al troll mientras este se limpiaba con la muñeca un rastro de sangre en la boca. No se había atrevido a interrumpirle.
Cuando por fin se pusieron en marcha ambos pudieron observar como el gigante ya tenia acorralado al caballero élfico.
El espíritu lanzaba unas brillantes chispas azules a las piernas del coloso que no tenían ningún efecto aparente mas allá de iluminar el combate.
El titán levantó su improvisado garrote una vez mas y esta vez Lokken no intentó esquivarlo, se quedó parado en el sitio, esperando el impacto. El cansancio había hecho mella en él, aparte de no tener ya ningún lugar donde escabullirse.

El sirviente pudo ver como el gigante levantaba su arma con las dos manos. Un metro de metal contra diez metros de madera no era una apuesta demasiado igualada.

Una explosión de cegadora luz azul surgió del impacto y ambos espectadores se cubrieron el rostro instintivamente.

Entre luciérnagas y puntos negros pudieron ver el resultado.
El gigante estaba sentado unos metros por detrás de donde había atacado a Lokken. En su mano solo quedaba un trozo del tronco.
Lokken yacía en el suelo. Muerto o inconsciente era algo que no podían discernir desde esa distancia.
Y entre ambos, la espada del caballero, clavada en el suelo, titilaba con el mismo tono celeste de la explosión, el mismo color que desprendían todas las manifestaciones de poder del banshee.

Kal’ai rugió desafiante y cargó contra el coloso caído. quizás fuera por rabia tras ver caer a un compañero o quizás fuera para aprovechar la situación ventajosa que le daba un enemigo en el suelo.
Icaronte, por su parte, estaba paralizado en el mismo lugar donde había visto al troll. Un sentimiento de congoja apresaba su corazón. Ver caer a un caballero era lo peor que podía presenciar. Todos sus sueños destrozados por un estúpido gigante de las estepas.
Por otro lado, aquella espada le había hipnotizado. Era la misma espada que había visto blandir a Lokken en tantas otras ocasiones, pero algo dentro de ella había cambiado y le llamaba, le necesitaba. Así que el sirviente se acercó. Despacio. Con un temor casi reverencial.
Unos metros mas alante Kal’ai combatía desenfrenadamente con el gigante, ahora desarmado. El troll tenia la ventaja de la velocidad y un arma mortal mientras que el titán tenia la ventaja del tamaño y la fuerza, aunque aquello no parecía amilanar al Lanza Oscura lo mas mínimo, mas bien todo lo contrario. El caballero disfrutaba con el reto.

Icaronte pasó cerca de Lokken y se paró un momento a ver como estaba.
Respiraba.
De algún modo la espada le había salvado de lo peor del impacto.
Miró a un lado y a otro, buscando al espíritu que siempre protegía al caballero Sin’Dorei. No estaba por ningún lado.
Observó la espada. El brillo azulado permanecía. El sirviente sonrió y recogió la espada que había protegido a su compañero.
Estaba fría, casi helada, pero aquello no le molestaba. Mas bien todo lo contrario.
Unas runas mágicas comenzaron a dibujarse en la superficie de la hoja al mismo tiempo que una capa de escarcha empezaba a cubrirle el brazo.

Kal’ai maldecía en su lengua natal. Se le podía escuchar gritando, y aunque eran gritos de animo no parecían dirigidos a si mismo.
No era capaz de acercarse lo suficiente al gigante como para asestarle un golpe realmente letal. Apenas había podido producirle un par de rasguños y empezaba a perder la paciencia.

Retrocedió unos pasos para observar la situación y tomar un poco de aire. Necesitaba acabar con ese gigante.
Respiraba con fuerza, sin bajar la guardia en ningún momento, sin dejar de mirar a su enemigo, por eso le sorprendió la mano helada que se posó en su hombro.

- ¿Si lo entretengo unos segundos podrás acabar con él?

Era el sirviente con la espada de Lokken y una armadura de escarcha a su alrededor. Aunque parecía mas grande, mas fuerte, o quizás simplemente mas seguro de si mismo.
Kal’ai no se paró a preguntar que había ocurrido, simplemente asintió, grito algo a su arma y clavándola en el suelo comenzó a almacenar poder rúnico.

Icaronte avanzó lentamente, con los brazos en cruz, atrayendo la atención de su enemigo. Exultante ante la posibilidad que por fin se le había presentado, no había dudas en su corazón.
El gigante intentó apartar a este nuevo enemigo de un manotazo. Icaronte desvió con facilidad el torpe intento de ataque golpeando con el mismo movimiento en la muñeca del coloso antes de volver a una posición defensiva.
La mano del titán se convirtió en un puño de hielo para sorpresa de este.
Frustrado y rabioso se encorvó y se dispuso a embestir al caballero de la armadura de escarcha.

- Ven, ven. – Invitó amenazador Icaronte – No te puedes ni imaginar cuanto tiempo he estado esperando este momento. – La espada refulgió ante la afirmación de su portador.

El gigante comenzó a atacar al elfo desesperadamente. Manotazos, patadas, un vendaval de golpes caían sobre él, pero ninguno lograba alcanzarle.

- Aunque me encantaría seguir bailando contigo mi compañero troll tiene algo que decirte - Las palabras amables y el sarcasmo surgían naturalmente de su boca - Y seria muy descortés por mi parte no cederle parte de la gloria de tu derrota.

Detrás de él Kal’ai giraba sobre su cabeza el enorme hacha. Acompañó el ultimo giro con un movimiento completo del tronco para finalmente alargar su brazo y lanzar el arma hacia el gigante.

- ¡Zorg!, ¡mata!.

El hacha voló directo hacia el gigante dejando en su trayectoria un rastro de sangre perfectamente visible.
El gigante esquivó fácilmente el ataque. Una risilla simplona apareció en su rostro rechoncho pero rápidamente le cambio el gesto cuando Kal’ai hizo unos movimientos con sus manos y le respondió con una sonrisa torcida. No le dio tiempo a reaccionar, el hacha volvió por la espalda cercenando un brazo en su trayectoria.
Al rastro de sangre del hacha se unía ahora la propia sangre del coloso.
Con la otra mano intentó en vano tapar la herida. Ensordecedores aullidos de dolor surgían de la garganta del titán herido, pero el hacha no había terminado su vuelo.
Otro movimiento de sus manos y el hacha descendió de nuevo sobre su victima. Un corte en el costado.
Volvió de nuevo. Un tendón seccionado.
Y una vez mas. El gigante cayó al suelo.

Kal’ai recuperó su hacha al vuelo y avanzó hasta colocarse a la altura de su nuevo compañero. El gigante se desangraba agonizante frente al troll y al caballero de escarcha.

Kal’ai no se lo pensó. De un golpe lo decapitó y se giró hacia Lokken.
- ¡Dezpiedta vago!. Ha tenido que coged el zidviente tu ezpada pada haced tu tdabajo.
- Ya, ya lo he visto. – Dijo el elfo incorporándose lastimosamente y observando con cierto recelo a Icaronte. – ¿Mi espada? – Preguntó mientras extendía una mano hacia el antiguo sirviente.
- No exactamente.
Y sin mas explicaciones Icaronte agarró con fuerza el mango de la espada. Comenzó a retorcerlo, como si quisiera partirlo, pero para sorpresa de todos este cedió. De hecho, se dividió. El elfo separó las manos como si arrancara una segunda piel a la espada, pero se trataba de otra espada, exactamente igual.
- Scila se encuentra perfectamente, solo algo confundida. – Tendió su espada a Lokken. El elfo la recogió dubitativo. – Esta será mi espada rúnica. – Comentó mostrando la otra espada, exactamente igual. – Caribdis. El espíritu descansa ahora en su interior, pero necesita que alguien le ayude en su misión. Scila absorbió su poder y le mostró el camino. Ha sido bendecida por el Rey Lich.
El elfo enarco una ceja.
- ¿Significa eso que ahora eres un Caballero de la Muerte?
Icaronte asintió.
- ¡Wow! – Exclamo sorprendido el troll resumiendo a la perfección el pensamiento de ambos caballeros.
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El caballero y la espada Empty Re: El caballero y la espada

Mensaje  Invitado Mar 01 Jul 2008, 15:13

Capitulo 9.
Algo mas tranquilo que los anteriores pero igual de largo que el anterior Razz. Me he liado un poco con las conversaciones entre los pjs, pero me apetecia darles un poquillo de vida, aclarar algunos puntos, y ahondar en sus sentimientos y forma de pensar ^_^

Ups... demasiado largo, hay que ponerlo en 2 partes :(

- El Caballero y las espadas gemelas -

No consigo conciliar el sueño, demasiadas cosas dando vueltas por mi cabeza.
El enfado de Scila. Los combates con los Nerubian. El dolor de llevar una espada que me rechaza. El espíritu que vino de a saber donde y que ahora se ha convertido en la espada de Icaronte. El combate con el gigante...

Kal’ai e Icaronte se han ofrecido a hacer las guardias para que yo pueda descansar. El troll ha regenerado sus heridas, y el recién creado caballero apenas recibió daño, mientras que yo casi no he descansado nada desde aquel combate con el líder Nerubian. Desde que Scila me dio la espalda.

Antes de acostarme he ido a limpiar mis heridas. Nada fuera de lo común. Los seguidores del Rey Lich somos resistentes.
Eso si, le he prestado especial atención a mi mano. Ha estado tres días soportando el castigo de sostener a Scila, incluso cuando no aguantaba mas no la soltaba, para eso la até a mi mano. La carne chamuscada ha empezado a curarse con el poder nigromántico de mi espada, pero incluso ahora siento a Scila avergonzada.
Paso la mano por debajo de la almohada improvisada y la busco donde siempre reposa, bajo mi cabeza. La desenvaino ligeramente y acaricio la hoja. Agradezco la sensación del frío metal en mis yemas y ella esta contenta al sentir mi presencia de nuevo.

Sea como sea sigo dando vueltas en mi cama improvisada.

Al otro lado de la fogata descansa el Lanza Oscura.
Es curioso. Recuerdo que la primera vez que me lo presentaron sentí como si algo se revolviera en mi estomago, una especie de sentimiento de rechazo al nivel mas primario, aunque rápidamente lo rechacé. No podía tener ese tipo de sentimientos hacia uno de mis compañeros.
Mas tarde me he dado cuenta que se trataba simplemente de un remanente de mi anterior vida mortal. Un recuerdo de cuando era un Sin’Dorei y vivía en una sociedad con un odio racial hacia esa raza contra la que habían estado combatiendo durante generaciones. Pero ya no era un elfo, ahora era un Caballero del Rey Lich, y algo tan estúpido como un sentimiento de repulsa no iba a impedirme cumplir con mi trabajo.
Que tonto habría sido si hubiera permitido que mis sentimientos dictasen mi comportamiento. Un prejuicio basado en unas normas y costumbres de una sociedad a la que ya ni siquiera pertenezco.
Por suerte para mi no ha sido así, y gracias a ello este troll al que mis
antiguos compatriotas hubieran despreciado me ha salvado el cuello en mas de
una ocasión.

Me hace gracia verle dormir.
Kal’ai coloca su hacha a un lado y duerme abrazado a ella como si fuera su
amante. Tengo curiosidad por saber como descansara Icaronte. ¿Dónde dejará su mandoble?.

Percibo un sentimiento de extrañeza en Scila cuando mis pensamientos se centran en el nuevo caballero.
No se que es lo que ocurrió realmente, y parece que no voy a poder dormir tranquilo si no consigo despejar mis dudas.

Recojo mi espada y una manta que me proteja de lo peor del frio. Por suerte ha parado el viento y la temperatura es mucho mas llevadera.

Con Scila a la espalda busco a Icaronte con la mirada. No puede estar muy lejos, y, efectivamente no tardo en localizarle.
Ha optado por otear encaramado a unas rocas. Sobre un montón de hielo que dudo mucho estuviera antes de que él llegara.
Es como una estatua. En pie y con los brazos cruzados. Vigilante. Solo el ondear de su capa y el pelo traicionan esa idea.
Su mandoble descansa en la espalda y percibo de nuevo ese sentimiento de extrañeza en Scila. ¿Podrá Icaronte percibir las sensaciones de su acero?.

- ¿Las heridas no le dejan dormir, Lokkengurth?. – Pregunta amablemente.
- La cabeza en realidad. A las contusiones estoy acostumbrado. A las dudas no tanto. – Me siento en las rocas, mirando en la misma dirección que él. No espero que me mire. Es un caballero y esta de guardia. No he venido a distraerle, solo a hablar.
- ¿Dudas?. Supongo que entonces lo que busca son algunas respuestas. Así que pregunte, y tratare de ayudarte. Ahora somos compañeros, ¿no?.
- Si... supongo. – Aunque esto ultimo no lo digo en voz alta. Comienzo a preguntar directamente. Tan directamente como él me ha tratado. – ¿Sabes quien es el espíritu que nos seguía?.
- Caribdis. Ahora es mi espada.
- No, me refiero a que si sabes quien era antes. ¿De donde ha salido?.
- Por lo que he podido percibir desde que estamos unidos... en algún momento fue un sacerdote o algo parecido. Aunque murió de forma violenta y no pudo abandonar el plano material.
Se convirtió en una de los fantasmas errantes. Un alma en pena que solo busca
venganza, incluso aunque no sepa realmente porque la busca
. – Me quedo
callado ante la avalancha de noticias imprevistas, y mi silencio parece
invitarle a continuar. - Solo encuentra solaz durante la matanza. Y conmigo
tendrá innumerables enemigos sobre los que poder desatar su ira
.
- ¿Y que tiene que ver todo eso conmigo?.
- No se a que os referís.
- Si, ¿porqué acudió en mi ayuda cuando el Nerubian iba a matarme y porqué ha estado defendiéndome desde entonces?.
- Por sus ojos.
- ¿Mis ojos?. ¿Pero que ... que tienen que ver mis ojos en todo esto?.
- Son iguales a los de alguien que conocía. – La respuesta no arroja ninguna luz, así que le dejo continuar. – Antes era un elfo, como vos, y tenia relación con alguien con sus mismos ojos. Estaba confundido. Perdido y solo en mitad de un lugar desolado. Desorientado por su nuevo estado etéreo. Cuando le vio le recordó su anterior estado, cuando poseía el cuerpo de un elfo. Bueno, en realidad no tengo muy clara esta parte. El pasado de Caribdis es oscuro desde que murió por primera vez, y sus recuerdos en Rasganorte son bastante confusos. Pero según yo lo veo, cuando le vio atacado por los Nerubian se sintió identificado, es como si las arañas atacaran a un elfo que en realidad era él, así que acudió a defender a su cuerpo, a defenderse a si mismo. Después pudo ver sus ojos, y resultaron iguales que los de algún cuerpo anterior o compañero de aventuras o algo así.
- Naia. – Musito.
- ¿Que es Naia?. – Pregunta Icaronte. Lo he dicho en voz alta sin querer.
- Naia era... es... – Titubeo. Ese nombre me trae muchos recuerdos. - Era mi hermana. – Y ante el recuerdo de mi hermana Scila gruñe en mi espalda.
Esta vez no intento calmarla. Su furia no tiene sentido. Mi hermana quedó atrás, como todo lo relacionado con mi vida anterior. Es solo un recuerdo del pasado, y los recuerdos no hacen daño.
Mas daño hace olvidar las lecciones del pasado.
Ahora estamos juntos. Acéptalo o sigue quejándote, me da igual porque vamos a seguir juntos durante mucho tiempo.
Deja de gruñir en el fondo de mi cabeza, aunque sigue furiosa. Pero creo que es mas por que la lleve la contraria que por que me haya acordado de mi hermana.
- Yo no recuerdo a mi familia. – Confiesa Icaronte en un tono mucho mas cálido.
Le descubro a mi lado, sentado en lugar de continuar de pie. El mandoble, clavado en la roca cual estandarte, es el guardián de nuestro campamento, y el Sin’Dorei parece repentinamente mas cansado. – Supongo que morirían todos durante el ataque del Rey Lich.
Por un momento pienso en finalizar el incomodo silencio preguntándole sobre sus dias como acolito.
Seguramente incluso ayudara en el ataque a la ciudad. O, quizas se uniera al
culto a causa de lo que vio durante ese ataque.
- ¿Y eso era todo lo que le perturbaba?. – Pregunta obviando por completo los posibles comentarios sobre su familia. Cosa que agradezco. Hasta puedo ver en su cara esa sonrisa de complicidad que intenta mostrar en todo momento. Como una mascara que ha borrado completamente la preocupación de hace unos instantes.
- En realidad no. – Desenvaino a Scila y la dejo reposar sobre mis rodillas. – Necesito saber que ha pasado. ¿Que le has hecho a mi espada?.
Icaronte mira fijamente la hoja rúnica.
Con un suspiro se pone en pie y desencaja su arma de la roca donde estaba clavada.
- Creo que todavía no habéis tenido ocasión de conocer a Caribdis. – Comenta mientras me ofrece la punta de su acero.
Acerco la mano a la hoja. Es igual que Scila. Exactamente igual. Pero... a la vez... tan diferente.
Caribdis tiene una pequeña nube de escarcha a su alrededor casi imperceptible. Puedo notar el frío incluso antes de tocarle.
Al contacto es completamente distinto a la sensación que tengo al tocar a Scila. Aparto los dedos instintivamente por la sorpresa.
Vuelvo a tocarle, esta vez con mas cuidado. Quema con rabia. Arde con furia.
Icaronte recupera su mandoble y lo vuelve a clavar en la roca.
La runas en la superficie de Scila titilan nerviosas.
- Vale, veo que son diferentes. La cuestión es... ¿de donde ha salido?. Entiendo que el poder lo suministra el mismo espíritu que nos acompañaba estos días. Pero ¿y el metal de la espada?, ¿y el poder que te convierte en un Caballero del Rey Lich?.
Icaronte se vuelve a sentar, y esta vez recuesta la espalda en el plano de su mandoble.
- Como te dije, Scila le ayudó. Literalmente le mostró el camino. – Sigo sin entender. - Caribdis necesita vengarse, quiere desatar su ira, darle rienda suelta. Hacerlo le estaba costando su propia existencia, se estaba desvaneciendo. – Asiento. – Scila no podía usar sus poderes al máximo sin la ayuda de su caballero, y Caribdis necesitaba un canal, un vinculo con el mundo material. Una alianza de pura conveniencia. Ella te salvaba y él podía desfogarse. – Me doy cuenta de que sin pensarlo me he cortado con el filo de Scila y estoy repasando distraídamente sus runas con mi sangre, como suelo hacer de vez en cuando. Dejo que disfrute del contacto y se alimente con mi sangre. Asiento de nuevo y le invito a continuar. – No hay poesía ni épica. Simplemente una necesitaba ayuda y el otro quería causar destrozos libremente.
- ¿Y después?.
- Se separaron.
- Ya, ya. Eso esta claro. Pero, ¿cómo?.
- Dividid a Scila en dos.
– Por un momento dudo, es algo que solemos hacer de forma instintiva. Mi espada se divide en dos espadas cortas. – Igual que cambiáis la forma de vuestra espada para adecuarla a vuestro enemigo, a veces también habéis empuñado dos armas, pero ambas son Scila, ¿verdad?. – Asiento. – Bien, ahora imaginad que Scila se queda en una y deja que Caribdis se mueva a la otra.
- Vale. Entiendo. – No dejo que continúe con detalles que no voy a comprender. La idea básica esta clara. Vuelvo a unir a Scila en una sola espada.
- Y sobre mi actual estado. Creo que sobre eso deberéis confiar en mi cuando os digo que no podria ser posible sin la ayuda del Rey Lich, o su bendición, si preferís llamarlo así.
- No. – Niego con la cabeza un tanto cansado de tantas complicaciones. – Creo que hay cosas que directamente no puedo comprender. Así que mejor no darle mas vueltas. Si te soy sincero, no estoy seguro de haber comprendido todo este lío de espíritus, armas poseídas y espadas gemelas, pero parece que Scila esta mas tranquila, y eso será suficiente por ahora. – Icaronte asiente y se levanta para realizar una reverencia. Le detengo con una mano en el hombro. – Si hemos de ser compañeros debemos dejar de lado ciertas formalidades. Además, esto no es precisamente la corte de Lunargenta. – Tiendo la mano al antiguo sirviente y, tras un momento de duda, la estrecha con firmeza y una amplia sonrisa de satisfacción en el rostro.
- Será un placer, mi señ... Lokken.


Última edición por PsiLAN el Mar 01 Jul 2008, 15:24, editado 2 veces
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El caballero y la espada Empty Re: El caballero y la espada

Mensaje  Invitado Mar 01 Jul 2008, 15:14

De vuelta al campamento me encuentro a Kal’ai ya en pie.
No he descansado nada y ya casi ha pasado media noche.
El troll esta preparándose un tentempié antes de sustituir a Icaronte en su puesto de guardia. Se da cuenta de mi presencia y con una amplia sonrisa entre los colmillos me ofrece un poco del guiso que estaba recalentando.

- ¿No ze zupone que tu ibaz a dezcanzad?.
- No podía conciliar el sueño. He ido a hablar con Icaronte. Demasiadas cosas raras en poco tiempo.
Kal’ai asiente poco convencido y le da un buen trago a su pote. Esta hirviendo, no puedo ni acercármelo, así que dejo que me caliente las manos.
- Loz trollz no dejamoz que la cabeza noz impida dodmid. Zi hay que dodmid ze duedme, zi hay que penzad ze pienza. Pedo zi no duedmez pod la noche pod que eztaz penzando, luego pod el día no poddáz penzad podque eztadáz dodmido.
Me rindo a la lógica troll y no puedo evitar una carcajada.
- Tienes toda la razón, Kal.
- ¿Lo haz addeglado, pod lo menoz?.
- Si, si. Bueno, mas o menos. Hasta donde puedo arreglarlo. Ahora entiendo mejor todo lo que ha pasado y como es que Icaronte es ahora un Caballero de la Muerte.
- Tiene una ezpada dúnica y huele a Caballedo del Dey Lich. Ez un Caballedo de la Muedte, ¿qué maz necesitas zabed?.
La lógica troll empieza a ser un poco molesta.
- Las cosas no son tan sencillas.
- Laz cozaz ziempde zon zencillaz, zomoz nozotdoz loz que laz complicamoz.
- La vida no es blanco o negro.
- Yo no he dicho ezo. Pedo zi ez blanco ez blanco, zi ez negdo ez negdo, y zi ez gdiz ez gdiz. Zi loz adbolez te impiden ved el bozque no ez coza de loz adbolez, ez coza tuya. Loz adbolez zon adbolez, y zi hay muchoz ez un bozque, pero ziguen ziendo adbolez. Puedez penzarlo todo lo que quiedaz. Tu pedderaz el tiempo, y laz cozaz no cambiadán nada.
Por un momento dudo entre asentir o tirarle el cazo a la cara.
- Kal, muchas veces dudo si eres estúpido o un genio.
- Zoy un troll. – Deja de prestar atención a su comida y me mira fijamente. – ¡Y tu pienzaz demasiado!. – El pote sale volando hacia mi. Lo desvío fácilmente con la mano. – ¿Vaz a zeguid mirando la comida?, podque zi ez azí pdefiedo comédmela yo.

Damos cuenta del guiso sin olvidarnos dejar un poco para Icaronte.
Kal’ai cuida de encajar bien todas las partes de la armadura y asegurarse que estén bien sujetas.
Antes de que termine de prepararse me puede la curiosidad.

- Kal’ai, ¿te puedo hacer una pregunta?. Una pregunta personal.
Asiente sin dejar de prestar atención a sus preparativos.
- ¿Porque te hiciste caballero?. – Pregunto, y me preparo para lo peor.
- Podque es guay.
Como se de la vuelta y me mire va a ver la cara de estúpido que se me acaba de quedar. ¿Qué clase de respuesta es esa?.
- ¿Guay?.
- Tengo una admaduda chula y un hacha que ez la mejod del mundo. Conozco gente y mogollón de zitioz, y ademáz puedo logdad la glodia haciendo lo que maz me guzta. La gente me rezpeta, ¿qué maz puedo queded?.
- Eh... – Balbuceo. – No se, quizás te viste obligado por las circunstancias, o tal vez buscabas poder, o puede que quisieras vengarte por algo...
- De joven quedía la glodia a toda cozta, buzcaba poded como dicez, pedo... Ahoda zimplemente me guzta lo que hago. Cazi ziempre.
Se sienta cerca de su hacha mientras termina de sujetarse las grebas. No le interrumpo.
- Ez un poco abuddido cuando loz jefez ze dedican a hablad y hablad en lugad de actuad. Y ez un poco fduztdante cuando decompenzan a algunoz de ezoz que zolo ze dedican a hablad, cuando hemos zido nozotdoz loz que noz hemoz padtido loz cuednoz. – Me mira y niega con la cabeza. – Bueno, ez un decid, ya me entiendez.
- Si, te entiendo perfectamente. Por suerte ahora estamos lejos de todo eso y nuestro trabajo aquí esta claro.

Kal’ai termina de prepararse y se coloca el hacha a la espalda. No lleva ninguna vaina, solo unas sencillas cuerdas que lo mantienen sujeto.
Yo despliego de nuevo las mantas que me sirven de cama y me dispongo a descansar un poco.

- Una coza, Lokken. ¿Te puedo haced yo una pdegunta?. Una pdegunta pedzonal.
- Si, claro. ¿Cómo no?.
Por un momento me parece ver algo de rubor en las mejillas del troll, aunque el tono azulado de su piel hace que sea difícil asegurarlo. No obstante, su silencio solo acentúa esa percepción.
- Eztooo... veraz... ez que ziempre he tenido una cudiozidad.
- ¿Si?. – Intento darle pie, entre otras cosas para no estar toda la noche dando rodeos.
- Veraz... – Se mira las manos. – Me guztadia zabed que ze
ziente teniendo tantos dedoz en la mano. ¿No oz haceiz un lio con tanto dedo?
.
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